Hace algo más de un año, a propósito del estreno de Numancia en el Teatro Español, el crítico Javier Villán dijo que Alberto Velasco hacía “constante apología, moral y socialmente legítima, de su cuerpo informe”, que le “sobraba” durante toda la obra y que sus compañeros de escenario tenían que “sobrevivir a su desparrame de carnes”. Le preguntaba al poeta Luis Alberto de Cuenca -encargado de versionar la tragedia- “qué coño tenía que ver esto con Cervantes”.
Mucho antes de esta repugnante apreciación -que trasciende la valoración artística del actor, director y bailarín para incurrir en lo personal-, diez años atrás, un Velasco ya talentosísimo, pero más púber y permeable, presentaba Vaca, “una obra que hablaba sobre los cánones de belleza” y la incomodidad, y el dolor, y la adaptación a esta carcasa nuestra que es el cuerpo. Carcasa y no más.
Allí se presentó el actor, en camiseta y slip, para pelearse consigo mismo y encarar con bravura las miradas reprobatorias. “En Vaca luchaba contra este cuerpo. No lo entendía. Me pegaba puñetazos en la panza, intentaba entrar en un maniquí de la tienda en el que no cabía”, cuenta a este periódico. “Ahora soy otra persona. Un señor”, sonríe al otro lado del teléfono. “Y me ha costado lo mío. Mis crisis. Hasta que entendí que si amas tu cuerpo el mundo te va a amar, y comencé a exportar esa sensación al teatro. Pero sí, si esa crítica me llega a pillar en el estreno de Vaca, hace diez años, y no haciendo Numancia, me hubiera encontrado débil y me habría destrozado”. Ya no pueden con él. “No les doy ni un minuto más”.
Ahora golpea con La inopia. Coreografías para un bailarín de 120 kilos, donde es rey único del escenario y resume “mi visión del mundo hoy”. El espectáculo puede verse del 9 al 21 de mayo en el Teatro Kamikaze
Dirigiendo Danzad Malditos -versión libre de la película de Sidney Pollack; triunfante en los Premios MAX- volvió a demostrar que la báscula apunta sólo el peso de su genio, que el arte -el de verdad, no el de laca y purpurina- sólo sirve si esquiva los cánones. Ahora golpea con La inopia. Coreografías para un bailarín de 120 kilos, donde es rey único del escenario y resume “mi visión del mundo hoy”.
El espectáculo, que cuenta con coreógrafos como Muraday, Carlota Ferrer, Sol Picó, Vero Cendoya, Carmelo Segura y Daniel Abreu, podrá verse del 9 al 21 de mayo en el Teatro Kamikaze. “La idea parte de cuando era un crío y me fascinaba ver la orquesta en las fiestas de mi pueblo… me quedaba en la inopia. Yo quería eso. Estar ahí, en esa orquesta cutre sobre un remolque. De ahí nace todo”.
Contra la cultura de Instagram
Dice Velasco que él es como un abejorro, porque la ciencia dice de este insecto que no puede volar -”sus alas son demasiado finas para sostener su peso”-, pero, como no lo sabe, vuela. “Yo me siento un poco así, no soy consciente de mi peso y bailo”. El actor es un homenaje vivo contra la cultura de Instagram, contra las niñas metiendo barriga y llorando en los espejos, contra los machos de pollo, arroz y pesas que engordan de ego y bíceps a la vez.
“Si escuchas esas voces que te dicen ‘pero si estás gordo, cómo vas a moverte’, te quedas en el sofá creyendo que no puedes hacer nada en absoluto, pero dentro de la grasa hay un cuerpo fuerte, sano, atlético por dentro, para sostener y equilibrar todo este peso. Hay que hacer ejercicio porque amas tu cuerpo, no porque lo odies”.
¿A partir de qué kilo no se puede bailar, según la envenenada lente social? “Es una cuestión de imagen, no de kilos, en realidad. Los kilos engañan, pero una lorcita, una molla atrás en la espalda o un culo rechoncho… hacen ver que no puedes bailar profesionalmente. Me gustaría saber quién lo ha establecido así. ¿Quién lo ha dicho, dónde está escrito?”, reflexiona. “Parece que lo hemos heredado de los ballets neoclásicos rusos y que lo hemos aceptado como premisa básica. Pero para nada: a principios de siglo, las bailarinas eran mujeres rollizas, en El lago de los cisnes mismo”.
La danza no es para niñas
Habla de todos los tipos de danzas que hay. De las africanas, las sudamericanas, las amazónicas, las europeas. “Y aquí en España, los bailes regionales, el flamenco. ¿Cuántas bailaoras de flamenco están rechonchas? La fuerza está en otro sitio. Todos los cuerpos tienen algo que contar”. En la pieza no hace ningún momento referencia -a diferencia de en Vaca- a sus kilos: en el escenario sólo es un bailarín intentando emocionar al público.
Por cierto, no le molesta para nada la palabra “gordo”. “Prefiero ‘gordo’ a ‘rellenito’, que viene a decir lo mismo pero con ese trato paternalista… creo en llamar a las cosas por su nombre. Alto, bajo, gordo, flaco, negro. Nada de ‘de color’”. ¿Y lo de ‘curvy’? “El movimiento me parece estupendo, ojalá haya tantos movimientos como personas. Curvys, caderoning, lo que sea”, ríe.
Le influencian desde Dimitris Papaioannou a Pina Bausch. “Hay un bailarín francés, Olivier Dubois, que trabajó para Jean Fabre, y él engordó y empezó a bailar con sus kilos de más. Cualquier otro se hubiese retirado o se hubiese dedicado a coreografiar. Le conocí hace diez años y me impresionó”. Velasco se ha enfrentado también a las barreras de género. A esa idea medio asumida de que la danza es para niñas. “Si yo de pequeño hubiese tenido referentes masculinos o hubiese visto otro tipo de cuerpos en la danza, hubiese estudiado Conservatorio, pero como veía que no sucedía, pensaba que no era posible y no se me pasó por la cabeza. Después, más tarde, estudié Arte Dramático y trabajé mucho la danza teatral alemana”, explica.
“Aquí los chicos estamos relegados a ser otra cosa”. Del mismo modo en que nadie nace con un gen de filia por el fútbol -pero se crea la pasión por lo que ve a su alrededor-, Velasco insta a inculcar ese mismo amor rabioso, fiel, casi irracional, por el arte. “Ya sea danza, teatro, poesía visual, exposiciones… quiero ver aquí ese ímpetu”. Él tiene esa raza. Basta con verle en acción o escucharle hablar. No podría dedicarse a otra cosa.