Si alguien duda de que Madrid es una ciudad diversa, llena de contrastes, de extremos que se entremezclan en medio de una armonía inverosímil, tendría que haber trasnochado un poquito este viernes en el centro de Madrid. Puro cortocircuito. En cinco escenarios al aire libre, miles de personas celebraban el Orgullo LGTBI, o World Pride. En 21 puntos de todo Madrid, entre ellos 15 pantallas al aire libre, se retransmitía al mismo tiempo una conmovedora versión de Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, que lleva más de un siglo representándose en todo el mundo.

Los asistentes al World Pride eran mayoritariamente chicos jóvenes que cantaban, bailaban y gritaban con Azúcar Moreno, OBK, Chumina Power y numerosos dj’s. En la plaza de Oriente, miles de personas seguían con el corazón en un puño las emociones expuestas de Cio-Cio-San, más conocida como Madama Butterfly, protagonista de la ópera interpretada por la soprano Ermonela Jaho. Según el Teatro Real fueron entre 4.000 y 5.000 en la plaza de Oriente y más de 8.500 en todo Madrid.

Los que seguían la ópera lo hacían en medio de un silencio sepulcral, casi místico, verdaderamente insólito. Si algún espectador comentaba algo en voz alta, otros le mandaban callar. Cuando la orquesta paraba no se escuchaba ni una mosca. Pasaban las 23:00 y allí estaban, pese a la bajada de las temperaturas, amantes de la ópera, turistas y más de un asistente al Orgullo. El motivo eran las desventuras de Madama Butterfly, una geisha japonesa que se casa enamoradísima con un teniente de la marina de EEUU, pero que después sufre por su amor hasta darse cuenta de que para él sólo era un divertimento, una aventura sin importancia a miles de kilómetros de casa. El matrimonio no significaba lo mismo para ambos. 

Más o menos cuando Marta Sánchez saltaba al escenario y cantaba Soy yo ("la que sigo aquí, soy yo, te lo digo a ti"), Ermonela Jaho cantaba Un bel dì vedremo, una de las arias más estremecedoras e icónicas de la historia del bel canto. En ella, Butterfly, tres años después de ser abandonada por su marido, se imagina su vuelta y el reencuentro ("estaré escondida, un poco por broma, y un poco por no morir nada más vernos").





Teatro Real





Son muchos los motivos por los que esta Madama Butterfly merece la pena. Para empezar, por la puesta en escena de Mario Gas, que convierte este drama amoroso en una película de los años 30, rodada en directo y que los espectadores dentro del teatro pueden ver en una pantalla al mismo tiempo que ven el escenario. El cine acerca un drama que en otras ocasiones depende demasiado del efectismo de elementos orientales que aprovechan que acción transcurre en Japón. Pero también hay algo de voyeurismo en el hecho de rodear emociones tan profundas de cámaras que forman parte del espectáculo. Ese teatro dentro del teatro, esa impúdica exhibición de lo más íntimo está en sintonía con las retransmisiones de masas y la apertura de la ópera a nuevos públicos.

Ermonela al desnudo

La puesta en escena de Mario Gas no es nueva -se estrenó en el Teatro Real en 2002 y se repuso después-, pero sus imágenes siguen vigentes y funcionan. El escenario, hecho de plataformas móviles, es al principio una elegante casa japonesa. Después, se transforma en una cárcel.

Lo más conmovedor de esta producción es Ermonela Jaho, la soprano albanesa que se desnuda emocionalmente sobre el escenario. Derrocha una pulsión dramática muy poco habitual. Es difícil ver a una actriz cantar tan bien y a una cantante actuar tan bien, por lo que Jaho hace honor a la ópera como arte total.

Psicológicamente, su personaje no evoluciona demasiado, pero el rostro de la soprano pasa por todas las etapas: el orgullo, la impaciencia, la esperanza, la incredulidad, el dolor, la desesperación y la muerte, escogida con una daga que ella misma se atraviesa en el pescuezo antes de desplomarse. Mientras, su hijo de tres años ondea una bandera de EEUU frente a un enorme barco al mismo tiempo que su marido, el teniente Pinkerton, se arrepiente demasiado tarde del daño causado. 

Ermonela Jaho, en el suelo durante Madama Butterfly. Javier del Real / Teatro Real

Trabajadores del teatro aseguran que el coro lloraba tras el escenario mientras cantaba Jaho. Prácticamente todo el teatro se puso en pie al acabar para aplaudirla mientras ella sollozaba, rendida en el escenario tras el ímprobo esfuerzo. En su camerino, justo después de acabar la función y con el rimmel corrido, saludaba a sus fans en kimono, destrozada y con los ojos llorosos. Algunos simplemente la abrazaban en silencio, sin palabras. Les costaba pedirle una foto. Otros acertaban a decir "gracias". 

Tres horas sin partitura

El director musical, Marco Armiliato, cumple con creces su papel. En las casi tres horas de música que él dirige de memoria, sin partitura alguna, sabe guiar a la orquesta, sin estridencias, sin grandes riesgos, pero con solidez. Y, sobre todo, acompaña a los cantantes, seguros de que en el foso tienen un aliado que está con ellos y se preocupa por lo que pasa sobre las tablas. El tenor Jorge de León cumple con pasión (a veces un poco roma) el papel más ingrato, pero el público apreció más al cónsul, el barítono Ángel Ódena, y la sirvienta Suzuki, la mezzosoprano albanesa Enkelejda Shkosa.

Sáenz de Santamaría, junto a Méndez de Vigo durante la proyección de Madama Butterfly. EFE

La representación en el teatro fue conmovedora. Fuera, cuatro ministros (Soraya Sáenz de Santamaría -acompañada por su marido-, Íñigo Méndez de Vigo, Rafael Catalá y Álvaro Nadal), que se sentaron entre el público en vez de en el patio de butacas. Este viernes, el espectáculo también estaba fuera. Pero la obra llegó a buena parte de España a través de 250 puntos en todo el país, desde pueblos pequeños a grandes ciudades. El Real calcula que la siguieron 120.000 a través de estas pantallas. TVE, que la retransmitió por La 2, congregó a 335.000 espectadores. En internet, Facebook Live la ofreció en directo y en Twitter fue tendencia, o trending topic.

El éxito de la iniciativa ha llevado al Real a buscar desde este lunes la manera de retransmitir más óperas en los Ayuntamientos o centros culturales que lo soliciten y tengan una pantalla y una conexión a internet de cierta calidad, para así crear una red de distribución de ópera que compense la limitación de butacas en el escenario y sus precios, no al alcance de todos.

Espectadores en el pazo quiñones de León, en Vigo. Teatro Real

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