Una pareja de clase media nos sonríe desde los focos televisivos. “Media alta”, puntualiza ella, en el cuerpo de Marta Calvó. “Media baja”, espeta, a la vez, él, que es Alberto San Juan. Se miran contrariados, como disculpándose. “Alta, alta”, remata el marido, sacudiéndose el bochorno. Cuentan que viven en una zona residencial. Jardín, piscina, un espacio para los cumpleaños de los niños. Tienen dos críos. Preciosos. “No son casas unifamiliares”, señalan. Dejaron su casa del centro. La basura, ya saben, el ruido. No son banqueros -explican, apurados-, sino empleados de la banca. “Que casi da un poco de vergüenza hoy día, ¿no? Decir que trabajas en un banco”. Ella aprieta los dientes. “También tenemos un vecino que es policía y no lo dice”.
La pareja encarna, conforme avanza Masacre. Una historia del capitalismo español (Teatro del Barrio, del 12 al 27 de septiembre) la deconstrucción -mejor, la decadencia- de la impecable familia de clase media: se van extirpando las hipocresías, les van luciendo los complejos, salen a flote -qué disgusto- los gusanos que habitan el pastel. Él la ha engañado con la vecina. Ella lleva un año en paro y no lo dice por vergüenza. No pueden mudarse. No tienen dinero. A dónde van a ir: bastante que ya pagan su casa de extrarradio, su pequeña cárcel disfrazada de parque de atracciones. Resultó que no era tan bella. Que no estaban tan bien. Que no eran tan felices.
No pueden mudarse. No tienen dinero. A dónde van a ir: bastante que ya pagan su casa de extrarradio, su pequeña cárcel disfrazada de parque de atracciones
No están solos. Les acompañan las voces políticas y económicas de nuestra historia reciente que nos conforman como quienes somos: un país empobrecido, hijos de un sistema que aprieta y a ratos ahoga. La memoria de la obra teatral arranca en un primer tramo, de 1857 a 1936, con el Conde de Arteche -presidente del Banco de Bilbao, que hoy es la BBVA- y Carmen de Burgos -primera mujer contratada en España como periodista profesional-. Después, en la fase de 1931 a 1939, habla Indalecio Prieto, ministro de Hacienda.
En la dictadura charlan el padre Escrivá de Balaguer y el caudillo, Francisco Franco. En los cincuenta -durante el primer milagro de la economía española-, aparece José Luis Arrese, primer ministro de Vivienda en la Historia de España. “Cada familia española va a poder comprar un hogar”, dice. “Vamos a consolidar la paz sobre la base de la propiedad privada”.
En los sesenta, la prosperidad y el conflicto. José Banús y Gunilla Von Bismarck. Él acaba chupándole los zapatos. En los setenta, Emilio Botín habla de crecimiento, pero anda preocupado porque “se cree un poder en la calle”, y Adolfo Suárez le tranquiliza mencionándole los Pactos de la Moncloa. Entre los ochenta y los noventa, quienes conversan son Carlos March Delgado y Esther Koplowitz. La expo del 92. Aznar. Victoria Prego. Robe Iniesta.
La élite económica
A Alberto San Juan, autor del texto, le preocupan dos cosas en teatro. La primera es aburrir, la segunda es ofrecer verdades cerradas. “Como lo hicimos con El Rey hablando de monarquía, como lo hicimos con Bárcenas acerca de la corrupción de los partidos políticos, en Masacre tratamos de saber un poco más sobre cómo se han formado los poderes económicos principales en España, desde cuándo están ahí y quiénes son”, explica a este periódico.
Al mirar hacia atrás y comprobar los datos, uno entiende que “son grupos reducidos, de unos pocos centenares de familias, los principales propietarios del poder económico, y llevan aquí 100, 150 años: difícilmente quien está en el poder económico sale fuera”, apunta. Otra de las conclusiones indiscutibles que se extrae de la obra es que “las decisiones las toma el Gobierno, pero muy condicionado por los intereses de los poderes económicos, que, de hecho, tienen representantes directamente en el Gobierno, como Pedro Morenés, ex ministro de Defensa, que venía de la industria privada de vender armas, o tantos otros”.
Las decisiones las toma el Gobierno, pero muy condicionado por los intereses de los poderes económicos, que, de hecho, tienen representantes directamente en el Gobierno, como Pedro Morenés o muchos otros
Masacre distribuye las culpas. Si quieren, las responsabilidades. No pone el foco sólo en la labor política. “A los empresarios apenas se les juzga”, añade San Juan. “Son difícilmente perseguibles, también porque los medios de comunicación están financiados por ellos”. Saboreando el último poso del texto de Masacre, uno se pregunta si nuestra banca es franquista. “El empresariado durante la dictadura fue muy franquista, no la pequeña y mediana empresa. “Las grandes constructoras de hoy, los grandes bancos de hoy, las grandes eléctricas, las grandes empresas, en definitiva… son tan grandes gracias al franquismo, sinceramente”, explica.
España y la fobia a la pobreza
“La República es un momento en el que se pone en cuestión la propiedad de la tierra y de los medios de producción, no tanto por parte del Gobierno republicano, pero sí por gran parte de la población. A través de sindicatos como CNT y UGT, el debate estuvo sobre la mesa. El franquismo es una reacción a eso: a la posibilidad de construir la economía sobre la idea del bien común y no sobre la idea del beneficio privado”.
¿España es un país aporofóbico? ¿Quién inculcó esta vergüenza a la hora de reconocer la propia pobreza? “Sí, totalmente. La responsabilidad de esta vergüenza que nos da ser pobres la tuvieron los primeros gobiernos del PSOE, especialmente la primera etapa de Felipe González, donde se fomentó una cultura o incultura del beneficio material individual como horizonte en la vida, el hacerse rico, el ¡todos podemos! Eso es el nuevo socialismo. Y pa’lante, no seas tonto. Hemos basado el ser en el tener… y hemos perdido mucho”.
Felipe González fomentó una cultura o incultura del beneficio material individual como horizonte en la vida, el hacerse rico, el ¡todos podemos!
¿Cree que es posible una España sin clases sociales, como proponía Adolfo Suárez en una de sus intervenciones de la obra? “Yo creo que no pueden acabarse las clases sociales por la vía de que todo el mundo se convierta en un especulador”, repone el dramaturgo. “Se pueden acabar si se termina con la división del trabajo entre propietarios y trabajadores, y los trabajadores se convierten también en propietarios. Creo en la propiedad colectiva y en el bien común, eso sí, una propiedad no necesariamente estatal, que eso es muy peligroso, pero sí en la propiedad comunal, cooperativa”.
La dictadura del proletariado
Hablemos de soluciones. De otras vías. ¿Cuál es la alternativa sana al capitalismo? ¿La otra posibilidad es el comunismo, o hay algo más? “No, no. No creo en la dictadura del proletariado para nada. Creo en el horizonte del comunismo, sin Estado y sin clases, el mismo horizonte anarquista. Pero hay que inventárselo, y no podemos inventarlo si no experimentamos. Ahora hay un camino en marcha que es la economía solidaria, las cooperativas de consumo al margen del Ibex35. Échale un ojo a mecambio.net”, recomienda.
Las doctrinas históricas que sirven para la emancipación son el anarquismo, el comunismo y la socialdemocracia, pero no me definiría en ninguna de ellas como tal, porque me dan igual las etiquetas, las banderas y los títulos
¿Es un estigma, en la España de 2017, identificarse como comunista? “Sí, porque se nos ha dicho durante 40 años que el comunismo era el diablo. Yo creo, desde luego, que las doctrinas históricas que sirven para la emancipación son el anarquismo, el comunismo y la socialdemocracia, pero no me definiría en ninguna de ellas como tal, porque me dan igual las etiquetas, las banderas y los títulos. Me interesa la idea del bien común y la de basar nuestra felicidad no sólo en el beneficio material, sino en las experiencias de alegría. Claro que si están cubiertas las necesidades básicas… es más fácil vivir con alegría”.