“Las obras se escriben con el cuerpo”, dice la bailarina y coreógrafa Luz Arcas, que habla de la perfección de la precisión de la palabra dibujada con los cuerpos de las intérpretes que actúan con ella en La Phármaco. La compañía ha cumplido siete años y está escribiendo el presente y el futuro de la danza contemporánea española. Desde hoy lunes, al sábado 23, muestran todos sus trabajos en la sala Cuarta Pared (Madrid), incluyendo Miserere, su última creación, obra cumbre de su trayectoria.
“Nos cuesta definirnos y situarnos en un contexto, porque lo que hacemos no se ha hecho, ni se hace. No es habitual que se recurra a trabajar con la literatura universal o personajes literarios en la danza. Tampoco se suele recuperar el acto político escénico y para nosotros es muy importante. La escena debe cumplir con una función política y social”, añade Luz. Lo híbrido está de moda, lo que no ha interesado tanto es investigar sobre la profundidad de las raíces en las que se ancla la actualidad.
Aunque el cuerpo nace del verbo antes de subir a escena, la palabra se somete al cuerpo cuando está ahí arriba. La danza de esta compañía tiene privilegio. “Nuestros cuerpos hacen lo que pasa antes de la palabra y en nuestras obras la palabra aparece cuando el cuerpo ha ido al límite”.
Luz y Abraham Gragera, poeta y dramaturgo, conversan, leen y construyen con conceptos que se pegan al músculo. El autor explica que la evolución de sus montajes se ha levantado a partir de unas obsesiones estéticas y conceptuales. Al fondo, siempre, su preocupación humanista. Para ellos el arte es una ceremonia y en ella la danza lleva un sustrato intelectual fuerte. “Capaz de abordar los problemas de la condición humana, saltándose los clichés de la actualidad”. Hablan del presente desde el mito y la antropología.
Palabra dentrometida
“El cuerpo es intelectual. No necesito ilustrar nada con el cuerpo. Los huesos sostienen historia y tienen contenido, no necesitan ilustrar, basta con que se manifiesten”, apunta Luz. De ahí que el proceso de creación sea muy físico, a pesar de que no trabajan con el espejo. “Trabajamos hacia adentro”. El músculo empieza en la palabra.
Cuando resumen la poética que les interesa, señalan la incapacidad del ser humano para comprender sus propias experiencias. Quizá ese sea el motivo que les invita a huir de estilos propios, de etiquetas formuladas y de muletillas estilísticas. El lenguaje está al servicio de la obra. ¿De dónde viene el nombre de la compañía? “La esencia de los mitos es la víctima sacrificial, es decir, el phármacon o chivo expiatorio”.
Una catarsis intelectual
Apelan al público desde la referencia. No quieren muertos vivientes en el patio de butacas: “El público no es un lactante que se traga todo lo que soltamos. Apelamos a él”. Y lo hacen desde obras que forman parte de nuestra tradición. No les importa que el público sepa lo que ocurra, “nos interesa la representación y la catarsis que debe atravesar”. Luz dice que la obra de danza “se debe padecer, no ilustrar”. Ese padecimiento es el que provoca la empatía con el público.
No quieren convertir su experimento en algo elitista, quieren que el cuerpo baile con el intelecto. Tampoco quieren sólo gesto, huérfano de reflexión. Lo envuelven todo de austeridad y tinieblas. No es una compañía de luz, color, algarabías y pompas. Ellos trabajan en las sombras. Son tenebristas como el barroco más austero. No tanto el gesto desgarrado de Caravaggio, como el espacio vacío de Velázquez. Piensen en el Pablo de Valladolid del pintor sevillano, y a ese personaje moviéndose en la nada, gesticulando en un espacio sin referencias. “Entendemos la luz como un personaje dramático, más que elemento ilustrativo y embellecedor”, cuenta Abraham. Tiempo, luz, cuerpo, silencio y vacío. Eso es La Phármaco, una revisión barroca de la plástica de los miedos contemporáneos.