El 'Calígula' de Mario Gas advierte: la ultraderecha vacía al pueblo
- La versión de la obra de Albert Camus se ubica en una Europa de los años 30 donde el nacimiento del fascismo aleja al pueblo de sus gobernantes.
- Pablo Derqui, intepretando al tirano romano, copa el protagonismo de la función con una actución absurdamente elogiable.
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Los hombres mueren y son infelices, es la verdad "absurda" a la que se abraza Calígula tras la muerte de su hermana/amante Drusila para tratar de justificar lo imposible, la constatación dramática de una simple (y dolorosa) realidad. Él representa la figura de un dictador loco, un tirano que recurre al asesinato como solución para sus preguntas carentes de respuestas empíricas, a la humillación de sus súbditos sin importarle que estalle una rebelión para derrocarlo. Su objetivo, alterar el discurrir natural del mundo.
La obra la escribió Albert Camus en 1939 para tratar de comprender la filosofía de lo absurdo y sus etapas: la experimentación, la interpretación de las experiencias y la condición inadecuada de las soluciones que se ofrecen. La adaptación al teatro, dirigida por Mario Gas y con Pablo Derqui interpretando al emperador romano descrito por Suetonius, llega ahora al Teatro María Guerrero tras estrenarse en el Festival de Teatro Clásico de Mérida.
Calígula se convierte en un dictador y acaba envenenado por los vicios del poder, impotente ante la utopía de hacerse con lo imposible, como poseer la luna. Es lo que define como felicidad demente. La razón de existir, el amor, los límites de los gobernantes polítcos o la arbitrariedad de las decisiones quedan en segundo plano ante la potencia de una sola palabra: nada, sobre la que se estructura buena parte de las conversaciones made in Camus del tirano con sus súbditos, todos ellos condenados por se inferiores.
Gas, cuyo sello personal se identifica a la perfección en varias rupturas dramáticas, con guiños a la música y al cine, que beben del teatro de lo absurdo, define la obra de Camus, premio Nobel de Literatura en 1957, como un "texto magnífico, profundo, inclasificable y turbador. No se trata ya de la descripción de un tirano y de las consecuencias que sus acciones provocan en sus súbditos. Hay más. Mucho más. Un texto existencial y políticamente incorrecto que sigue arrastrando sus preguntas hasta ahora mismo, al borde de la actualidad".
Y además, enroca la obra, según el director, con las nuevas corrientes extremistas que se extienden por todo el mundo: "En el aspecto conspirativo de Calígula están muchas de las claves de muchos ordenamientos políticos que están jodiendo a los súbditos en muchas latitudes del globo terráqueo en estos momentos". En este sentido, ha relacionado la obra con la extrema derecha y "la sensación de vacío existencial total que puede torcer todo y llegar hacia un despotismo (...) El espectador se siente un poco tocado porque piensa en las conexiones".
La actuación de Pablo Derqui, interpretando al eperador sin escrúpulos que a pesar de amasar el máximo poder no es capaz de alcanzar nada de lo que pretende, es de una fuerza tremenda: escorzos físicos e intelectuales que van in crescendo; todo gira en torno a su figura. Transmite tanta fuerza y sentimientos el actor que sus discursos existencialistas y dicotómicos hiptonitazan al público, que aplaude a rabiar al término de la función.
El vestuario, de la mano de Antonio Belart, resulta peculiar al tratarse de una obra de teatro clásico. Según Gas, Camus "pidió que sus Calígulas no fueran vestidos con togas romanas pero nadie le hizo caso". "Yo creo que en un texto tan conocido como Calígula, en esa especie de despojamiento de méritos ornamentales, hemos buscado un época de entreguerras de los años 20 y 30, en el nacimiento de los fascismos italianos. Hemos pensado que eso le da una cierta universalidad y que estamos hablando de la existencia del hombre occidental". Lo blanco y lo negro; el traje y los zapatos de charol.
Tras la irrupción de Vox y el debate político abierto sobre la ultraderecha en España, este Calígula viene, más que nunca, a mostrar las consecuencias que puede tener la desafección del pueblo por la cosa pública.