El dramaturgo Adolfo Marsillach (1928-2002) creía que “las inmoralidades son cuestión de estética, porque los desnudos hermosos son decentísimos y los feos, inmorales”. Y sabía diferenciar, en la política, “entre los pecados de los hombres y la limpieza de las ideas”. Era demasiado prudente como para pensar que el teatro podía transformar la sociedad pero suficientemente apasionado como para estar convencido de que existía una posibilidad de ayudar a despertarla.
Le gustaban los actores “que dan la sensación de ignorar lo que van a decir en la frase siguiente”, y sentía el teatro como “una aventura, un vértigo, una atracción”: no soñaba con ser millonario ni popular. “Si llego a serlo no me consideraré del todo responsable”, guiñaba.
Decía que Maragall, Verdaguer y Rusiñol eran “rabiosamente” suyos, pero que también le pertenecían Cervantes, Quevedo y Lope. “He sido educado en una idea universalizada de la cultura y, por muy pequeño que sea el universo -que sí, que lo es-, me niego a empequeñecerlo todavía más. En el fondo de mi corazón sólo considero compatriotas a quienes leyeron los mismos libros que yo he leído. Lo demás, como dijo Shakespeare, es silencio”. Ahora se reedita su Teatro Completo (Punto de vista Editores, por Pedro Villora), un libro que reúne Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, Mata-Hari, Proceso a Mata-Hari, Se vende ático, Feliz aniversario, El saloncito chino, Extraño anuncio y Noche de Reyes sin Shakespeare.
Cuenta Blanca Marsillach que su padre era “el Almodóvar del teatro”: “Cómo entendía las cosas cotidianas y cómo las plasmaba con ironía y ternura. Le interesaban, fundamentalmente, las relaciones humanas. De hombre y mujer, entre amigos… siempre daba su toque de crítica social, política o cultural. Recuerdo cómo se metía con los productores que te cambian la obra y te meten cosas que no tienen nada que ver. Siempre estaba riéndose de sí mismo y siempre dándole vueltas a las cosas, con un distanciamiento inteligente”, relata.
Empoderar a la mujer
Destaca Marsillach hija la devoción de su padre por los personajes femeninos. “¡Tenía tanto amor por las mujeres…! Las entendía muy bien. Esas reflexiones de las mujeres cuando llegan a los 30 o los 40: el pensamiento del ser femenino respecto a los hombres, respecto a una sociedad un poco machista”, comenta. “Las mujeres éramos más listas y más atractivas que el hombre, y mi padre prefería actrices a actores. Él sabía que las mujeres estamos capacitadas para desempeñar todo lo que hace un hombre, incluso varias cosas a la vez. Las mujeres para él eran un instrumento más refinado y que producía unos sonidos mucho más armoniosos que los de un hombre. Con mujeres componía las historias de las formas más divertidas y atrayentes”.
Recuerda la serie La señora García se confiesa: “Una mujer divorciada en aquella época, los diálogos tan atrevidos, tan a favor de la libertad de expresión, de la sexualidad… mi padre siempre llamó al pan, pan, y al vino, vino, y sedujo al público con otras maneras de vivir aquella España tan negra”. Subraya que Marsillach se adelantó 30 años a la visión teatral del país y cree que, si hoy viviera, la causa social que más le ocuparía sería la de “ayudar a la mujer, hacerla llegar al poder”.
Carta al padre
En la presentación de estas obras completas, su hija ha leído un emotivo texto sobre sus recuerdos paternos: “En las tardes de invierno como hoy, a papá le gustaba sentarse a escribir en el salón, al calor de la chimenea Nosotras le mirábamos y guardábamos silencio, porque sabíamos que estaba haciendo algo importante y no podíamos molestarle (…) Me acuerdo de su letra: escribía siempre a mano, con una letra muy pequeñita… y nos leía los textos, hacíamos lecturas en casa y muchas veces terminábamos llorando de la risa, porque eran divertidísimos. Él tenía un sentido del humor muy inglés, se reía hasta de su sombra”.
Cuenta algunas de sus anécdotas trabajando con él. “No era sencillo ser actriz y la hija de Adolfo Marsillach (…) Me faltaba la libertad y, de paso, la paciencia que tenía con otros intérpretes. El deseo, justificable, de que ‘los tuyos’ sean los mejores, se mezcla con la necesidad de disipar cualquier sospecha de que se les ha contratado por ser de tu familia (…) Yo lo pasaba fatal porque era muy exigente”. Pero eran más los recuerdos agradables. “Me animaba, me decía que tenía mucho talento, una gran vis cómica. Y era, sobre todo, un hombre muy tierno, un gran romántico”.
Clausura su homenaje así: “Me siento muy orgullosa de poder llevar su apellido y de poder mantener su legado, siquiera con el pequeño granito de arena que es el proyecto social que impulsamos desde la compañía Varela-Marsillach con el apoyo de la Obra Social La Caixa. Donde quiera que estés, papá, espero que te sientas orgulloso de mí como yo lo estoy de ti”.