A Antonio Salieri le pasa en la película Amadeus. Cuando el compositor italiano, coetáneo de Mozart, recibe en los últimos compases de su vida la visita de un sacerdote, decide interpretar para él varias de sus melodías más famosas. Al joven cura no le suena ninguna. Luego, sin decirle de quién son, le toca otras del autor de La Flauta Mágica, Don Giovanni o Las bodas de Fígaro. El religioso se queda maravillado hasta que Salieri, un músico reputado en la Viena de finales del XVIII pero superado por el genio de Mozart, le aclara que él no es el autor. Menudo chasco. Para ambos.
Muchos compositores de todas las épocas sufren a menudo este tipo de momentos Amadeus, eclipses en favor de otros. Le ocurre en la actualidad al propio Mozart con óperas como Idomeneo, poco conocida para el gran público en comparación con sus grandes éxitos, representados continuamente en todas partes. Y, sin embargo, esta obra que Mozart compuso con 25 años es la favorita de Robert Carsen (Toronto, Canadá, 1955), el prestigioso director de escena que ha creado y dirigido la producción que se acaba de representar en el Teatro Real y que se ha podido ver en Madrid antes que en los tres teatros coproductores.
Carsen ha visto en ella un telediario. La trama no se desarrolla en la Grecia clásica sino en un mar Mediterráneo donde vagabundean los refugiados frente a unos europeos que prefieren desentenderse. Idomeneo, el general griego que ha vencido a los troyanos, no es capaz de ver en ellos un pueblo con el que pueda convivir. ¡Grecia para los griegos! Lo mismo le pasa a la joven Elettra, enamorada de Idamante (hijo de Idomeneo), que a diferencia de los anteriores, lo primero que hace es liberar a los troyanos, con los que quiere vivir en paz. Tanto es así que se enamora de Ilía, una joven troyana y, en la versión de Carsen, refugiada llegada a las costas griegas. El amor entre ambos acaba triunfando y acaban convirtiéndose en los líderes de un pueblo mestizo que reconoce y respeta la diversidad como base para la convivencia.
Ahí el milagro. Una trama basada en hechos fantásticos de la Grecia clásica cobra vida con la música de Mozart en 1781 y descoloca al espectador de 2019 cuando es repensada. No importa cuándo leas esto. La migración, el nacionalismo o la diversidad siguen siendo, pasen los años que pasen, carne de cañón.
¿Qué le interesa de Idomeneo?
Es de mis óperas favoritas y hace tiempo que la quería hacer. Por los asuntos de los que habla y por cómo está escrita, es un enorme logro de Mozart, no sólo para el momento para el que fue compuesta sino hoy, que es lo verdaderamente importante. Lo mismo pasa con El Oro del Rin, de Wagner [la producción de Carsen pasó en enero por el escenario del Teatro Real], que gira en torno a la naturaleza, sus advertencias y su destrucción. Esa otra producción es de hace 20 años y podemos decir que los problemas que trata han ido a peor. Siempre me intereso por cómo podemos sacarle todo el jugo a lo que quisieron los compositores y libretistas de manera que signifiquen algo para nosotros hoy. Si no, esto no tiene sentido. Además, a diferencia de algunas comedias, las óperas de Wagner o Idomeneo, de Mozart, están directamente ligados al origen religioso de los teatros y a la experiencia de la catarsis.
¿Qué conexiones hay entre Idomeneo, estrenada en 1781, y El oro del Rin, de 1869?
Hablan del lugar del hombre en el mundo. Idomeneo es un fresco, una obra épica sobre la guerra, sus consecuencias y los que se quedan en medio. La obra comienza con dos fuerzas enfrentadas durante muchos años [griegos y troyanos]. Podría tratarse de cualquier guerra, también de una actual. Estamos en un momento muy peligroso para el mundo. Vemos los horrores de la guerra, crisis de refugiados como resultado, el aumento del nacionalismo...Hay un pensamiento viejo que se opone a uno nuevo. Se ve en el personaje de Idomeneo: un gran hombre con muchos defectos. Pertenece a una vieja generación de generales que se han dedicado a la guerra. La siguiente, la de su hijo Idamante, mira al mundo de una manera diferente y busca la paz. Lo primero que hace es liberar a sus prisioneros y todo el mundo se queda en shock.
Su obra habla del egoísmo, del nacionalismo, de la falta de respeto a la diversidad. Se trata de sentimientos ambivalentes. También los hay que no se quieren integrar, que no se fían de la sociedad en la que en teoría quieren vivir.
Para ambos bandos es cómodo vivir en sí mismos. "Grecia para los griegos", dicen ellos. Los troyanos se preguntan: ¿podemos fiarnos de los griegos después de lo que nos hicieron? Cuando Idamante libera a los troyanos y les ofrece convivencia entre las dos culturas, ellos se dan cuenta de que son libres, pero están en Creta, muy lejos de su hogar, que ha sido devastado. ¿Qué significa la libertad para ellos? La paz es, en ese sentido, un elemento importante. Por eso quise tener muchos actores sobre el escenario que fomenten un sentido de comunidad.
¿Cuándo comenzó a pensar en esta producción?
Cuando hablé con el Teatro Real no sabía exactamente cómo la iba a hacer. Nunca voy más allá hasta que sé que estoy haciendo algo en algún sitio, pero la imagen del Mediterráneo es hoy muy potente y surgió pronto. Sólo hace falta mirar a las imágenes de Lampedusa o Lesbos, cuánta gente escapa de la guerra y la prostitución llegando a Europa en barco. La historia no es exactamente la misma, claro, porque aquí los troyanos son tomados como esclavos, pero se trata de un mismo sentimiento de desplazamiento. En Idomeneo, todo el mundo es infeliz y está descolocado. Ilia y Elettra, en realidad, son bastante parecidas. Las dos son de buena familia, la han perdido toda y quieren empezar de cero.
¿Quién está en lo cierto y quién está equivocado? En la producción se expresa una clara dicotomía entre lo viejo y lo nuevo, la generación de la guerra y la de la paz, de la intolerancia y la diversidad.
No veo mi papel como el de alguien que tiene que decirle a la gente qué pensar. Lo bueno es hacerse preguntas y que cada uno las responda. La ópera presenta un amor correspondido entre Idamante e Ilia, pero Elettra no debe ser demonizada. Es una mujer maravillosa, llena de pasión a la que Ilia describe con gran humanidad. ¿Correcto o incorrecto? Puedes contar cualquier historia y todo el mundo que se acerque a ella y la interprete puede estar en lo cierto. Es una de las cosas que tenemos que aprender. No debes pensar que tú la has interpretado bien y los demás, no.
¿Encaja en Idomeneo la actual posición de la UE y de EEUU sobre las migraciones?
En un momento, Elettra le dice a Idamante que está ofendiendo a toda Grecia al proteger al enemigo. Idamante le responde que sería mejor para Grecia si pudiera permitirse ver feliz al enemigo que ya ha sido vencido. Él cree que los vencedores tienen la obligación de integrar a los vencidos. Idomeneo, su padre, está muy preocupado por la situación, tanto por la de Grecia como por la suya propia. Él es egoísta y promete a la naturaleza sacrificar a la siguiente persona que vea con tal de salvarse él. Es decir, que siempre que él esté bien, le da igual a quien matar. El destino hace que a la persona a la que ve es a alguien muy parecido a él mismo [su hijo Idamante], por lo que de alguna manera tiene que matarse a sí mismo. Sólo los griegos pueden idear algo tan enorme como eso.
Él es, al mismo tiempo, víctima de sí mismo y verdugo de otros. Se ve cuando aparece el monstruo marino, que usted representa como la sombra del propio Idomeneo, como si el personaje llevase el demonio dentro.
El monstruo es la guerra, que los devora y destruye a todos. Idomeneo, como general, lo representa bien. De lo contrario, lo que estaríamos haciendo es ciencia ficción. Además, la presencia de distintos dioses representa unas creencias. Da igual que estemos hablando de Júpiter o Neptuno, porque creer en algo sobrenatural es atemporal y nos lo entendemos todos. El mar puede representar la ira en el sentido en el que la naturaleza responde a lo que hacemos con ella. Y además, si hay algo que no perdonan los dioses griegos es la soberbia de Idomeneo, que victorioso en su campaña militar vuelve jubiloso a su casa, lleno de sí mismo, olvidándose de que Neptuno le estaría esperando para recordarle que no estaba por encima de los dioses y que es mortal.
Guerra, nacionalismo, refugiados… ¿Representa esta obra bien el momento actual?
He creado una producción en ese sentido. El Brexit me peocupa por el razonamiento que hay detrás. ¿Cómo es algo así posible después de la Segunda Guerra Mundial? No tiene sentido. Si se trata de un pensamiento exclusivamente económico, es muy preocupante. Detesto la idea de que cada país puede vivir por sí solo sin darse cuenta de que juntos somos más fuertes.
¿Por qué el nacionalismo siempre está de vuelta?
Porque somos incapaces de aprender ninguna lección. Nos mueve la avaricia y el propio interés. Nuestra posición de partida en tanto que individuos es el interés propio. Así es muy difícil pensar sobre lo que necesitan los demás. No es algo que necesariamente tenga que ver con la estructura del Estado y la oposición entre las sociedades capitalistas y las socialistas. Creo que hay algo más. Parece como si tuviésemos que llegar hasta el borde de nuestra extinción antes de darnos cuenta de lo que necesitamos. Pero entonces será demasiado tarde. Esto nos devuelve a Wagner y a la reflexión de cómo hemos tomado y utilizado todo como si fuera sólo para nosotros. El mundo sobrevivirá, pero nosotros no, fruto de nuestra propia destrucción a través del cambio climático y todo lo que lleva aparejado, aunque no seamos capaces de verlo en nuestra generación.
¿Por qué el hombre tropieza con la misma piedra tantas veces? ¿No debería la cultura servir como antídoto?
Desgraciadamente, esta era de redes sociales y dispositivos ha hecho un daño irreparable. Todo el mundo está aislado y artificialmente motivado. No sé si estamos en la era del #metoo (yo también, a mí también) o del #meme (yo, yo). Creo que esta cultura crea una enorme infelicidad, comparaciones artificiales sobre el éxito basadas en las apariencias o en el dinero, que son dos elementos inútiles. En vez de convivir con lo que tenemos, nos sentimos constantemente infelices, insuficientes, ineficaces, in, in in. Todo eso nos lleva a una gran frustración que hace que culpemos a los demás. Ahí es donde entra Idomeneo, una persona que no acepta los problemas que son su propia responsabilidad. Nunca debería haber dicho que a cambio de salvarse mataría a otra persona. Y, por supuesto, en el minuto en el que ocurre, se atormenta por ello, algo que va en contra de la creencia en el destino de la mitología griega.
Usted es más pesimista que la obra. Al fin y al cabo, Idomeneo tiene un final feliz, pero no hay ningún indicio de que las nuevas generaciones lo vayan a hacer mejor que las anteriores.
La producción es optimista sobre el futuro porque los dioses acaban por sentenciar que lo que viene después es amor y paz. Se dice claramente. No es lo que siento sobre nuestro mundo. No veo mucha esperanza en este momento. Lo que está pasando en EEUU con Donald Trump es una catástrofe. El circo que tenemos que vivir es una tragedia, además del daño a las instituciones y la total falta de respeto a la democracia. No me refiero a las políticas sino a la propia actitud. No se me ocurre ningún líder, al menos de países democráticos occidentales, que haya tratado así a las instituciones, que no son otra cosa que valor invertido por los ciudadanos. Con él, siempre estamos expectantes ante la última ocurrencia, sobre cuál es el último intento de llamar la atención de su majestad el bebé. No se puede trabajar en este mundo sin reconocer que eres parte de un todo, especialmente cuando se dice que el mundo ha empequeñecido porque todo está al alcance. Sencillamente no es cierto. No estamos más conectados ni más cerca. Lo bueno de una producción de ópera es que podamos debatir sobre estas cosas sobre el escenario.
¿La suya es una ópera sobre los refugiados?
Sí, hasta cierto punto. Hablamos de personas que sufren y mueren. Pero esta obra es más compleja, porque hay un monstruo, algo más grande, que te hace reflexionar sobre el sentido más global. Hay muchas más preguntas en este texto y mi trabajo es mostrar el subtexto siendo fiel al compositor.
No proyecta usted sus propias ideas sobre Mozart.
Eso es lo verdaderamente importante, porque Mozart diseña esta ópera casi como una película de cine en la que se van superponiendo diferentes tramas. Sin ir más lejos, la obertura desemboca en la primera escena, Elettra se va y aparece la tormenta… ¡Nunca nadie había visto nada parecido en la ópera! Los progresos dramáticos de esta obra para el género son impresionantes.
¿Por qué esta ópera no es tan famosa como La flauta Mágica, Don Giovanni o Las bodas de Fígaro?
Porque es una ópera seria. ¡Y es muy seria! Y tiene que ver con la oportunidad y el regalo de la catarsis. Pide más de ti que otras óperas y la recompensa no es inmediata. Pero si tuviera que escoger una ópera de Mozart, sería esta.
Peters Sellars prepara una producción de Idomeneo para el festival de Salzburgo y asegura que esta ópera de lo que va realmente es del cambio climático.
No es así en mi producción. Puedes ver la ira del mar de esa manera, pero a mí el desplazamiento y la guerra me parecieron argumentos más fuertes. ¡Tampoco podía poner todo en la producción! [ríe]. Es evidente que estamos contaminando nuestro hábitat, lo estamos destruyendo y eso nos pasará factura. Es algo sobre lo que yo he reflexionado en El Oro del Rin y en muchas otras obras. En esta hay una dicotomía importante entre lo viejo y lo nuevo y un monstruo que para mí representa la guerra y la necesidad de superarla logrando la paz, haciendo que los enemigos se vuelvan amigos. Es difícil, pero la música no tiene fronteras. Eso es lo bueno, que llega a todo el mundo y trasciende las nacionalidades. Me interesa la ópera desde el punto de vista del escenario, pero también de la audiencia y, sobre todo, donde ambas se tocan. No me gusta dar al espectador todo hecho. Tienen que trabajárselo un poco, sacar sus propias conclusiones y creer en ello.
¿Es esta una ópera de Mozart contra su padre? En ella se ve a Idamante, un joven que lucha por desarrollar un proyecto más moderno y abierto, eclipsado por un padre que lo condiciona mientras lucha contra sus fantasmas.
Es muy probable que los problemas con su padre tuvieran que ver en la elección de esta obra y la manera en la que compuso. Pero hay que recordar también que, en esta ópera, el padre quiere lo mejor para su hijo y hace todo lo que puede para protegerlo. Los conflictos de la obra se basan en que el padre no quiere matar al hijo. Hay un gran subtexto acerca de todo esto. Creo que, en muchas ocasiones, los creadores no son conscientes de todo lo que están haciendo. Parte de su trabajo lo dejan al instinto y aquí acaba habiendo para todos.