"¡¡¡Viva México!!!" En el patio de butacas, muchos de los espectadores que este sábado acudieron al Teatro Real gritaron por encima de sus posibilidades pulmonares. Un bis. Una actuación sobresaliente premiada por el público con sus aplausos y sus vítores. Las palmas duraron unos minutos, en este caso unos cuatro, pero muchos asistentes no lo olvidarán nunca. Sobre el escenario, de pie, completamente solo ante los 1.746 espectadores (no cabía un alma), sudando, estaba el tenor Javier Camarena en su única función de L'elisir d'amore, una divertida y célebre ópera de Gaetano Donizetti, estrenada hace dos semanas en la institución madrileña.
Algo mágico pasa en los teatros de ópera cuando un aria como Una furtiva lagrima es cantada de modo sobresaliente, como este sábado hizo Camarena. Al final, con las palabras mágicas ("Si può morir, si può morir d'amor", "Se puede morir, se puede morir de amor"), el cantante se quedó solo, sin orquesta, como manda la partitura. En las dramáticas pausas entre una y otra frase no se escuchó un alma. Ni un ruido. Nada. Los corazones palpitaban. El aire se espesó, con ese colchón grave que generan los aparatos electrónicos encendidos. Los asistentes contuvieron la respiración.
Luego llegó el final del aria, instrumentada apenas con un fagot, unos arpegios de arpa y unos pizzicato de las cuerdas. Camarena se sabe muy bien el papel, pero apenas había ensayado esta producción, en la que los cantantes están moviéndose todo el tiempo. Lo hizo en apenas un par de días y parecía que hubiese trabajado en ella un mes.
Para cantar la célebre aria, decidió salir al centro del escenario (y no al tejado de un bar de playa donde la cantó el tenor del estreno) y dio prueba de su voz ancha, carnosa, su energía punzante pero medida, sin excesos ni histrionismo, y sus dotes dramáticas, que mejoraron mucho el conjunto del espectáculo. En realidad, lo más sorprendente de Camarena, como de otros grandes artistas, es comprobar que son capaces de producir momentos sublimes para el público como si surgieran de manera natural y espontánea en sus cuerdas vocales. Como si ocurriera sin esfuerzo y no pudieran cantar de otra manera, a pesar de que esa tranquilidad sea el fruto de mucho trabajo y, a menudo, no pocos sacrificios.
Anatomía de un bis
Camarena interpreta al papel de Nemorino, un pobre diablo enamorado de Adina, una chica inaccesible. Al acabar su tema, se quedó de perfil, casi de espaldas al público, mirando al cartel del chiringuito de playa que el director de escena Damiano Michieletto ideó para esta producción. Entonces, llegaron los atronadores aplausos. En total, unos cuatro minutos de delirio, manos rojas y gargantas gastadas.
Primero, mantuvo su vista en el luminoso, como si nada. Si el público no hubiera seguido aplaudiendo, la obra hubiera seguido en ese momento, como de costumbre. Después, el tenor comenzó a bajar la mirada, a moverse hasta mostrarse de frente al público y, finalmente, sonrió ampliamente, haciendo enloquecer aún más a los espectadores.
Camarena no asumió rápidamente el bis sino que miró al director musical, Gianluca Capuano, que desde el foso, junto a la orquesta, ya le proponía repetir el tema. Después de la segunda furtiva, los aplausos volvieron a ser incesantes. La obra enfiló el final con otra brillante interpretación, esta vez de la soprano española Sabina Puértolas (la otra gran estrella de la noche), que también entusiasmó al público mientras ella, emocionada, se abrazó tiernamente a Camarena y lloró a moco tendido. La función ya se había convertido en una fiesta.
Tercer bis del cantante
Una furtiva lagrima es un aria icónica. El momento más emotivo de la ópera, cuando Nemorino se da cuenta que su amada Adina lo ama al ver cómo se le escapa una lágrima. Su felicidad es desobrante, hasta el punto de que podría morirse en ese momento, porque se sabe amado. Todo el mundo la conoce, ha escuchado alguna versión aunque sea un fragmento, un retazo en una película o en un concurso televisivo. Y, por eso, el público tiende a ser generoso en el aplauso. Pero eso no quiere decir que siempre pida un bis, que es algo excepcional en la ópera. En las ocho funciones que ya lleva esta producción desde su estreno el 29 de octubre, no ocurrió ninguna vez.
Es el cuarto bis en la Historia del teatro desde su reapertura en 1996. Eso sí, se trata del tercero del cantante mexicano en el Teatro Real. Los tres se los debe a la música de Donizetti, uno de los autores más destacados del bel canto en el que es experto. En 2014, Camarena se vio obligado a repetir una de las arias de La fille du regiment, donde regaló al público varios sonidos sobreagudos, concretamente nueve do de pecho. El año pasado, repitió junto a sus compañeros de reparto el famoso sexteto de Lucia de Lammermoor.
Camarena es ya un amuleto para el Teatro Real, que el miércoles celebrará una gran gala benéfica para la que aún quedan entradas. En diciembre se estrenará en el rol de Gualtiero en Il Pirata, de Vincenzo Bellini. El tenor se siente a gusto en Madrid y su capacidad vocal y escénica está fuera de toda duda. Los que lo conocen destacan, además, una gran humildad y calidad humana, poco habitual en divos de la ópera que conocen el éxtasis y lo provocan sobre el escenario.
"La ópera no es el hit del verano"
En una amplia entrevista con EL ESPAÑOL el año pasado, explicó el valor de un bis al hilo de los que ha protagonizado en el Real y la Metropolitan Opera de Nueva York. "Es un momento extraordinario en la ópera que rompe la secuencia escénica, pero cumple sobradamente la función de cualquier ópera: conmover de manera tal que no les baste que lo cantes una sola vez. Eso es lo que se debe lograr en el público porque es lo que mantendrá vivo al género".
En la charla, en la que habla de los aspectos más humanos de la ópera, revelaba que sus referencias han sido Alfredo Kraus, Luciano Pavarotti y su maestro Francisco Araiza. "Pero en ninguno de esos casos encuentro el tipo de canto que yo busco en la partitura y que crea un universo totalmente diferente, con un peso dramático mayor. Si trabajas eso, encuentras una atmósfera interpretativa y una variedad de colores vocales impresionante", explicaba.
"La música es para sentirla y vivirla", decía entonces. "El hecho de que composiciones que se han creado hace cientos de años sobrevivan siglos y sigan gustando al público, lo sigan conmoviendo, quiere decir algo. No son como el hit del verano, que tras escucharlo un mes estás harto". Camarena, en la plenitud de su carrera y consagrado como una estrella internacional, brilla en la noche madrileña y está llamado a perdurar.