¿Qué tiene en común la guerra de Siria y una antigua leyenda sobre dioses con el desfase de Las Vegas de dos jóvenes autores teatrales? A simple vista nada, pero el hilo que las une es radiografiar las entrañas del capitalismo, de la fiebre del oro, las ansias de dinero. La avaricia, al fin y al cabo. Es un hilo surrealista, desfasado y hasta delirante, porque así es como conciben el teatro Nao Albet y Marcel Borràs, dramaturgos creadores de Mammón, la obra teatral que se convirtió en fenómeno de masas hace un año y que ha regresado con el cartel de ‘todo vendido’ a los Teatros del Canal -hasta el 26 de enero-.
No es para menos, Mammón es de esas obras que confirman que hay mucho talento y mucho por decir en la escena española. Borràs y Albet juegan a la metaficción, a diferenciar lo que es verdad y es mentira, y presentan a dos actores (magníficos Irene Escolar y Ricardo Gómez) haciendo de sí mismos. Salen al escenario y le sueltan al público que Mammón no se va a representar. Calma. Es parte del juego. A partir de ahí comienzan a contar el proceso de una ambiciosa obra sobre la leyenda del dios Mammón y la guerra de Siria que llevó a Borràs al país y a crear un diario que ellos irán leyendo en alto.
Y de momento todo cambia, como una matrioska, aquella obra falsa (con cameos de Eduard Fernández y Carmen Machi y menciones a Jan Fabre) se convierte en otra cosa, en la huida de Borràs y Albet en una espiral de locura por conseguir el dinero para realizar Mammón. Recaerán en Las Vegas, donde un jugador profesional les enseñará cómo funciona una ciudad que vive de sacar lo peor de cada uno. Comienza así un viaje de peyote lleno de prostitutas, drogas, situaciones surrealistas y un humor y ritmo que coge lo mejor de Tarantino y de los Coen de El Gran Lebowsky.
¿Cómo se consigue todo esto en un teatro? Pues con tres tarimas, cinco pedazo de actores, talento y mucha imaginación. Borràs y Albet proponen una obra que juega con el audiovisual (ellos aparecen grabados y entran en escena) y que incluso graba en directo situaciones para crear un falso documental sobre la pericia de los dos directores en busca del dinero. Esas dos líneas narrativas, la de los dos actores leyendo el diario y la dramatización de lo que cuentan, se juntan y separan constantemente, y lo hace parando la escena, rebobinando o recuperando lo que les interesa en un sin fin de guiños modernos y divertidos que aportan el ritmo frenético del que goza Mammón.
Por supuesto la obra entra en la propia espiral de drogas y locura que cuenta, y todo se va desmadrando. Timbas ilegales, más cocaína, orgías, clubes de striptease… todo vale y todo cuadra gracias a este relato con estructura circular que acaba subrayando a dónde quiere llegar: a cómo el dinero corrompe a los hombres.
Un trabajo de fondo, físico, el que realizan todos ellos, con Borràs y Albet en estado de gracia interpretándose a ellos mismos, y con Ricardo Gómez e Irene Escolar demostrando que pueden con todo, hasta con un montón de personajes, cada uno con un acento (Gómez de mafioso mexicano y Escolar de camarera china son delirates) y todo poniéndose una peluca, unas gafas o un pañuelo. Una vez entras en Mammón todo vale, y todo cuadra.
Teatro dentro de teatro, lleno de referencias cinéfilas, con un tono de comedia desenfrenada pero que esconde también una reflexión sobre lo peor de nosotros mismos. Es fácil entender por qué Mammón se convirtió en uno de los pelotazos del año pasado, y es más fácil aún saber por qué estos dos jóvenes son dos de los más prometedores y originales creadores a los que tener en cuenta en el futuro de la escena española.