La extraña nueva normalidad para el Teatro Real se ha saldado con un mes histórico de funciones de La Traviata, culminado en la noche de este martes con una bravísima interpretación de Lisette Oropesa, una soprano con una voz sobrecogedora, hipnótica, absorbente. La cantante hispanoamericana, en su cuarta aparición sobre el escenario del coliseo madrileño, deslumbró nuevamente con su talento y asombrosas capacidades vocales a todo el público, quien la despidió con una atronadora ovación. Es posible que hasta el propio Verdi se hubiera rendido ante su impecable espectáculo.
Porque Oropesa logró escalar un peldaño más en su mortal perfección. Antes de la velada se barruntaba en los corrillos de los sabios que la soprano nacida en Nueva Orleáns (EEUU) y de nacionalidad española iba a lograr un hito reservado a los grandes maestros: un bis. Y lo logró, aunque no con el esperado Amami, Alfredo, escena cumbre de la obra maestra verdiana, sino que los aplausos la empujaron a repetir el aria Addio del passato en el tercer acto. La suya fue una presencia abrumadora en todo momento, una Violeta Valéry soberbia tanto en los pasajes de felicidad por un amor vibrante como en los que la enfermedad la aboca a la muerte.
Lisette Oropesa y sus colegas de reparto, con Ivan Magrì en el papel de Alfredo Germont, el amado de la protagonista, y Nicola Alaimo en el de Giorgio Germont, fueron capaces de transmitir toda la emoción de una ópera que reclama abrazos y calor humano pero que las medidas de distanciamiento por la pandemia del coronavirus han convertido en miradas lejanas y ningún tipo de contacto entre los actores. Una anómala puesta en escena que no obstante logra acentuar las propias tragedias de unos personajes ensimismados en prejuicios sociales, los celos y, finalmente, en una salvación imposible.
A falta de la función de este miércoles, la número 27 de lo que va de julio —casi una diaria—, el bis de Lisette Oropesa pone el broche de oro a la valiente apuesta del Real, el único teatro operístico del mundo que ha reanudado su actividad tras los meses de confinamiento. Y no solo ha sido un éxito a nivel artístico, sino también en el plano sanitario: las minuciosas medidas de higiene y distanciamiento han logrado que no se haya registrado ni un solo positivo por Covid-19 en ninguno de los estamentos del equipo: cantantes, coro, orquesta, etcétera.
No se llevarán los encargados de armar el eficaz protocolo una sonora ovación como la que el público brindó a la soprano hispanoamericana, quien se ha erigido en una de las figuras predilectas del coliseo madrileño. Si en 2018 ya logró engrosar el selecto club de los cantantes que han protagonizado un bis con Lucia di Lammermoor —uniéndose a Leo Nucci y Javier Camarena—, ahora ha logrado uno en solitario. No cantó entero el Addio del passato al encajarse en un momento clave de la ópera, cuando la protagonista está a punto de fallecer, pero sí brindó unos minutos más de su excelsa voz.
"Ha sido un publico muy caluroso, cada noche nos ha dado un regalo, una bendición de aplausos y de apoyo; gente gritando, levantándose…", señalaba la soprano en una conversación con este periódico unas horas antes de su última función en el escenario del Teatro Real. "Esto ha sido muy especial, algo que no se siente a través de Zoom: el que haya mucha gente en un mismo lugar escuchando lo mismo, sintiendo lo mismo, pasando por lo mismo… Solo puedo dar las gracias a todos".
Oropesa lleva su cuerpo hasta la extenuación en este papel de La Traviata, una ópera "muy exigente", pero se entiende mejor su resistencia a los asfixiantes sobreagudos al descubrir su faceta de runner. La soprano vegana, que ha completado varios maratones y acostumbra a hacer tiradas de hasta 20 kilómetros, se despoja los nervios del día de la función saliendo a correr, algo que no ha podido cumplir estos días por las infernales temperaturas de Madrid. Aquí el resto de la charla con la gran protagonista de la rentrée del Teatro Real.
¿Qué balance hace de estas funciones y de poder volver a cantar en directo?
Ha sido un regalo que me hacía falta porque hemos pasado varios meses en casa, haciendo todo por internet, conciertos virtuales… Y no es lo mismo: cuando uno no siente a otra persona que está cerca perdemos un poco la energía de la respiración, de la entonación... Me hacía falta oír a mis colegas y a la orquesta, ver al maestro, sentir a otra persona cantar. Es algo que hay que hacerlo en vivo.
¿Qué sentimientos le abordaron en la primera noche?
Al principio fue algo muy especial, como el regreso a una montaña, una playa, una ciudad, algún lugar que siempre ha sido muy especial para ti, al que cada vez que vuelves ganas inspiración. Pero enseguida me fijé en que no me podía mover ni acercar a nadie, que tenía que quedarme en el medio, en mi isla pequeñita. Empecé a decir: "Okey, tengo que estar muy atenta, tener mucho cuidado para no poner en riesgo a nadie". Entonces me centré en cantar al público, que ellos son los que vinieron a ver esto y hacemos este trabajo para ellos. Con eso me llené de felicidad.
Y eso que su papel de La Traviata no es nada sencillo...
Súper exigente porque Violetta canta todo el tiempo. Ella entra el primer acto y canta un aria muy difícil al final. No hacemos pausa, seguimos y hacemos el segundo acto, donde canta un dúo con el barítono que es muy largo, difícil y emocionante. También el Amami, Alfredo, uno de los momento más importantes, donde hay que dejar todo fuera.
Cuando va a la segunda fiesta en casa de Flora, Violetta ya no deja el escenario. Vamos directamente al tercer acto, el de la muerte, que es emocionante y triste. Ella pasa por muchísimas emociones: el sentido de que quiere vivir, de que extraña mucho a Alfredo y quiere morir… Una no puede cantar como si fuera una persona saludable, sino que hay que hacerlo como una enferma; y eso también hay que actuarlo, mantener esa energía. No solo puedes centrarte en cantar bonito, sino también en mostrar que está sufriendo, pasando por mucho dolor. Y eso cuesta.
En Estados Unidos la cultura es un juego, como si no fuese un trabajo de verdad
¿Cómo ha llevado la anomalía de cumplir con las medidas de distanciamiento sobre el escenario? ¿Se logra la misma emoción?
Estamos acostumbrados a esto en la vida diaria, pero en el escenario me cuesta trabajo conectarme con mi compañero porque cuando hacemos La Traviata estamos habituados a abrazarnos, a besarnos, son cuentos de amor... Si estoy tratando de llegar a Alfredo, de convencerlo de tal cosa, la comunicación es mas difícil porque tenemos esta distancia más larga. El público también tiene que mirar de un lado al otro del escenario, así como si estuviesen en un partido de tenis… Pero bueno, si estamos todos de acuerdo en esta normalidad, todo el mundo puede funcionar en esas condiciones que no son normales ni ideales pero que son mejor que nada.
¿Esta adaptación de La Traviata es también una manera de concienciar sobre la importancia del distanciamiento social y los riesgos a los que nos enfrentamos en la actualidad?
Absolutamente. Al final de la ópera, a mí me gusta morirme, caerme al suelo, pero Leo Castaldi [el responsable del concepto escénico] me dijo que no, que debía morir parada y caminar como yendo hacia la luz, al cielo. ¿Por qué? Porque hay muchísima gente que ha perdido amigos o familiares por el Covid-19 y ver a una persona que se cae y se muere así en el escenario sería un shock . Me exigió que lo hiciéramos así para transmitir una imagen de esperanza y no de la pérdida, porque es demasiado literal y cercana para lo que estamos pasando. Es la primera vez que hago una Traviata sin muerte, pero me gusta la interpretación.
¿Cómo cree que nos afectará esta pandemia como sociedad?
Económicamente, sobre todo en EEUU, ha sido fatal porque no tenemos ayuda social, sanidad pública, las escuelas son super caras… Los americanos están sufriendo y polarizados: hay mucha gente a la que no le importaba el riesgo de volver a trabajar porque estaba pasando hambre, mientras que otra dice que hay muchos muertos, todos vamos a enfermar y que tenemos que esperar hasta que haya una vacuna. También se ha convertido en un asunto político: por ejemplo, llevar o no mascarilla, es una manifestación política.
El Teatro Real ha demostrado que la ópera puede volver a latir en vivo a pesar de todas las precauciones. ¿En EEUU cómo están las cosas?
Todo cerrado. El Gobierno no apoya la música, el arte, la cultura. En Europa es algo fundamental, allá es un juego, como si no fuese un trabajo de verdad. No tenemos ayuda, todo tiene que ser por la generosidad de la gente. Está todo en manos privadas. El problema es que cuando los teatros no pueden abrir y los cantantes pierden el trabajo, no pueden hacer nada, no tenemos ayuda de nadie. Muchísima gente está pasando casi por la ruina.
A mí nunca, nunca, nunca me ha tratado con una falta de respeto. Con el maestro Domingo siempre he tenido una amistad muy amable
¿Cree que la cultura ha sido uno de los sectores menos protegidos durante la pandemia?
Lo último por lo que se va a preocupar la gente es por la cultura. Quieren que lo esencial vuelva lo primero, y a lo mejor el deporte. Pero en vez de decir que la economía ayuda a la cultura, creo que es al revés: con la cultura tenemos economía. La comida es cultura, la bebida es cultura, el arte es cultura. Todo el mundo ha pasado todo este tiempo viendo la televisión, Netflix, eso es pura cultura, puro teatro, puro arte. La cultura es esencial.
¿Cómo ha vivido personalmente el terremoto provocado por el MeToo en el mundo de la ópera?
En el mundo de la ópera, como el mundo en general, siempre tendremos problemas de desigualdad. También pasa con el racismo, es algo que existe y no lo podemos evitar. Yo quiero que las mujeres se sientan empoderadas, de poder decir: "Esto no lo soporto, esto no lo voy a poder tolerar". No quiero que la gente se convierta en víctimas. Hay problemas sistemáticos, muchos prejuicios… tenemos que acordarnos que las generaciones anteriores, los abuelos, los padres, tienen ideas antiguas porque han crecido en otros tiempos, cuando las cosas eran diferentes, cuando el racismo estaba al orden del día. Hoy en día ha cambiado muchísimo todo eso. Hay que reeducar al publico. No tenemos que tener miedo de otra gente, de emigrantes, de mujeres… En vez de pensar en ellas como una amenaza al trabajo de un hombre, habría que decir: "Qué suerte, mira qué persona tan bien preparada".
¿Y el caso de Plácido Domingo ha provocado muchos cambios internos?
A mí nunca, nunca, nunca me ha tratado con una falta de respeto. Con el maestro Domingo siempre he tenido una amistad muy amable, nunca me ha molestado. También sé de gente por otras cosas y él también ha dicho: "Okey, he tenido relaciones con mujeres pero siempre han sido de mutuo acuerdo". Nosotros no estamos en oficinas con las puertas cerradas en las que que trabajamos con un jefe. Trabajamos en el teatro, donde hay emoción, pasión y estamos casi siempre lejos de nuestras parejas. Las cosas pasan, suceden; creo que tampoco es fácil decir que nuestro mundo es blanco y negro porque no lo es. Lo que no quiero es que una mujer no pueda decirle no a una persona poderosa porque tenga miedo de las consecuencias de decirlo. Ese es el problema.