¿Se imaginan qué pasaría si un jovencito Lorca viviera en la actualidad? Si Federico pudiera escribir y estrenar sus obras en 2021, o publicar sus poemas. Seguro que le acusaban de dar voz a la ‘dictadura’ progre. Tendría ‘haters’ en Twitter que se reirían de él, le llamarían maricón, rojo. 'Subvencionado', esa palabreja con la que tanto gusta atacar a los artistas aunque sea rematadamente falsa. Quizás el presente no se diferencie tanto de aquel pasado. Quizás la extrema derecha ha vuelto a convertir todo en un campo de confrontación en donde sólo cabe un modelo de país, el suyo. El de los 'muy españoles y mucho españoles'. El resto callados. En casa. Pueden pensar que esto es una exageración, pero sólo hay que mirar a Hungría.
Ese ejercicio. El de mirarnos a nosotros, como sociedad, a través de la figura de Federico García Lorca, es el que hace Juan Diego Botto en la sobrecogedora Una noche sin luna, la obra de teatro que ha escrito -y que Sergio Peris-Mencheta ha dirigido- y que se basa en entrevistas, charlas y conferencias del artista, así como fragmentos de sus obras y algunos de sus poemas. El actor se transmuta en Lorca y se dirige directamente al público. Le interpela. Le cuestiona. Le pone su peor reflejo enfrente. ¿Realmente trataríamos hoy a Lorca diferente?
Una noche sin luna es una obra que homenajea a Lorca. Y lo hace a través de la memoria, porque sobre todo, la obra es un grito por la Memoria Histórica, por la necesidad de recordar. De sacar a nuestros muertos de las cunetas. Porque Lorca sigue ahí debajo, bajo la arena. No le mataron, como muchos siguen diciendo. Le asesinaron aquellos que dieron el golpe de estado e impusieron durante décadas una dictadura en nuestro país.
Tiene muy clara la obra que es un teatro por y para la memoria, pero para que sirva. Porque recordar es la única forma de no cometer los mismos errores. Y viendo el panorama todo apunta a que los vamos a repetir. Podría haber sido una obra excesivamente didáctica y llena de subrayados, pero el texto de Botto consigue que esto nunca ocurra. La obra recorre eventos importantes en la vida del poeta, pero lo hace con frescura, rompiendo la cuarta pared, en un diálogo constante con la gente. Es fina, sutil, llena de momentos de humor, pero también de puñetazos al espectador. Momentos que te encogen, que te agarran por las entrañas y no te sueltan.
Todo esto no sería posible sin la espectacular interpretación de Juan Diego Botto, que se trasforma en cuerpo y alma en Federico García Lorca. Con ironía, con ese punto de dandy, con su inteligencia y con mucha, mucha sensibilidad. Es un trabajo sin red. Él sólo, frente al público, incluso transformándose en otros personajes. Son su palabra y su cuerpo los que llenan ese escenario al que la dirección de Peris-Mencheta saca toda su expresividad. Un cuadrilátero de tablas de madera que se convierte en un cuadrilátero y hasta en un barco de Teseo, gracias a una puesta en escena tan simbólica como hermosa.
Una obra que se recuerda. Que emociona hasta la lágrima, que da rabia. Que crece cuando uno sale del teatro y que quiere volver a ver. Una obra que acaba como una carta de amor al amante que Lorca nunca pudo dar el último beso y que todo el mundo debería ver para entender porque no podemos tener miles de muertos en nuestras cunetas. Un ejercicio para defender nuestra memoria, porque un país sin memoria, está condenado al fracaso.