Tórtola Valencia, la mujer que acabó con el corsé
La bailarina enamoró a intelectuales y aristócratas, y fue un símbolo de la nueva mujer.
13 agosto, 2016 02:57Noticias relacionadas
A principios del siglo XX, una bailarina española, Carmen Tórtola Valencia, irrumpió deslumbrante en los principales escenarios de toda Europa tras su debut en el londinense Gaiety Theatre en 1908, con tan sólo quince años.
Desarrolló un estilo, inspirado en sus ídolos Isadora Duncan y Loie Fuller, que la convirtió en única. Sus coreografías mezclaban el pintoresquismo español con la estética oriental y africana, con una sensualidad sinuosa que, unida a su extrema belleza esbelta y unos ojos verdes imposibles, consiguió que se la calificara como "la mujer más bella de Europa". Por si faltaban razones para convertirla en una estrella, jugó al despiste y al misterio diciendo, a veces, que era descendiente de Goya y, otras, la hija ilegítima de algún destacado miembro de la realeza española.
Pero la realidad era bien distinta: Tórtola (recuperada en estos días en la novela de Pilar Ruiz La danza de la serpiente, de Ediciones B, título que se refiere al nombre de su baile más famoso) había nacido en Sevilla en 1882. Hija de padre catalán y madre sevillana, que la habían sacado de España para dejarla en Londres a cargo de un tutor mientras probaban suerte en México, donde murieron.
Desde joven le obsesionaba la idea de la independencia y puso todo su empeño en vivir del baile
El tutor le dio a Tórtola una exquisita educación políglota y cultivó su interés por el arte, pero a la muerte de éste, en 1906, la ruina llamó a la puerta de la joven. La salida normal habría sido casarse con algún rico inglés, pero ya entonces le obsesionaba la idea de la independencia: si había algo que sabía hacer era bailar, y puso todo su empeño en lograr vivir de ello.
Una activista del siglo XX
Lo consiguió de sobra. Triunfó en París como 'La bella Valencia', actuó en el Folies Bergère, en Núrenberg, en Copenhague, en Grecia, en Turquía, en Rusia y la India. No fue hasta 1911 que debutó en Madrid en el Teatro Romea, en un estreno en el que fue ovacionada por intelectuales de la época como Emilia Pardo Bazán (quien dijo de ella que era "la nueva Salomé"), Pío Baroja, Valle-Inclán, Gregorio Marañón, Jacinto Benavente o Pérez de Ayala, entre muchos otros.
A partir de ese momento, consiguió un indiscutido estatus de estrella, con giras multitudinarias por Latinoamérica, actuaciones en Nueva York, incursiones en el cine y hasta la extrema popularidad que le dio dar rostro al producto estrella de la casa Myrurgia, la línea de cosmética Maja, para la que fue retratada por Zuloaga. Rubén Darío, por su parte, la inmortalizó como "la bailarina de los pies desnudos."
Además, destacó por su libertad sexual. Aunque es difícil distinguir entre verdades y rumores, la lista de sus posibles amantes incluye a miembros de la realeza europea, encabezados por Alfonso XIII y destacados artistas, escritores y aristócratas. La única relación que se rumoreó que pudo haber terminado en boda, en 1927, fue la que mantuvo con Antonio de Hoyos y Vinent, marqués de Vinent.
Rubén Darío la inmortalizó como 'la bailarina de los pies desnudos'
En realidad, se trataba de una doble tapadera: el marqués era homosexual, mientras que Tórtola había comenzado una relación con la joven Ángeles Magret-Vilá, que se convertiría en su pareja hasta su muerte en 1955 (para poder convivir con ella sin problemas, llegó a adoptarla como hija en la década de los cuarenta).
Mujer independiente
Defensora de la autonomía femenina y enemiga de cualquier límite que se le quisiera poner a la mujer (fue una ferviente activista en contra del corsé, al que calificó de "cárcel de los encantos femeninos"), abandonó la danza en 1930 (con una última actuación en Guayaquil) para convertirse en una destacada coleccionista de arte, con un especial interés por el precolombino, del que logró reunir una sobresaliente colección. Como prueba de que era ajena a cualquier comportamiento estereotipado, llegó a donar una cruz de esmeraldas, topacios, zafiros y diamantes al tesoro de la Catedral de Barcelona con motivo del Congreso Eucarístico de 1952.
Cuando murió en Barcelona, la mujer que había sido muchas veces caricaturizada como "la otra Mata Hari", había dejado atrás un estilo de danza anclada en un tiempo específico, que prosperó muy unido al tiempo de entreguerras, y que cristalizó en coreografías llenas de exhuberancia como la danza de Anitra, la de la serpiente y la del incienso, que reflejaron sobre el escenario su personalidad única, indómita, hedonista y plenamente consciente de su magnetismo.
Hoy, la Biblioteca de Cataluña conserva las partituras de sus coreografías, mientras que su legado está depositado en el Museo de las Artes Escénicas de Barcelona. En los últimos tiempos, su redescubrimiento por autores como Luis Antonio de Villena, Miguel del Arco o la biógrafa María Pilar Queralt del Hierro, y nuevos montajes han puesto de nuevo el foco sobre quien hoy es reconocida como uno de los nombres fundamentales de la danza mundial del primer tercio del siglo XX.