Para qué necesitamos la ficción si lo hemos inventado todo: violaciones, torturas, traiciones, decapitaciones, matanzas, magnicidios. El ser humano no necesita mentiras para subrayar su barbaridad. Cuanto más terrible, más real; cuanta más ficción, más complaciente. Fue en 1901. Entraron en su habitación mientras el zar Pablo I dormía. Le apalearon y le estrangularon. Acabaron con su vida, pero no fue suficiente. Le pisotearon la cabeza con sus botas. “Era difícil ser zar”, dice el historiador británico Simon Sebag Montefiore. “Un zar eficaz podía ser duro, siempre y cuando fuera constantemente duro”.
Ese asesinato demuestra la locura de la dictadura y la tragedia de la Rusia moderna: a los líderes sólo se les quita del poder con violencia
De una dinastía de 20, los seis últimos fueron asesinados, dos por estrangulamiento, uno apuñalado, otro víctima de una bomba y dos a balazos. La sucesión era un problema, sobre todo, para los estados autocráticos. La democracia no contempla el asesinato como una vía válida para la alternancia del poder. Es la prueba del algodón de la sofisticación y la civilización.
La conspiración para matar a Pablo I es la escena favorita del historiador incluida en su libro Los Románov. 1613-1918 (Crítica), un impresionante estudio sobre una histriónica dinastía silenciada. “Ese asesinato demuestra la locura de la dictadura y la tragedia de la Rusia moderna: a los líderes sólo se les quita del poder con violencia”. Un general francés en la corte rusa fue preguntando en el frente ruso por lo que había pasado y lo escribió.
Hasta el delirio
Montefiore encontró el documento, como las cartas que Alejandro II escribió a su amante Katia, “la correspondencia más explícita escrita nunca por un jefe de Estado”. Los dos poseían una libido desinhibida y exuberante. “A él le encantaba que fuera ella quien tomara la iniciativa. “Disfruté hasta el delirio”, decía una carta de emperador, “permaneciendo quieto, tumbado en el sofá, mientras tú te movías encima de mí… estamos hechos el uno para el otro y te veo ante mis ojos, unas veces en la cama, otras sin bragas”.
Alejandro elogiaba la intensa capacidad de placer de la joven: “Sentí gozosamente tu fuente empapándome varias veces, lo que redobló mi placer”, escribía el zar. Ella confesaba que “gocé como una loca bajo nuestra mantita”. Y contaba las horas para volver a consumar su deseo: “He dormido sin descansar y poco tiempo. Estoy calentísima y no puedo esperar dos horas y cuarto para verte. No te retrases”. Los médicos del zar intentaron limitar las sesiones de ardor amoroso de la pareja. Después de que Alejandro hablara de “cuatro veces”… “en todo tipo de muebles” y “en todas las habitaciones”. Ella sugiere que quizás están cansándose “en exceso”, “reposemos unos días”.
Putin regenta el país de una manera muy parecida a un zar, juega con los clanes y gobierna en secreto
Montefiore explica a este periódico que hubo cartas que tuvo que censurar, porque si no se hubiera convertido en un libro erótico. “Había actos sexuales que yo pensaba que habían sido inventados hace dos años. Esto es 50 sombras de Románov”, dice. Simon Sebag Montefiore (Reino Unido, 1965) pertenece a esa estirpe de historiadores británicos que investigan como académicos y escriben como novelistas. Esos que no temen a la divulgación y se sacuden la carcundia historiográfica para llegar a cualquiera, porque este doctor en Cambridge asegura que “lo fácil es escribir un libro que nadie pueda leer”.
Verdad de historiador
“El historiador debe buscar la verdad. Debe eliminar todas las mentiras intencionadas e inconscientes. Así que el primer trabajo de un historiador es encontrar la verdad y contarla. El segundo, es contar historias que avisen de lo que pasó en el pasado. Y por último, contar grandes historias de la vida humana como hizo Homero”, explica. Después de contar la vida de Catalina la Grande y Stalin, la saga de los Románov es una de esas grandes historias. “Siempre creímos que internet sería un motor de la verdad y del progreso, pero en realidad es un motor del prejuicio y la ignorancia”.
Son historias increíbles y son “entretenidas”, que no sólo recrean el pasado. “Putin hace lo mismo que los Románov”. ¿Es una autocracia disfrazada de democracia? “No muy bien disfrazada. Apenas disfrazada. Pero hemos aprendido que la autocracia puede ser muy popular”. ¿Qué rastros de los Románov quedan en Putin? “Putin regenta el país de una manera muy parecida a un zar, juega con los clanes y gobierna en secreto. Los diferentes ministros compiten entre ellos para ser su favorito. Las familias reales tienen mucho que ver con la mafia: el poder lo corroe todo, destruye los vínculos familiares naturales”, añade el autor a EL ESPAÑOL.
Todo el poder secreto es poder absoluto, se basa en la violencia
Es un libro sobre el poder. 20 zares y tres siglos de dinastía ejerciendo el poder de manera salvaje. “Todo el poder secreto es poder absoluto, se basa en la violencia. Sabemos que la violencia es mala, pero necesitábamos comprender aquella Rusia para comprender la de nuestros días. Escribí el libro por lo que está pasando hoy”, cuenta. “Resulta irónico comprobar que ahora, dos siglos después de que los Románov accedieran por fin a aprobar una ley de sucesión, los presidentes de Rusia sigan nombrando de hecho a sus sucesores como hacía Pedro el Grande”, uno de los más crueles.
La historia del historiador
Lo más llamativo es la ausencia de obras que hayan estudiado el imperio ruso que aumentaba 142 metros cuadrados al día, es decir, casi 52.000 kilómetros cuadrados al año. Cuando empezó a trabajar con Catalina la Grande, nadie trabajaba sobre su vida ni con sus documentos. “Putin estaba encantado con ese libro, así que estaba bien visto en Rusia y me dieron luz verde para trabajar con Stalin. Y pude hacerlo, pero el resultado ya no les gustó tanto. Así que me echaron”. Durante los dos años de investigación, regresaba a Rusia “humildemente”, para construir una historia “repleta de personajes y acontecimientos que han sido olvidados”.
Mi familia fue denunciada como judíos encubiertos y fueron quemados en una plaza pública, en la ciudad de México, a principios del siglo XVII
Durante la entrevista menciona varias veces la crueldad del imperio español -el año pasado hizo una serie para la BBC titulada Sangre y oro. Así se hizo España-, así que le pedimos que se explique: “Adoro el califato. Esa es mi época favorita”, reconoce. Y, de repente, se lanza a contar la vida de su familia, con orígenes en este momento, en Córdoba. “Nos convertimos en criptojudíos, judíos secretos durante un siglo. Mis antepasados fueron a gobernar una provincia de México para Felipe II. Después, mi familia fue denunciada como judíos encubiertos y fueron quemados en una plaza pública, en la ciudad de México, a principios del siglo XVII. Uno de ellos escapó, huyo a Italia, se quitó el apellido Carvajal y adoptó el nombre del pueblo al que llegó: Montefiore”.