“‘¡La esvástica sobre la Acrópolis!’, se oía por toda la casa y en pocos minutos nos reunimos todos para dar gracias al Führer”. Así lo apuntó Walther Wrede en sus memorias el 27 de abril de 1941, día en que las tropas de Adolf Hitler tomaron la capital griega. Una semana después, el propio Wrede ofrecía al mariscal de campo Walther von Brauchitsch una visita comentada por las ruinas donde ondeaba la cruz gamada.
Todos los cargos importantes del ejército y del gobierno alemán tenían a su disposición grandes nombres de la Arqueología para visitar Grecia
No era guía turístico, sino el director del Instituto Arqueológico Alemán en Atenas (DAI, en sus siglas alemanas) y un académico reputado. No fue el único. “Todos los cargos importantes del ejército y del gobierno alemán tenían a su disposición grandes nombres de la Arqueología para visitar Grecia”, explica Alexandra Kankeleit, experta que investiga el papel de 50 arqueólogos alemanes durante la ocupación griega.
“Sus roles personales y sus responsabilidades, ya fuera como científicos, académicos o miembros del partido, es algo de lo que no se habla”, cuenta a EL ESPAÑOL la experta en Arqueología Clásica vinculada al DAI de Atenas. Pero algo está empezando a cambiar, pues además de Kankeleit, en universidades como las de Göttingen, Darmstadt o Viena hay en marcha varias pesquisas académicas que buscan desvelar esa parte de la historia aún silenciada.
Aún hay “heridas abiertas” que impiden a las fuentes hablar con naturalidad sobre este asunto
“En Grecia también, pero no hay que olvidar que fue la víctima, un país destruido por el ejército alemán y después por el británico”, opina la estudiosa alemana. Una de esas investigaciones hechas desde Grecia es obra de Yannis Motzianos, curador del Museo de Arte Bizantino de Salónica, que confirma que aún hay “heridas abiertas” que impiden a las fuentes hablar con naturalidad sobre este asunto.
Tras los muros de Ática
“La única función de la educación es crear nazis”. Con esa sentencia pasó a la posteridad otro de los “turistas” a quien Wrede guió por Atenas: el Ministro de Ciencia, Educación y Cultura Nacional, Bernhard Rust. Antes, otra de sus privilegiadas viajeras había sido la directora de cine Leni Riefenstahl, que usó la información que le proporcionó el académico para rodar Olympia, película de propaganda sobre los Juegos Olímpicos que se celebraron en Berlín en 1936.
Wrede no era un arqueólogo cualquiera. Fue alumno de Paul Jacobsthal, reconocido profesor de la Universidad de Marburgo con quien publicó su tesis doctoral, “un texto sólido y relevante para la Arqueología sobre los muros de Ática”, según Kankeleit. Por sus orígenes judíos, Jacobsthal tuvo que exiliarse a Reino Unido en 1935. Allí, siguió dando clase en Oxford mientras su discípulo tomaba un camino distinto: el que lo llevó a dirigir el DAI de Atenas y liderar el Comité Nacional del Partido Nazi en Grecia.
Muchos de sus colegas pedían entrar en el Kunstschutz para evitar ir al frente ruso durante la Primera Guerra Mundial
Ludger Alscher fue otro arqueólogo prometedor subempleado. Motzianos, que en 2017 publicará su investigación sobre el papel de los arqueólogos como guías turísticos durante la ocupación de su país, explica que su obra aún es una referencia para los estudiantes: “Sobre todo, por la colección sobre escultura griega que sacó tras la Segunda Guerra Mundial”. Motzianos no ha encontrado fotos de Alscher, pero sí textos que confirman algunas visitas en las que comentaba templos bizantinos y ruinas clásicas a mandos nazis. “Lo hizo en 1942, en Salónica, y en años posteriores, en Atenas”.
Pero no todos los arqueólogos alemanes llegaron a Grecia en los años treinta y cuarenta por los mismos motivos. Kankeleit, que también señala a Alscher como uno de los académicos más renombrados, no ha podido determinar qué le llevó a unirse al Kunstschutz, unidad dedicada a la conservación del arte formada por soldados de élite, una especie de brazo militar del DAI.“Sabemos que a Wrede nadie lo forzó. Era un fanático, que desde el inicio de su carrera mostró mucha ambición y hambre de poder”. Sobre Alscher, sólo se atreve a plantear una hipótesis: “Muchos de sus colegas pedían entrar en el Kunstschutz para evitar ir al frente ruso durante la Primera Guerra Mundial”.
Purgas y adhesiones
Otros motivos por los que Alscher y sus colegas se unieron a los nazis los apunta Suzanne L. Marchand en Down from Olympus. En este libro, la intelectual estadounidense explica cómo las purgas universitarias fueron una medida de coerción muy eficiente para convertir a investigadores en servidores del régimen. “De los 86 que daban clase de Filología Clásica en el invierno de 1932-33, 21 fueron despedidos por el nuevo gobierno y cinco de las 23 sillas de Historia Antigua cayeron víctima de las políticas raciales nazis”.
Hitler pagó una excavación con los beneficios que obtenía de de Mi lucha
Pero no sólo a los judíos les arrebataron sus cátedras. También se quedaron sin ellas quienes no “capitularon ante la eugenesia y el pensamiento vitalista, indicativos de la vacuidad moral que supuso la institucionalización del filohelenismo”, dice Marchand. A esa apropiación de la cultura griega, retorciéndola hasta encajarla en su versión de la Historia, lo llama la autora “racismo anti intelectual”.
Roland Hampe también lo practicó. Siendo un buen arqueólogo e hijo de un historiador de renombre, no conseguía prosperar en Alemania a causa de un informe negativo del Sindicato Nazi de Profesores. Cuando llegó a Grecia, cambió su suerte y en poco tiempo se convirtió en oficial de la Wehrmacht y se le encargó dirigir, junto a Ulf Jantzen, la excavación de Olimpia. Era la primera que se hacía durante la ocupación y tan importante que se la conocía como la “excavación del Führer”, porque la pagó Hitler con los beneficios que obtenía de de Mi lucha.
Historiadores y folletos turísticos
“Fomentando el turismo, se disfrazaba el imperialismo de diálogo intercultural”, dice el historiador Mário Matos en Nazi Germany and Southern Europe, 1933-45. La organización Fuerza a través de la alegría (KdF en sus siglas en alemán) ofrecía vacaciones baratas a casi todos sus ciudadanos: bastaba con no ser judío. Así, de 1934 a 1939, 43 millones de alemanes hicieron escapadas a buen precio para conocer su país. También salieron al extranjero. Según Matos, los objetivos de esos descansos subvencionados fuera de Alemania eran mantener la paz social y legitimar la invasión.
Los académicos también tenían su papel en este ocio usado como propaganda: redactar y supervisar los folletos del viaje
“Nada puede considerarse superior a Alemania”. Así acababan las charlas que recibían los viajeros después de periplos que discurrían por países amigos (Portugal, Italia y Grecia eran los preferidos), pero en peores condiciones que Alemania. La KdF quería que sus ciudadanos compararan y se sintieran afortunados. Superiores. Y eso explica que cuando la KdF empezó a ofrecer cruceros y los barcos llegaban a Noruega, los viajeros no tuvieran permitido bajar a tierra: “Porque allí había democracia”, afirma el historiador.
En esos viajes por el Sur de Europa, los alemanes no tenían arqueólogos para comentar sus visitas, pero sí les recibían compatriotas que vivían en el país de destino para enseñarles los lugares y tradiciones previamente seleccionados por la KdF. Los académicos, sin embargo, también tenían su papel en este ocio usado como propaganda: redactar y supervisar los folletos del viaje. Fue el caso de la historiadora Gertrud Richter, vinculada al Instituto Iberoamericano de Berlín y responsable de los panfletos que recibían los alemanes que visitaban Madeira y Lisboa.
Turismo como propaganda
En esa tarea de mostrar el exterior como un territorio conquistable y al alemán como un ser superior, colaboraban los mandos cuando se fotografiaban con sus arqueólogos de cabecera en lugares como la Torre Blanca de Salónica o las ruinas de Creta en plena ocupación. Era un acto de propaganda que también practicaban los soldados rasos y que cumplía otra función: hacer creer a familiares y conocidos que en aquella guerra todo iba bien. Sólo así se explica que las fotos de esa etapa hechas por militares que expuso este año el Museo Bizantino de Salónica parezcan postales vacacionales y no las de una contienda.
Orinar en las columnas estropea el mármol, daña las obras de arte y es un incumplimiento de la disciplina
Todo esa propaganda consiguió que no sólo los oficiales nazis, sino también los civiles alemanes llegaran por miles a Atenas, Delfos, Delos y Olimpia. Para todos ellos el Kunstschutz editó guías ajustadas a los dictámenes del nazismo. Obra de este organismo fueron los Folletos para los Soldados Alemanes en los sitios históricos de Grecia, librito del que se llegaron a imprimir hasta 500.000 copias y que contenían instrucciones como ésta: “Orinar en las columnas estropea el mármol, daña las obras de arte y es un incumplimiento de la disciplina”.
Muchos de aquellos textos sirvieron para otras publicaciones. Una de ellas fue la Guía para los turistas alemanes en Grecia, de Kirsten y Kraiker, que apareció en los años cincuenta y durante décadas se consideró una referencia. Pero aunque la mayoría de las informaciones fueron escritas durante la ocupación, no hay en todas sus páginas ni una referencia a las deportaciones o al expolio a los que fue sometido el pueblo griego.
El papel de los arqueólogos griegos
La indiferencia de los expertos que redactaron las guías se ve también en Hampe y Jantzen, que ni en sus trabajos académicos ni en sus memorias, hicieron mención a la situación que vivían los griegos. Lo chocante es que ellos, como muchos otros, habían colaborado antes con colegas helenos, pero tras la ocupación, empezaron a tratarlos con desprecio. “Entre los 1.300 alemanes que vivían en los años 30 en Grecia, los académicos clásicos tenían un rol importante. Tenían buenos contactos y un excelente conocimiento de la lengua y del territorio. Algunos incluso formaron familias en Grecia”, relata Kankeleit. Fue el caso de Hampe, que se casó con la griega Elena Dragoumi en 1937, año en el que muchos arqueólogos se afiliaron al Partido Nacionalsocialista y él ya estaba excavando Olimpia.
La ocupación exacerbó las tensiones que ya había entre arqueólogos griegos, pues no todos veían de igual modo el avance de los alemanes
Está por descubrir el papel que jugaron los arqueólogos griegos. Se sabe que el matrimonio formado por Semni y Christos Karouzos, representantes destacados de la escuela germana de Arqueología, abandonó el DAI de Atenas cuando empezó la invasión. Fue un gesto valiente que no tuvo seguidores. Así se explica en Archaeology Under Dictatorship, volumen que narra la manera en que la ocupación exacerbó las tensiones que ya había entre arqueólogos griegos, pues no todos veían de igual modo el avance de los alemanes.
Un ejemplo de esas fricciones tuvo forma de ley. La promulgó en 1939 Spyridon Marinatos, director del Servicio de Antigüedades de Grecia. Con ella, prohibió a las arqueólogas dirigir museos u órganos oficiales. Teniendo en cuenta que entonces sólo había cuatro griegas dedicadas a la disciplina al más alto nivel, quedaba claro que la norma iba destinada a frenar a Semni Karouzos, curadora del Museo Nacional de Arqueología e instigadora de que se enterraran esculturas importantes como el Kuros de Sunion cuando se supo que los nazis se acercaban. “Ella y su marido estaban contra la invasión, mientras que Marinatos la veía con buenos ojos”, dice Kankeleit y añade que aún se desconoce hasta dónde llegó la colaboración del responsable de Antigüedades con los hombres de Hitler.
Ni sus hijos, ni sus nietos, ni sus antiguos alumnos quieren hablar del pasado nazi de Wrede
Con el papel que jugó Wrede hay menos dudas. Su actuación fue clave para los nazis en Atenas, pues el DAI había actuado, y aún lo hizo durante la invasión, como una especie de embajada cultural alemana. Pero ni sus hijos, ni sus nietos, ni sus antiguos alumnos quieren hablar de ese tema.
Ese silencio también impide conocer detalles sobre la vida de Wrede tras la Segunda Guerra Mundial. Lo único que se sabe es que dejó la Arqueología en 1953 por problemas de salud y que se instaló en Nagold, donde dedicó sus últimos años a la Botánica. Allí, cerca de la Selva Negra, bosque impenetrable que en la Antigüedad sirvió a los germanos como barrera contra los invasores, murió el profesor en 1990 sin haber rendido cuentas sobre su pasado nazi.