"Vi un ángel que descendía del cielo trayendo la llave del abismo y una gran cadena en su mano. Tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y le encadenó por mil años. Le arrojó al abismo y cerró y encima de él puso un sello para que no extraviase más a las naciones hasta terminados los mil años, después de los cuales será soltado por poco tiempo... Cuando se hubieren acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, y su ejército será como las arenas del mar... pero descenderá fuego del cielo y los devorará".
El Apocalipsis de San Juan, para muchos intérpretes, señalaría con estas líneas el tiempo que tardaría en llegar el Armagedón, el colapso mundial que precedería al Juicio Final. Y, según una narración que se ha vuelto lugar común, la profecía nunca habría sido interpretada de forma más literal que a lo largo del año 999, cuando el tiempo llevaba inexorablemente hacia la Nochevieja que abriría paso al 1 de enero del año 1000, cuando el mundo se acabaría.
Fin de año de 'thriller'
Las narraciones de algunos de esos historiadores (y muchos más pseudohistoriadores) llegarían a hablar de cómo el Papa Silvestre II habría presidido una eucaristía en Roma para esperar en oración el comienzo de la catástrofe. Hay relatos que hablan incluso del silencio agónico con el que se aguardó que el reloj de la sacristía diese las doce campanadas, que se hicieron esperar con un sentido del suspense digno de un thriller.
E incluso, las crónicas hablarían de cómo, en los meses anteriores, un sentimiento de final de partida habría recorrido Europa, llevando a unos a entregarse a los peores vicios y depravaciones, a otros a buscar redención repartiendo todos sus bienes entre los pobres o peregrinando a Jerusalén. Habría sido el gran pánico del milenio, el más importante (pero no el primero, ni desde luego el último) coletazo del milenarismo, cuyas réplicas tuvimos ocasión de conocer de primera mano con el advenimiento del año 2000.
Las crónicas hablarían de cómo un sentimiento de final de partida habría recorrido Europa, llevando a unos a entregarse a los peores vicios y depravaciones, a otros a buscar redención repartiendo todos sus bienes entre los pobres o peregrinando a Jerusalén
Y sin embargo, la construcción de todo el retablo del milenarismo viene de una fecha tan alejada del año 1000 como el siglo XVII, donde interpretaciones interesadas de menciones en textos del la época remitirían a una cierta sensación de inminencia del fin del mundo. Una interpretación que, según fueron avanzando los siglos XVIII y XIX, iría enriqueciéndose con aportaciones de origen dudoso que se referirían unas a otras, hasta establecer un relato detallado difícil de creer ante la falta de testimonios escritos de la época. Algo que tuvo mucho que ver con la extensión del romanticismo y la llegada de una época marcada por el temor a los cambios revolucionarios que parecían ponerlo todo a prueba.
Escepticismo y créditos
Sin embargo, un estudio serio de las fuentes que han llegado hasta nosotros impide hablar de un temor generalizado. Es más, todo parece indicar que nadie parecía creer en serio que el mundo fuese a acabarse, porque a semanas del 1 de enero se concedían créditos a pagar en varios años, se iniciaba la construcción de templos y, en general, se hacían planes para los tiempos inmediatamente posteriores.
¿Cómo podía haber una conciencia de cruzar a la vez la línea de la medianoche del 31 de diciembre, si la mayor parte de la gente vivía en total desconocimiento del día o el mes en el que se encontraban, en un momento en el que el ritmo de las cosechas era lo único que importaba? Además, en el año 999 la Navidad ni siquiera era una festividad especialmente importante frente a la Pascua que, al conmemorar la muerte de Cristo, se convertía en el momento crucial para los cristianos.
En el año 999 la Navidad ni siquiera era una festividad especialmente importante frente a la Pascua que, al conmemorar la muerte de Cristo, se convertía en el momento crucial para los cristianos
Porque, ¿cuándo se cumplirían realmente esos mil años? Estrictamente, habría de ser el 1 de enero del 1001; o, ¿no sería mejor tomar como punto de arranque la muerte de Jesucristo, lo que situaría el milenio en la Pascua del 1033? ¿O debía tomarse mejor la fecha de la encarnación? En el siglo X, ni siquiera los teólogos se ponían de acuerdo sobre estas cuestiones, así que difícilmente podrían haber llegado a un consenso universal.
De todas formas, a lo largo de los siglos, las interpretaciones de cuándo se cumplirían esos mil años, más o menos metafóricos, han ido puntuando, muchas veces entre tragedias, ese milenarismo que, por mucho que lo advirtiera Fernando Arrabal, nunca acaba de llegar. Pero en un momento en el que los cuatro jinetes del Apocalipsis parecen multiplicarse en los agónicos retos planetarios a que nos enfrentamos, habrá quien seguirá proclamando el milenio a fecha fija. Y eso que, según la Biblia, no sabemos ni el día ni la hora.