No fue el único, pero el caso de Elizabeth Keckley tiene escaso parangón en la historia norteamericana, porque pocas personas como ella lograron escapar del yugo de la esclavitud para conseguir ser testigo de la trastienda de algunos de los momentos más trascendentales del país. Algo especialmente meritorio si además tenemos en cuenta que hablamos de una mujer que tuvo que abrirse camino por su propio esfuerzo.
Keckley nació esclava en un condado de Virginia, en 1818. Su infancia transcurrió entre brutales castigos corporales, y siendo aún muy joven fue violada por un hombre blanco, de quien tuvo su único hijo. Se casó con otro esclavo, pero el matrimonio no funcionó. Finalmente, con el paso del tiempo y el cambio de amo, su suerte mejoró un tanto, y pudo aprender el oficio de costurera, y luego modista, para el que llegó a contar con una nutrida cartera de clientes. Fueron ellos los que, en 1855, le prestaron los 1.200 dólares en los que su amo había tasado su libertad y la de su hijo. Ya libre, cinco años después abandonó a su marido y se instaló en la capital, Washington.
Allí demostró tener un gran olfato como empresaria y montó un taller de moda que pronto llamó la atención de las esposas de muchos de los políticos más destacados de la ciudad (curiosamente, entre sus primeras clientas estuvieron las mujeres de los futuros líderes confederados Robert E. Lee y Jefferson Davis). A través de ellas tuvo noticia, en 1861, de que la nueva primera dama, Mary Todd Lincoln, necesitaba imperiosamente una modista. Keckley se presentó junto a otras mujeres a la entrevista, y la señora Lincoln terminó escogiéndola a ella.
En la intimidad de Lincoln
A partir de ese momento, Keckley se convirtió en compañía casi constante de la primera dama, a la que acompañó en numerosos actos, como el discurso de Gettysburg. La señora Lincoln era una auténtica fanática de la moda y Keckley innovaba con diseños que se saltaban las pautas de la época. A la vez, su presencia habitual en la Casa Blanca le permitió asistir a muchas escenas familiares y conversaciones íntimas entre Lincoln y su esposa.
Otro hecho que las unió muy intensamente fue cuando Keckley perdió a su hijo en la guerra de Secesión y, pocos meses después, los Lincoln vieron morir por enfermedad a su tercer hijo, Willie, de 12 años de edad. Keckley se convirtió en el apoyo principal de la primera dama en aquellos duros momentos. A la vez, ésta le ayudó en la creación de una red de apoyo a los esclavos que conseguían la libertad, y que en muchas ocasiones carecían de medios para salir adelante.
Tras el asesinato de su marido, Mary Todd Lincoln cayó en una gran depresión. Muchos de los seguidores del presidente acabaron desentendiéndose de ella, sobre todo cuando se supo de sus problemas monetarios (la antigua mandataria tenía tendencia a acumular deudas, lo que siempre había sido un problema para el matrimonio, que con la viudedad no hizo sino agravarse). Keckley mantuvo su amistad y la ayudó a instalarse de nuevo en Illinois.
La traición
Sin embargo, la amistad explotó por los aires cuando Keckley publicó, en 1868, su autobiografía Entre bastidores o treinta años como esclava y cuatro en la Casa Blanca. El libro sacudió a una sociedad poco acostumbrada a los detalles cotidianos, por el relato que hacía de múltiples aspectos de la vida familiar y las conversaciones del matrimonio Lincoln, con un gran número de menciones a cómo había vivido el presidente los hechos clave de su mandato y el desarrollo de la guerra.
En un primer momento, el público se ofendió por la imagen, frívola para la época, que el libro daba de la señora Lincoln. Sin embargo, la indignación pronto se volvió contra la autora, que intentó defenderse y que siempre proclamó su lealtad hacia su anterior empleadora. Pero Mary Todd Lincoln rompió toda relación con ella y no volvió a hablarle.
El escándalo hizo que Keckley perdiera su clientela y, con ella, el negocio. Buscó ganarse la vida dando clases de costura. Tuvo que malvender la ropa y los objetos del matrimonio que Mary Todd Lincoln le había hecho antes de abandonar la Casa Blanca (entre ellos, la capa ensangrentada que llevaba cuando dispararon a su marido). Empobrecida, murió en 1907 en uno de los centros de acogida que había contribuido a crear.
Sus restos fueron trasladados en 1960 del cementerio en el que reposaban a otro en Maryland, sin que se sepa muy bien en qué parte fueron enterrados. Pocos historiadores ponen en duda la verosimilitud de sus informaciones y se ha convertido en una de las fuentes más importantes para comprender los complejos años de la trascendental administración Lincoln.