Hace 200 años se descubrió una de las mayores tumbas del antiguo Egipto, la del faraón Seti I, situada en el Valle de los Reyes. Un descubrimiento que tuvo lugar en los albores de lo que sería la egiptología, que sirvió de pistoletazo de salida para la gran fiebre egipcia que recorrería los dos siglos posteriores, y que corrió a cargo de un personaje tan excesivo como el sobrenombre con el que fue conocido: el Gran Belzoni, el Gigante de Padua.
El italiano había nacido en 1778 en esa ciudad y muy pronto se trasladó a Roma con la intención de hacerse monje y estudiar ingeniería hidráulica, pero parece que sólo cumplió con el segundo propósito. Empujado por la invasión francesa, en 1802 llegó a Londres y allí se convirtió en una atracción circense: con más de dos metros de altura y una gran envergadura física, se ganó al público con extraordinarios números en los que llegaba a cargar con una docena de personas. Además, encontró en Sarah Bane una esposa que no le iba a la zaga, y que se convertiría en compañera fiel en sus posteriores aventuras.
Y éstas no fueron pocas. Durante una gira por Europa, que les hizo pasar por España, llegaron a Malta, donde se enteraron de que el pachá de Egipto pretendía poner en marcha un ambicioso plan hidráulico para ganar terreno al desierto. Sin pensárselo dos veces, cruzaron el Mediterráneo, llegaron a El Cairo y Belzoni consiguió ser presentado al soberano, pero éste no mostró especial interés en una rueda hidráulica de su invención que, según afirmaba, era muchísimo mejor que todas las existentes. El fracaso hizo que el matrimonio se viera arrojado a las calles, sin saber muy bien cómo ganarse la vida.
Pero eso duró poco tiempo: Belzoni entró en contacto con el cónsul general británico en Egipto, Henry Salt quien, probablemente convencido por el formidable aspecto físico del italiano y su arrojo, le encomendó una tarea que hasta entonces había sido imposible: transportar el gigantesco busto de piedra conocido como "Joven Memnon" (más tarde, cuando se descifraron los jeroglíficos, se supo que era una efigie de Ramsés II) hasta Inglaterra. Un reto formidable, porque el coloso pesaba doce toneladas y era enorme, pero Belzoni consiguió, con la ayuda de un centenar de hombres, desplazarlo y llevarlo hasta un barco que se lo llevó a las islas (aún hoy ocupa un lugar preeminente en el Museo Británico).
El inicio del expolio
Este éxito le indicó al italiano cuál debía ser su vocación, y a partir de entonces se lanzó a ella con la avidez y la falta de escrúpulos habitual de la época: visitó varios templos, consiguió entrar en Abu Simbel y la pirámide de Kefrén y expolió numerosas tumbas. Entraba en ellas como un elefante en una cacharrería, no dudaba en derribar columnas o agujerear paredes si era necesario, y no se cuidaba mucho por cuidar ningún objeto que le pareciera sin valor.
Como muestra, lo que hizo en la tumba de Seti I, donde no dudó en abrir con un escoplo, a martillazos, el delicado sarcófago, y en hacer moldes de las paredes que, al ser levantados, se llevaron con ellos buena parte de las soberbias pinturas de las paredes. Para colmo, no dudaba en dejar bien visible, junto al nombre de los faraones, pintadas donde dejaba testimonio de su paso.
A principios de la década de 1820 volvió a Londres, donde se convirtió en una absoluta celebridad. La exposición de la tosca réplica de la tumba de Seti I en el famoso Egyptian Hall de Piccadilly Circus se convirtió en todo un fenómeno que despertó la fiebre egipcia, y el libro en el que relataba sus viajes se vendió como un best seller.
Por eso, y con la perspectiva que da el tiempo, hoy en día Belzoni, aunque sus métodos en nuestros días le costarían ir a la cárcel, es considerado como el verdadero precursor de la egiptología. Eso sí, tras Londres nunca volvió a pisar Egipto: murió en 1823 de disentería en Nigeria, intentando encontrar las fuentes del Níger, aunque el aventurero Richard Francis Burton aseguró que en realidad habría sido asesinado.
La tumba de Seti I siguió sufriendo el deterioro con el paso de los años, como una riada que anegó buena parte de su interior. Hoy, un gran proyecto del Gobierno egipcio, realizado junto a la empresa Factum Arte, radicada en Madrid, está escaneando el formidable interior para, dentro de unos años, poder realizar una réplica exacta como la ya existente de la de Tutankamon. Además, Egipto se quedará con esa auténtica "copia de seguridad" que permitirá conservar toda la información del estado actual de la tumba. Desde luego, mucho han cambiado las cosas desde el enérgico Belzoni.