El 19 de julio de 1936, justo al día siguiente del estallido de la Guerra Civil, el gobierno de la Generalitat catalana confiscó varias cabeceras. La más importante era La Vanguardia, que quedó en manos de un comité obrero, y que perdió a su director Agustí Calvet, Gaziel, que había huido al exilio. Para sustituirle se eligió a la única mujer de toda la redacción, María Luz Morales, que contaba con la confianza tanto del comité y las autoridades como de la familia Godó. De esta manera, y en circunstancias tan excepcionales, Morales se convirtió en la primera mujer en dirigir un diario importante en España, aunque ella lo aceptó con la condición de que fuese algo provisional.
A pesar de todo, no era una sorpresa, porque María Luz Morales hacía ya mucho tiempo que ocupaba un puesto destacado en el periodismo español. Nacida en La Coruña en 1889, había llegado ya de niña a Barcelona acompañando los destinos laborales de su padre. En la ciudad estudió en el Institut de Cultura per la Dona, y Filosofía y Letras en la Universitat Nova. Comenzó publicando artículos en la revista El Hogar y la Moda, que además la escogió como directora. Además, tradujo y editó libros destinados a la divulgación cultural, con especial atención al público infantil: suya es la primera traducción al castellano de Peter Pan, publicada por la editorial Juventud en 1925.
Dos artículos sobre el Don Juan y el teatro para niños le abrieron las puertas de La Vanguardia donde, en 1924, pasó a ocuparse de la nueva página semanal 'Vida cinematográfica', pionera en un momento en el que la información sobre cine no abundaba. Lo hizo bajo el pseudónimo de Felipe Centeno, tomado de un personaje de la novela El doctor Centeno, de Galdós. La calidad de sus artículos llevó a la Paramount a querer conocer al tal Centeno, y los representantes de la multinacional se quedaron de piedra cuando a la reunión acudió una mujer elegantemente vestida. No obstante, eso no fue problema para que la contrataran como asesora literaria y luego, con la llegada del cine hablado, para la adaptación de los diálogos a la fonética española.
Más tarde, Morales pasó a ocuparse de la crítica teatral, lo que en aquel momento significaba un ascenso de prestigio con respecto al cine. Incluso, debutó como autora en 1933 con Romance de media noche, coescrita junto a Elisabeth Mulder. A la vez, se encargó de una sección de informaciones destinadas al público femenino e infantil para el diario madrileño El Sol, con cuya dirección tuvo problemas al insistir en tratar temas y utilizar un estilo que buscaba alejarse de las secciones femeninas por entonces al uso, tremendamente cursis y alérgicas a cualquier inquietud mínimamente intelectual. Sin embargo, a pesar de esas tensiones la sección permaneció hasta 1934.
Morales no estaba especialmente significada políticamente, a pesar de que buscaba abordar la temática femenina desde ángulos novedosos para la época. Por ejemplo, uno de sus primeros artículos en La Vanguardia abordaba la espinosa cuestión de la falsa elección que las mujeres tenían que hacer entre "empleo y marido", y en 1933 otro elucubraba sobre cuál sería el sentido del voto femenino en las inminentes elecciones, las primeras en las que las mujeres pudieron participar: "Nunca hasta ahora habían padecido las mujeres de nuestra tierra fiebre tan alta de sarampión político. Y el caso no es, ciertamente, para menos. Ahí es nada, venir, de la noche de la mañana, a convertirnos, de espectadoras aburridas y tibias, en actrices apasionadas. Y hasta en protagonistas".
A principios de julio de 1936 se destacó en las celebraciones por la aprobación del Estatuto de Autonomía de Galicia, como miembro del Partido Galeguista que era. Eso, junto a su paso por la dirección de La Vanguardia, fueron razones suficientes para que, junto al resto de redactores del diario, las autoridades franquistas le retiraran las credenciales de periodista, que no recuperaría hasta la llegada de la democracia. En 1940 cumplió pena de cárcel en un convento, una experiencia de la que nunca quiso hablar.
Logró sortear la prohibición de publicar escribiendo varios artículos con los pseudónimos de Ariel y Jorge Marineda, y a partir de 1948 volvió a hacer crítica teatral, en este caso para el Diario de Barcelona, y a escribir teatro. Recibió varios premios, como el francés Palmas Académicas en 1956, el Nacional de Teatro en 1962, el D'Ors en 1970 y el Lazo de Isabel la Católica en 1971. A la vez, hizo una gran labor de publicación de clásicos para el público infantil que se convirtieron en un gran éxito en España e Hispanoamérica. Pero ya prácticamente toda su obra periodística, hasta su muerte en 1980, se limitó a temas de moda y de teatro, sin ningún apunte social.