Si hiciéramos una encuesta para saber cuál es la mayor catástrofe naval de la historia, una gran mayoría respondería sin dudar que la del Titanic. Y sin embargo, el 30 de enero de 1945 el hundimiento de un solo barco se saldó con seis veces más muertos que las del buque inmortalizado por James Cameron ¿Cómo es posible entonces que muy poca gente conozca la terrible historia del Wilhelm Gustloff?
Quizá porque pertenece a una de las etapas de la Segunda Guerra Mundial que ha permanecido más a oscuras, en gran parte porque ninguno de los dos bandos tuvo interés en que se conociera: las consecuencias del derrumbe del frente oriental y la consiguiente irrupción del Ejército Rojo más allá de las fronteras alemanas. Un ejército que había sido testigo de las atrocidades cometidas por los invasores germanos en la campaña contra Rusia, y que en su afán de venganza no dudó en replicar aquella crueldad con la población alemana que encontraba a su paso.
Pronto, una bolsa de dos millones de refugiados de Prusia Oriental, aislados por el avance soviético, se dirigió desesperada hacia el norte, y muchos de ellos se apiñaron en Gotenhafen (actual Gdynia, en Polonia) para ser evacuados en medio de la Operación Aníbal, el dispositivo puesto en marcha demasiado tarde por las autoridades del Reich, que tardaron en asumir el comienzo de la catástrofe. Un total de 1.100 barcos fueron adscritos a la operación, y uno de los más imponentes era el Wilhelm Gustloff, bautizado con el nombre del líder nacionalsocialista suizo asesinado en 1937, y que se impuso al inicialmente pensado de Adolf Hitler.
El barco era un enorme trasatlántico que, botado en 1938, sirvió hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial como un formidable crucero de lujo en el que no existía división por clases, y al que se invitó a participar a muchos trabajadores alemanes. Pero tras la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939, fue destinado a fines militares: recogió de España a la Legión Cóndor, sirvió de buque hospital en varios destinos y, desde 1940, permaneció fondeado como buque cuartel de submarinos y de alojamiento de la Armada. El antiguo y lujoso trasatlántico fue repintado y dotado de baterías antiaéreas.
Las cifras hablan de 9.343 muertos, lo que la convierte en la mayor catástrofe naval de la historia. Pero ni Alemania quiso reconocerlo, ni los aliados vieron motivos para enorgullecerse
Aunque el Wilhelm Gustloff albergaba normalmente a unos 1.500 pasajeros y 500 tripulantes, el caos reinante en Gotenhafen hizo que finalmente fuera abordado por una masa imposible de contabilizar, aunque todos los testimonios hablan de que finalmente, cuando se hizo a la mar el 30 de enero, iba abarrotado con unas 10.000 personas, incluida una mayoría de refugiados, unos mil oficiales y marineros del cuerpo de submarinos y unas trescientas auxiliares del cuerpo femenino de la Armada. Las estimaciones hablan de que podrían viajar entre 3.000 y 4.000 niños.
El buque recibió una pequeña escolta, en realidad poco efectiva, porque el único barco que lo acompañó tenía inutilizado por congelación el sensor detector de submarinos (aquella noche, la temperatura exterior era de -20ºC). Además, en un momento dado encendió brevemente las luces para evitar chocar contra una unidad de dragaminas. Un intervalo escaso pero suficiente para marcar su condenación, porque permitió que el submarino soviéticoS-13 lo viera y decidiera hundirlo. El primer torpedo (llamado 'Madre Patria'), explotó contra la proa, activando los mamparos y aislando a los supervivientes en lo que se convertiría en una trampa mortal. El segundo ('Stalin') destrozó la piscina cubierta vaciada para albergar a las asistentas de la Armada, que murieron instantáneamente; y el tercero ('Pueblo Soviético') destruyó el cuarto de máquinas y dejó al buque imposible de gobernar. Un cuarto torpedo se quedó atascado.
A partir de ahí se vivieron cincuenta angustiosos minutos de lucha y caos entre la gente, con un número irrisorio de lanchas salvavidas, de las que muchas no pudieron ser descolgadas por la congelación de los cables. Se sucedieron escenas terribles en las que los oficiales llegaron a disparar a sus propios familiares para evitarles la muerte por ahogamiento. En el último instante, cuando el barco ya se hundía a toda velocidad, las luces se encendieron y se dejó oír la sirena, haciendo del espectáculo algo aún más dantesco.
La cifra más comúnmente aceptada hoy habla de 9.343 muertos, lo que la convierte en la mayor catástrofe naval de la historia. Pero ni Alemania quiso reconocerlo para no deprimir aún más a su población, ni los aliados vieron motivos para enorgullecerse. El capitán del submarino, Alexander Marinesko, fue de hecho degradado por alcohólico, y no sería hasta 1990 cuando póstumamente se le nombraría Héroe de la Unión Soviética. En total, el hundimiento de numerosos buques alemanes a lo largo de toda la Operación Aníbal causó unas 30.000 víctimas mortales en el Báltico en los últimos meses de la guerra, según cálculos conservadores.