La relación de España, un país marcado por la defensa acérrima del catolicismo, que alcanzó su mayor expresión en la larga presencia de la Inquisición, con la masonería, ha sido muy complicada a lo largo de los años. Y sin embargo, fue nuestro país el primero que registró la fundación de una logia fuera de Inglaterra, en gran parte a causa de la importante presencia de ingleses en la España de la época, a pesar de la conflictiva relación entre los dos países: el 15 de febrero de 1728 se constituyó una logia que, con el nombre de La Matritense, solicitó inmediatamente ser reconocida por la logia inglesa y su nombre incluido en el registro.
La historia de esta logia se halla indisolublemente unida a la del duque de Wharton, un personaje ciertamente peculiar que se había significado por su apoyo al pretendiente jacobino al trono inglés, quien en agradecimiento le concedió el título de duque de Northumberland. Pero su trayectoria era todo menos ejemplar y eso terminó volviéndose en su contra: se le vinculó con numerosos escándalos, tanto económicos como licenciosos. El más sonado de ellos su pertenencia al Club Hellfire, cuyos miembros se jactaban de estar presididos por el mismísimo diablo. Terminó cerrado y disuelto por las autoridades.
Esto, unido a su decidido apoyo a Jacobo Eduardo Estuardo acabó obligándole a encontrar refugio en la España de Felipe V. En la corte se convirtió en un personaje conocido por todos, mucho más cuando contrajo matrimonio con una irlandesa que era dama de la reina, y tan intensa fue su militancia contra Jorge II, que según algunas versiones llegó a participar en el bando español durante el sitio a Gibraltar.
Las tenidas
La Matritense también fue conocida en su momento como Las Tres Flores de Lis, por el hotel francés en el que se constituyó, situado en el número 17 de la madrileña calle de San Bernardo (a la altura de la actual calle de La Palma). No sería hasta un año después que sería aceptada en el registro masónico inglés, donde le adjudicarían el número 50.
Con el paso del tiempo, y según iban desapareciendo algunas logias que la antecedían, acabó convirtiéndose en la número 27, y siempre la primera fuera de Inglaterra. Las "tenidas", nombre que recibían las reuniones exclusivas de los miembros de la logia, se celebraban los primeros domingos de mes, con el fin de facilitar que los masones que vivían fuera de Madrid pudieran asistir.
Esta logia, sin embargo, no llegó a consolidarse, como sucedería con las que la siguieron, la primera de ellas en Gibraltar, en 1729. Y gran parte de la razón para ello hay que buscarla en la convulsa historia del propio Wharton: a pesar de que los fundadores habían buscado expresamente colocarse bajo la protección del duque, su comportamiento acabó provocando su expulsión. Y el acto más deshonroso previsto por el código masónico: su mandil y sus guantes fueron quemados.
Los Gormogones
No era fácil suponer que Wharton se iba a quedar impertérrito. Ya en 1728, según algunas versiones, el mismo aristócrata que se había mostrado, ya en Inglaterra, como un ardiente defensor de la causa masónica, comenzó a relacionarse con los Gormogones, una sociedad que tenía como único fin burlarse de la masonería copiando y ridiculizando sus ritos y elaborando una rocambolesca historia que la emparentaría con los antiguos emperadores chinos (la masonería, por su parte, se jactaba de venir del antiguo Egipto).
Ese desbarajuste impidió que en España arraigara el ideal masónico. El remate se lo dio la prohibición aprobada diez años después por la Inquisición: a partir de ese momento, la masonería se sumergió en la clandestinidad, lo que permitió que arraigaran todo tipo de leyendas y fantasías en torno a ella.
A Wharton tampoco le fue mucho mejor: su empeño en afirmar que Jorge II era un rey ilegítimo acabó provocando que se le declarara traidor a Inglaterra. El Parlamento ordenó que le fueran confiscadas todas sus tierras y posesiones, y que fuera privado de sus títulos. Murió en 1731 en la más absoluta pobreza, a los 32 años de edad, y sus restos descansan desde entonces en el monasterio de Poblet, en Tarragona. No dejó heredero alguno.