Muy probablemente, Virgilio Leret, fusilado en Melilla el 18 de julio de 1936, fue el primer oficial represaliado por las tropas sublevadas en el inicio de la Guerra Civil. Sus asesinos debieron pensar que simplemente estaban quitándose de en medio a un oficial que, contra viento y marea, había permanecido leal al Gobierno de la República que había jurado defender. Lo que ignoraban es que sus balas estaban abortando la que era, probablemente, la mayor oportunidad que España había tenido nunca para ponerse a la vanguardia de la ingeniería aérea.
"Con el caso de Virgilio Leret nos encontramos, de nuevo, con toda una esperanza para la técnica española que terminó cortada de raíz por la sinrazón de la Guerra Civil", escribe Alejandro Polanco Masa en su libro Made in Spain. Cuando inventábamos nosotros (Glyphos). Y añade: "De no haber caído por las balas al comienzo de la contienda, muy posiblemente hoy día sería recordado como uno de los precursores de la aviación a reacción, junto con los nombres de Frank Whittle o Hans von Ohain".
De no haber caído por las balas al comienzo de la contienda, muy posiblemente hoy día sería recordado como uno de los precursores de la aviación a reacción
Y todo, por una patente que Leret presentó el 29 de marzo de 1935, y que le sería concedida el 2 de julio del mismo año, bajo el nombre de "Un mototurbocompresor de reacción continua, como propulsor de aviones y, en general, de toda clase de vehículos". Una patente que reunía el completo desarrollo teórico de un motor a reacción que estaba listo para pasar a la fase de experimentación.
Si tenemos en cuenta que el primer vuelo de un avión de estas características se consiguió en Alemania el 27 de agosto de 1939, y dado lo avanzado de las investigaciones de Leret, no es descabellado pensar que, de haber concurrido circunstancias normales, el español hubiese logrado su objetivo antes de esa fecha.
Vocación por el aire
Leret había mostrado desde muy temprano una gran vocación por el aire. Militar por vocación y familia, había nacido en Pamplona en 1902, y muy pronto se destacó en escenarios bélicos como Marruecos, donde llegó a resistir un largo asedio al frente de un puñado de soldados. En 1925 se hizo piloto de combate, y también en esa faceta se significó: su avión fue derribado durante el desembarco de Alhucemas, y tuvo que escapar durante horas por territorio hostil, perseguido de cerca por el enemigo, antes de lograr reencontrarse con sus tropas. Además, consiguió fama en los círculos aeronáuticos por sus escritos, firmados con el pseudónimo de El Caballero del Azul, en los que avanzaba su visión de un mundo surcado por veloces aviones que transportarían a la gente de un continente a otro.
Su negativa a fusilar a militares sublevados en Getafe en los estertores del reinado de Alfonso XIII le llevó a conocer la cárcel durante un breve tiempo. En 1932 fue destinado a una base de hidroaviones cercana a Melilla, donde se significó por su apoyo al régimen republicano frente al creciente descontento de una buena parte del Ejército de África. Cuando el 17 de julio de 1936 se produjo el levantamiento en la ciudad norteafricana, el puesto al mando de Leret permaneció leal al Gobierno. El asalto que los sublevados dirigieron contra la base produjo los primeros muertos de la contienda, y pronto se hizo evidente que la defensa sería imposible. Leret rindió la base, y al día siguiente fue fusilado junto con el resto de oficiales.
La esposa feminista
Comenzó entonces un calvario para su mujer, la destacada líder feminista Carlota O'Neill, que fue detenida y encarcelada, además de separada de las dos hijas que había tenido con Leret. Mientras estuvo en prisión, recibió una serie de pertenencias de su esposo; entre ellas, le sorprendió descubrir varios papeles entre los que se encontraban los planos originales del mototurbocompresor y la memoria manuscrita de la patente. Consciente de la importancia de aquellos papeles, se los entregó a unos amigos para que los custodiaran hasta que ella saliera de la cárcel.
Cuando finalmente abandonó la prisión en 1940, y mientras batallaba por recuperar a sus hijas, Carlota O'Neill depositó una copia de la documentación de Leret en la embajada británica. El original se lo llevó consigo cuando finalmente logró exiliarse, junto con sus hijas, a Venezuela, y finalmente a México.
A partir de ese momento, lucharía por recuperar la memoria de su esposo, que había quedado reducida, por designio de los vencedores, a la de un traidor. Sobre el camino que siguió la documentación entregada a los británicos, quién la pudo ver y si tuvo alguna influencia en los trabajos que por entonces estaba realizando Frank Whittle en aquel país en el campo de la propulsión a reacción, sólo podemos conjeturar.