En el tránsito del siglo XIX al XX convivieron las nuevas formas de espectáculo (la magia, el circo, el vodevil) con las nacidas al calor de las ferias y los freaks. Era una época en la que quienes poseían habilidades rayanas en lo imposible podían convertirse en verdaderas celebridades, y así, fenómenos que llevaban existiendo siglos como los tragafuegos, los tragasables y tantos otros podían lograr una fama y un estatus que difícilmente habría estado al alcance de sus predecesores, que se tenían que contentar con la fama y las actuaciones callejeras. Y desde luego, una de las más significadas fue Edith Clifford, toda una estrella que aún hoy sigue ostentando récords muy difíciles de superar.
Mademoiselle Clifford nació en Boston en 1886 de padres ingleses, aunque en la época había quien pensaba que en realidad lo había hecho en Londres. En lo que sí coinciden todas las versiones es que su particular vocación artística le vino de muy joven: con sólo trece años de edad, el legendario tragasables Delno Fritz, que llegó a aparecer en la mítica película Freaks (Tod Browning, 1932), la tomó como pupila.
El público sentía devoción por ellos porque sabía que cualquier error, por leve que fuera, podía desembocar en una muerte horrible
Con él aprendió todos los secretos de un arte espectacular que carecía de truco: todos los elementos filosos (y no sólo, eran bastante habituales también los números en los que el artista se tragaba paraguas) que eran engullidos por quienes hacían esos espectáculos eran reales, a diferencia de otras ramas del espectáculo que se basaban en el fingimiento, lo que llevaba a que el público sintiera devoción por ellos, más sabiendo que cualquier error, por leve que fuera, podía desembocar en una muerte horrible.
Cuchillas, tijeras, sables
Clifford debutó con el famoso circo Barnum & Bailey en Viena en 1901, y a partir de ese momento comenzó una carrera vertiginosa en la que su garganta y su esófago parecían no rendirse ante nada: tragaba cuchillas, tijeras, bayonetas, sables, hasta trece espadas de una sola vez o una sierra que llegaba a alcanzar una anchura de seis centímetros. Desarrolló un número especialmente espectacular, en el que se colocaba en la boca la punta de una bayoneta, de 60 centímetros de largo y acoplada a un fusil que, al dispararse, introducía con el retroceso, y de un solo golpe, la bayoneta en su garganta. El resultado era, sin excepción, una atronadora ovación.
La tragasables se casó dos veces, y las dos con compañeros del espectáculo. El primero fue Jim Maurice (también conocido como Jim Morris), que sufría una enfermedad que hacía que la piel estuviese menos unida a la carne de lo habitual, lo que le permitía hacer demostraciones en las que parecía estirársela exageradamente; no en vano, era conocido como el "hombre elástico". Sin embargo, tuvo muy claro quién era allí la estrella: la pareja tomó el nombre artístico de "Los Clifford", y como tal actuaron de forma conjunta hasta la muerte de él, en 1911. Edith volvió a casarse poco después, esta vez con el trapecista Karl Bauer, quien tampoco tuvo inconveniente en abandonar su carrera para pasar a trabajar como asistente de su famosa esposa.
Victorina, la rival
No fue la única celebridad femenina en el mundo de los tragasables, aunque sí la más grande. Su mayor rival fue Victorina, quien daba un toque especial y personal a su actuación cuando, tras tragar una espada o una larga cuchilla, era capaz de doblarlas mientras estaban en su esófago moviendo su cabeza hacia delante y hacia atrás.
El riesgo de provocarse cortes internos era, evidentemente, muy alto, y más de una vez esta alemana tuvo que ser asistida por médicos e ingresada en el hospital. También logró sobrevivir en una ocasión en la que se le rompió una daga y se quedó con la empuñadora en la mano. Milagrosamente, logró introducir los dedos por la garganta hasta una profundidad suficiente como para extraer la hoja.
Tras 23 años de ejercicio, Edith Clifford se retiró del espectáculo y, junto con su marido, se fue a vivir a un lugar totalmente ajeno a los focos del circo. Se instalaron en Canton, Ohio, donde guardó toda su colección de objetos y recuerdos y vivió una vida normal, regentando una tienda de comestibles y sin que sus vecinos supieran de su pasado. Murió en 1942; hoy, miembros de la Asociación Internacional de Tragasables han logrado recuperar muchos de ellos, e incluso rememoran sus números con los objetos originales, en lo que es el homenaje y reconocimiento a la que fue una de las más grandes.