Un día como hoy, hace 75 años, comenzaba una de las batallas decisivas de la Segunda Guerra Mundial. El atolón de Midway, en el Pacífico Norte, cercano a Hawái, fue el lugar donde todo cambió, y donde la acometida japonesa, que había arrastrado a EEUU al conflicto, comenzó a verlo todo en contra. Tras lo sucedido entre el 4 y el 7 de junio de 1945, nada fue igual.
El ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, había humillado a un país que había mantenido sus dudas internas sobre la conveniencia o no de involucrarse en el conflicto que estaba incendiando el mundo. Las imágenes de sus buques destruidos y ardiendo golpearon a los norteamericanos, pero un análisis más detenido demostraba que los efectos no habían sido tan contundentes como se temía: la Marina salvó sus portaaviones, que estaban en ese momento en alta mar, y a la larga eso se demostró decisivo.
Fueron esos portaaviones los que lograron acercar aviones lo suficiente para que pudieran bombardear, por primera vez, ciudades japonesas, incluida la mismísima Tokio. Una experiencia que demostró a los nipones que su superioridad podía ser más aparente que real, si los aparatos de una nación a la que habían infligido tan contundente castigo eran aun así capaces de alcanzarles.
En los meses que siguieron a Pearl Harbor, los japoneses llevaron la iniciativa y fueron hostigando a los americanos, con batallas como la del Mar del Coral, en mayo. En la estrategia del almirante Isoroku Yamamoto, la toma de las islas Midway alejaría definitivamente a Japón del alcance de la flota americana, amenazaría Hawái, cortaría las rutas de suministro a Australia y Nueva Zelanda, y obligaría a EEUU a firmar una paz deshonrosa que garantizaría al Imperio del Sol Naciente el control del Pacífico.
Por eso, Japón reunió una flota impresionante para dar el golpe. Como en Pearl Harbor, se buscaba el efecto sorpresa, y hasta se enviaron barcos hacia Alaska para distraer a la flota comandada por el almirante Chester Nimitz. Pero la astucia de un criptógrafo, el capitán Joseph Rochefort, descubrió el engaño: para él, el misterioso objetivo del que hablaba una transmisión japonesa interceptada, llamado "AF", sólo podía ser Midway. Para demostrarlo, difundió el rumor de que la máquina potabilizadora del atolón se había estropeado. Al poco, una transmisión nipona que ordenaba que la flota embarcara una gran cantidad de agua potable fue la prueba de que, efectivamente, era ése el objetivo.
Los norteamericanos lograron, así, enviar una fuerza naval con la que los japoneses no contaban. Por eso, cuando en la madrugada del 4 de junio éstos lanzaron su primera oleada sobre el atolón, se encontraron con una inesperada resistencia que impidió la inutilización completa de las pistas, algo fundamental para el posterior desembarco. Para cuando los japoneses supieron que se les venía encima la flota norteamericana, el almirante Chuichi Naguno, al frente de los atacantes, se encontró con que tenía las cubiertas de sus portaaviones repletas de aviones preparados para despegar pero dotados con armamento pensado para tierra, no para atacar barcos. Aunque sus defensas lograron aniquilar las primeras oleadas de aviones americanos, éstos lograron romper de tal forma su estrategia, que quienes buscaban tender una trampa acabaron cayendo en otra aún mayor dirigida por el almirante Raymond Spruance.
El resultado de la batalla aeronaval fue desolador para Japón, que de golpe perdió gran parte de su poderío naval y a la mayoría de sus experimentados pilotos. Los nipones perdieron cuatro portaaviones (sólo les quedaban dos), un crucero pesado, 248 aeronaves y más de 3.000 hombres. En contraste, las bajas americanas ascendieron a un portaaviones, un destructor, 150 aeronaves y unos 300 hombres.
Pero, más allá del resultado inmediato, Midway fue importante porque significó el punto de inflexión de la guerra. Los japoneses aún poseían gran cantidad de otros barcos, pero fueron los portaaviones los que decidieron el conflicto: EEUU fabricaría 35 más antes del fin de las hostilidades, mientras que los japoneses apenas lograron reponer los perdidos en Midway. A partir de ese momento, ya nunca más podrían llevar la iniciativa, y aunque ofrecieron una feroz resistencia, en ese momento comenzó el lento camino que, tres años más tarde, acabaría llevando a los norteamericanos a lograr la rendición total de Japón.
El emperador ocultó a su pueblo la magnitud de lo ocurrido, y la prensa se encargó de que siguiera pensando que su apabullante flota, de la que estaban tan orgullosos, aún existía. En cuanto a EEUU, John Ford ganó ese mismo año un Oscar con el documental que realizó, con material rodado durante la batalla. Los norteamericanos por fin podían dejar atrás el ominoso recuerdo de Pearl Harbor: Midway les hizo comprender que sí, que aquella guerra la podían ganar.