Anne Desclos nació el 23 de septiembre de 1907 en Rochefort (Francia), pero no fue bajo ese nombre como dejó huella. Lo hizo bajo dos pseudónimos: con el primero, Dominique Aury, se convirtió en una de las personas que más contribuyó a trazar la imponente historia de la literatura francesa del siglo XX; con el otro, Pauline Réage, firmó una de las obras más polémicas de toda la centuria, pero durante cuatro décadas eso casi nadie lo supo.
Como Dominique Aury, se convirtió en la primera mujer en formar parte del comité de evaluación de la célebre editorial Gallimard, desde donde contribuyó a la renovación de las letras galas. Fue además jurado habitual del prestigioso premio Femina, y tradujo al francés a autores de habla inglesa tan importantes como Virginia Woolf, Evelyn Waugh, Francis Scott Fitzgerald o Stephen Crane. Trabajó como asesora para el Gobierno y fue reconocida con la Legión de Honor. Cuando falleció, era uno de los nombres más reputados del panorama intelectual de su país.
Aunque, en realidad, para entonces también se había convertido en el rostro de la autora de Historia de O, un relato sadomasoquista que, tras su publicación en 1954, había cosechado prohibiciones y un sonado escándalo. Pero también la venta de millones de ejemplares y una adaptación cinematográfica en 1975, firmada por el entonces muy exitoso Just Jaeckin, quien un año antes había estrenado el megaéxito Emmanuelle, artífice del boom de las películas clasificadas S, que llevaban el erotismo softcore a los grandes circuitos comerciales, lejos del reducto de las salas X.
Nada de "mujer institucional"
El gran público se quedó atónito cuando la propia Aury lo confesó en 1994 en una entrevista para la revista The New Yorker. Sobre todo, porque la imagen que se tenía de ella era la de una mujer muy institucional, vestida y peinada con la corrección más absoluta, y que incluso había firmado una influyente antología de la poesía religiosa francesa. De hecho, durante todo ese tiempo se había especulado sobre quién se podría esconder tras el pseudónimo de Pauline Réage, y casi todo el mundo parecía convencido de que tenía que ser un hombre el que la hubiera escrito, porque supuestamente las mujeres estaban incapacitadas para la literatura erótica o la pornográfica: André Malraux fue probablemente el candidato más insigne que integró las quinielas.
Sólo los muy íntimos, que sabían que en realidad Aury albergaba una concepción muy poco ortodoxa de la familia y las relaciones sexuales (llegó a pasar por fases bisexuales, y sólo estuvo brevemente casada en su juventud, relación de la que nació su único hijo), podrían haber tenido alguna sospecha. Y ciertamente, quien sí que lo supo fue su amante durante largos años, el director de la Nouvelle Revue Française Jean Paulhan. Ambos se habían conocido ya durante la ocupación nazi, cuando Aury comenzó a trabajar para él. Desde entonces, mantuvieron una intensa relación que duró prácticamente hasta la muerte de Paulhan, en 1968.
Sin embargo, en la década de los cincuenta, Aury comenzó a temer que él, un erotómano confeso admirador del marqués de Sade, dejara de verla atractiva. Por eso, como afirmaba ella misma en el documental Écrivain d'O (2004), comenzó a escribir la obra como un divertimento, un juego que le mantuviese junto a ella, sobre todo después de que él también afirmara rotundamente que una mujer nunca podría escribir una buena obra erótica: "La escribí sola, para él, para interesarle, para complacerle. No era joven, ni especialmente bonita. Necesitaba algo que pudiera interesar a un hombre como él".
Un éxito comercial (y ¿machista?)
Vistos los resultados, lo logró, y con creces. Paulhan la animó a convertir lo que en principio era tan sólo un relato en algo mucho más extenso. Cuando Aury/Réage la finalizó, intentaron que Gallimard la publicara, pero la editorial, que contaba en su catálogo con un autor como Jean Genet, la rechazó porque "no podemos publicar libros como éste". Finalmente, fue Jean-Jacques Pauvert, quien había vuelto a poner de moda a Sade al recuperar Los 120 días de Sodoma, quien se atrevió a enfrentar la prohibición.
Impulsada por el escándalo subsiguiente, la novela fue un éxito comercial y se convirtió en el tema del que todo el mundo hablaba. Mientras que para unos mostraba cómo la mujer podía tomar sus propias decisiones en el sexo, para otros no era más que un intento de reducirla a un mero objeto: quemar ejemplares de la obra se convirtió en uno de los actos imprescindibles en muchas manifestaciones feministas.
Aury falleció en 1998, sólo cuatro años después de su gran revelación. Y según contaba, uno de los momentos más divertidos que vivió fue cuando, en una recepción, el presidente De Gaulle, que se preciaba de estar muy bien informado, la saludó en un susurro como "¡ah, la autora de La historia de O!".