“Se disfraza de asiento para cruzar la frontera”. Noticia de 2015. Parecía una idea buenísima, el camuflaje perfecto, hasta que un agente estadounidense se sorprendió de aquel cuero que forraba el asiento. Dentro había una persona que trataba de cruzar de México a EEUU. Tres años después, ocho agentes de la Guardia Civil irrumpen en el aeródromo de Sant Fruitós de Bages. Buscan a Puigdemont en un aeródromo donde sólo se hacen saltos en paracaídas. La Policía Nacional tiene tomado el Parlament y 100 agentes del Instituto Armado hacen ronda en Girona en busca del ex presidente.
El ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, ya avisaba que había posibilidades de que accediera por “muchos caminos rurales, por barco, en helicóptero o por ultraligero”. “Pero trabajamos para que no ocurra”, dijo en una entrevista en Espejo Público. Las fuerzas del orden trabajan para que el president cesado “no pueda entrar ni en el maletero de un coche”. Ni disfrazado.
Si Puigdemont consigue cruzar las líneas españolas, habrá emulado a Santiago Carrillo, que el 22 de diciembre de 1976, fue detenido a las siete menos veinte de la mañana, en Madrid, tras entrar de manera clandestina en España, con la ayuda de su compañero millonario Teodulfo Lagunero. En la confluencia de las calles Padre Jesús Ordóñez y López de Hoyos, cuando salía del inmueble número 14 de la primera calle.
Un disfraz para la democracia
Con el secretario general del Partido Comunista de España -con sede en Toulouse- fueron arrestados los dirigentes del PCE Julio Aristizábal, Victoriano Díaz-Cardiel, Jaime Ballesteros, Juan Manuel Azcárate, Pilar Bravo, Simón Sánchez Montero y Santiago Álvarez. Seis días después, el 30 de diciembre de 1976, Carrillo fue liberado.
Era la única entrada comunista a la democracia española (hasta que recuperó la legalidad en 1977). Un disfraz inauguraba una democracia sin estrenar, en una de las puestas en escena más absurda de la Historia de la Humanidad. El mejor chiste comunista que puso en evidencia las carencias de la nueva etapa española, recién inaugurada tras la muerte de Franco. Carrillo disfrazado de democracia, como podría hacerlo Puigdemont. Un chiste blanco. Dos décadas después del arresto, Interior devolvió a Carrillo la peluca más famosa de la Historia, confeccionada, además, por el peluquero de Picasso.
A lo Mortadelo
El que fuera ministro de la Gobernación con la UCD, en 1976, Rodolfo Martín Villa, le entregó las prendas. Carrillo provocó el arresto con objeto de poner al Gobierno de Suárez en la tesitura de tener que reconocer la existencia y fuerza del partido. Debía de salir de la ilegalidad y de la clandestinidad en la que vivía en el extranjero. Lo logró al poner el foco en el arresto (con peluca).
Carrillo parecía con ella “una puta vieja”, a ojos de su amigo Rogelio Blanco. Un disfraz. Parece la mejor opción para Puigdemont. Menos arriesgada que saltar en paracaídas. Aquel día Carrillo se puso peluca, bigote y barba postiza y bata de enfermo. Lo que viene siendo, un Mortadelo, que en la primera aventura larga de los agentes, en El sulfato atómico (publicado en 1969), el agente de la T.I.A., creado por de Ibáñez, se convierte en avestruz y de un salto supera la barrera de la frontera, ante la sorpresa del soldado alemán.