Justa Freire nace en 1896 y muere 69 años después, una década antes de que España regresara a la democracia, mucho tiempo después de salir de la cárcel. Demasiado. Los tribunales franquistas acusan a una de las maestras más innovadoras que ha tenido este país de un delito de “prácticas laicistas” en la escuela. El juez le da una oportunidad antes de meterla a prisión y desposeerla de sus tres oposiciones y expulsarla de la escuela pública para siempre. Le pide que señale a una persona que hable bien de ella y de su trabajo en la enseñanza pública, durante la Segunda República. Ella responde que acaba saludar a un maestro, antiguo compañero, con el que se acaba de cruzar y él podría dar buenas referencias de sus labores. “No sea ingenua. Esa persona es quien le ha acusado”, responde.
La vida de Justa fue un drama. Así lo reconoce su biógrafa, la profesora María del Mar del Pozo Andrés, que publicó hace cinco años Justa Freire o la pasión de educar. Biografía de una maestra atrapada en la Historia de España (1896-1965). En el libro se descubre a una de las primeras mujeres que llegó a ser directora de una escuela graduada durante la Segunda República, es decir, una de las mujeres que formó parte de la primera generación de mujeres que dirigió a hombres. Y no fue fácil, como hemos visto. “No lo admitieron”, dice Del Pozo. Ellos tenían un método tradicional y no consentían la nueva metodología que lleva, en 1933, a la escuela Grupo Escolar Alfredo Calderón, en Madrid.
Amor por su oficio
“Fue una maestra que sólo quería ser maestra”. Y así fue hasta que Franco dio el golpe de Estado. Entonces huye con los niños de Madrid a Valencia para ponerles a salvo de los bombardeos. Forma en el Levante colonias escolares, donde están mas seguros de las bombas fascistas. Una semana antes del final de la guerra civil es detenida, en su casa. Vivía cerca de la escuela para controlar a sus alumnos.
Justa fue la primera mujer de la familia que estudió en la Escuela Normal. En el pueblo se le reconocía por su inteligencia y su familia se esforzó para que estudiara. Es muy posible que su tía Juana apoyara económicamente en su emancipación intelectual, porque no debía resultar fácil a su familia enviarla a Zamora a vivir en una pensión para que continuara sus estudios. Cuentan que aprendió a leer sola. Era especial, en una familia comprometida con su educación.
Una generación única
Forma parte de una generación decisiva para el futuro de este país, la compuesta por un grupo de unos 800 maestros que aplican las enseñanzas laicas de la Escuela Nueva. “La escuela pasó de ser un centro de instrucción a ser un centro de educación, donde se enseña a los niños a ser ciudadanos demócratas. Se hacía con actividades como asambleas, votaciones en clase sobre actividades, sacar la escuela fuera del aula, visitar museos, correspondencia con niños de otras escuelas”, cuenta a este periódico María del Mar Pozo.
Se formó viajando al extranjero. Quería aprender las nuevas técnicas para el nuevo país que nacía. Quiso que los niños valorasen la belleza a través de todas las artes, tenía unos ideales éticos y estéticos que emanaban de la Institución Libre de Enseñanza y “siempre fue muy fiel a sí misma”. “Nunca hizo nada para manifestarse favorable al régimen y de este modo reincorporarse a la escuela pública. Sí cambió sus planteamientos religiosos profundamente, pero su ideario político no”.
Exilio interior
Y se lo quitaron todo. Por sus ideas políticas. Una socialista creando una escuela laica, que al salir de la cárcel vuelve a trabajar dando clases particulares y como maestra en el Colegio Británico… dando clases de religión. Los franquistas le habían declarado la guerra y nunca volvería a dar clases en Madrid en una escuela pública. Pero sí a hijos de falangistas y de ministros de Franco. En una de esas, un ministro de Agricultura intercedió por ella y la readmitieron, pero en Manresa. Apenas estuvo un mes. Vivió en Madrid hasta sus últimos días, resistiendo en un cruel exilio interior. Sí, la vida de Justa es una película pendiente.
Una vez una alumna chilena de aquellas clases particulares le dijo: “Algún día tendrás una calle, en Chile”. España, años cuarenta. Impensable que una maestra socialista represaliada por el franquismo tuviera reconocimiento por su participación en una sociedad más justa. Ahora, Madrid hace justicia con ella, con Justa, y le concede una calle, por petición de los vecinos de La Latina.
El Ayuntamiento de Manuela Carmena, una vez el TSJM desestimó las medidas cautelares reclamadas por la Fundación Francisco Franco, ha decidido colocarla en lugar de la vía dedicada al general Millán Astray, creador de la Legión (y del himno El novio de la muerte) y enemigo declarado de los intelectuales y la inteligencia. El nuevo nombre es el punto final al bochorno democrático. La maestra que sólo quiso ser maestra, ya es un referente.