No cabe ni un alma en la plaza ese uno de mayo. Hay pancartas: “Que dios te bendiga”. En el palco, Eva se dirige a los argentinos que han acudido a alabarla. “Otra vez estamos los descamisados del pueblo”. Viste chaqueta gris y blusa roja. Siempre de rojo, porque era el día de “verterse sangre humilde, que nunca es azul”. Pendientes de perlas y pelo recogido. Durante catorce minutos, forzando la voz, quebrada por el ímpetu y la debilidad, habla al “pueblo trabajador” y “humilde”, en el que se incluye. Les pide que no se rindan ante los traidores que meses atrás fracasaron en un golpe militar contra el peronismo.
Allí estaba ella, junto al Presidente de la República, su marido, arengando a sus queridos “descamisados” desde los balcones de la Casa del Gobierno. Ya estaba enferma de cáncer. Era su último discurso público. Dos meses después muere. Es su discurso final, esencia pura de la dimensión populista que le ha llevado desde el arroyo a la presidencia. Es el ejemplo de todos ellos, es pura clase desfavorecida y marginal que ha logrado llegar a lo más alto, gracias a los votos de los desfavorecidos, los descamisados, es decir, las masas.
Tener corazón (y dinero)
Y les dice que ella no vale ni por lo que hizo, ni por lo que es, ni por lo que tiene. Que ella sólo tiene una cosa que vale, “la tengo en mi corazón”. “Me quema en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios. Es el amor de este pueblo. Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un pueblo descamisado vale más que mi vida”. El corazón, sea lo que sea, el corazón. Una figura que ya había utilizado el uno de mayo anterior, en 1951: “Yo no tengo elocuencia, pero tengo corazón. Un corazón peronista y descamisado, que sufrió desde abajo con el pueblo y que no lo olvidará jamás, por más arriba que suba”.
Así era el corazón de Eva, leal a los descamisados por más que ascienda. Así era su corazón y el pueblo lo podía ver, a pesar del lujo con el que le gustaba rodearse a la actriz. “Mis hogares son generosamente ricos”, escribe en La razón de mi vida. “Quiero que sean lujosos, precisamente porque un siglo de asilos miserables no se puede borrar sino con otro siglo de hogares excesivamente lujosos. Sí. Excesivamente lujosos”.
Vivir como ricos
Recuerda cómo le preguntaban las visitas por qué tanto lujo, si no tenía miedo de que al salir de sus lujosos salones estos “descamisados” se convirtieran en “inadaptados sociales. Decía Eva que le preguntaban si no tenía miedo a que los descamisados se acostumbraran a vivir como ricos. Y ella contestaba, según la propia Eva: “Yo deseo que se acostumbren a vivir como ricos… que se sientan dignos de vivir en la mayor riqueza… al fin de cuentas, todos tienen derecho a ser ricos en esta tierra argentina y en cualquier parte del mundo”.
Eva no tenía miedo a sus ostentaciones que la desclasaban de su pasado paupérrimo. No quería distinguir entre lo doméstico y lo político, porque todo era lo mismo, porque eso de lo que ella disfrutaba era a lo que ellos, los descamisados, debían aspirar y ella era la prueba de que era posible… si la votaban. “El mundo tiene riqueza disponible como para que todos los hombres sean ricos. Cuando se haga justicia no habrá ningún pobre, por lo menos entre quienes no quieren serlo”. La única condición para la riqueza es que conserven su “alma”: “¡Alma de pobres, humilde y limpia, sencilla y alegre…!”.
Peronizarse o morir
Eva Perón quería ser como cualquier mujer en “cualquiera de los infinitos hogares de mi pueblo”. Y explicaba que era una mujer más, una mujer cualquiera, una mujer a la que le gustan “las mismas cosas que a ella: joyas y pieles, vestidos y zapatos”. Ser rica e indignarte con los dueños del poder y del dinero que explotan a los humildes y a los pobres es posible. Ella vivió la “angustia íntima” de la pobreza. A lo único que se negaba Eva Perón era a los intelectuales (y viceversa). “No los soportaba”, recuerda Javier de Navascués, autor del libro Alpargatas contra libros: el escritor y las masas en la literatura del primer peronismo (Iberoamericana).
La compra del chalé de 600.000 euros, en Galapagar-La Navata, que ha revuelto las tripas del seno de Podemos (y votantes), es lo más cerca que ha estado el partido de peronizarse. Y lo más lejos que van a estar nunca de Eva Perón. Ella, nacida entre los menos favorecidos, no tuvo estudios. Apenas sabía leer y escribir. Pero aparecía con sus vestidos caros y pieles y los descamisados se sentían orgullosos de ella. Y ella no se avergonzaba, ni trataba de disimular, confundir u ocultar. Hacía gala de ese lujo.
Pero el peronismo de Podemos es de laboratorio, como explica Navascués. Lo han estudiado, lo han copiado, han leído hasta la última línea de Ernesto Laclau, pero no proceden de la clase obrera y sus votantes son clase media alta. Se han disfrazado de ellos, no como Eva. Ella se disfrazó de casta, pero era pobre.