Hace dos años Manuela Carmena imaginó un nuevo nombre para el Valle de los Caídos: “Valle de la paz”. La alcaldesa de Madrid pensaba que renombrando sería suficiente para lavar la cara al monumento que Franco se mandó construir en lo alto de la Sierra del Guadarrama, para honrar su propia memoria. Así se ha mantenido durante cuatro décadas de democracia, como un apartheid franquista con su cuerpo y el de José Antonio enterrados e intocables.
Si todo se consuma, Pedro Sánchez propondrá a los diputados de la Cámara Baja que voten a favor de la exhumación de los dos cuerpos. Los restos de Franco viajarán a la capilla y la cripta privada del cementerio de Mingorrubio, en un panteón donde descansa su mujer, Carmen Polo, pero ¿será suficiente para acabar con el mensaje franquista del monumento gestionado por Patrimonio Nacional?
No es la primera vez que un gobierno socialista se pregunta cómo sacar de Cuelgamuros sus restos. El 28 de noviembre de 2011, varios especialistas, a petición del Gobierno de José luis Rodríguez Zapatero, investigaron y conluyeron en un informe qué hacer con ese monumento en la España democrática. Ese día se presentó el plan para que dejara de ser lo que es, pero el PSOE ya estaba en funciones y la llegada de Mariano Rajoy era inminente. La propuesta de levantar la losa de granito de 1.500 kilos de la sepultura para exhumar los restos fueron a la papelera.
Los historiadores Carme Molinero y Ricard Vinyes proponían construir un centro de interpretación de los acontecimientos que allí tuvieron lugar, antes de llegar a la Basílica. Muchos de los visitantes del monumento ya no tienen conocimiento sobre lo que pasó allí, ni de lo que representa la construcción. Además, el informe pedía “urgencia” en la identificación de todos los enterrados (cerca de 34.000 cuerpos, más de 12.000 sin identificar). Sacar el cuerpo es fácil, lo difícil es transformar el significado del lugar. Los historiadores consultados por este periódico piden un plan de actuación detallado para que esta decisión no quede en un gesto simbólico.
La Comisión propone explicar y no destruir, por eso también considera adecuado el mantenimiento del nombre del Valle de los Caídos. “La resignificación de todos los elementos debe efectuarse sin encubrimiento; todo debe estar visible desde el último símbolo hasta el nombre”, apuntan. También proponen la creación de un Centro de Interpretación para cumplir con la explicación, sobre todo, de la presencia de presos republicanos en la construcción.
Y debería ser un edificio construido ex profeso fuera del recinto de la Basílica y del Monasterio. Sí subraya que cualquier intento de resignificación obliga a despojar cualquier connotación ideológica y política, “y atendiendo únicamente a la dimensión moral de la memoria”.
Punto final al homenaje
“El Valle de los Caídos necesita un plan de choque mucho más importante que operaciones simbólicas”, cuenta el arqueólogo Alfredo González-Ruibal, que el verano pasado fue expulsado de la basílica por retirar la ofrenda floral que alguien acababa de dejar sobre las tumbas, tras realizar el saludo fascista. Lo consideró un acto de exaltación del franquismo, y la Ley de Memoria Histórica lo prohíbe.
“Hay que intervenir en el elemento material, la construcción, la cruz, la basílica. Con unos cartelitos no basta, porque es un monumento espectacular y muy agresivo”, asegura el arqueólogo especializado en Guerra Civil. No cree que haya que derrumbarlo, pero sí intervenir en el entorno monumental, porque sacar a los cuerpos no impedirán las peregrinaciones. “No se trata sólo de sacar, sino construir cosas”.
Algo más que un gesto
Este periódico habló en su día con el historiador Fernando Hernández, quien piensa que se debe explicar qué significado tiene, no cambiarle el nombre por Valle de la Paz. “A nadie se le ocurre cambiar el nombre de Auschwitz, porque son lugares que sirven para el aprendizaje. Hoy son lugares de preservación de la memoria de las víctimas. Cambiar de nombre no conduce a nada”. Obviar el conocimiento del pasado conflictivo no ha sido la mejor de las soluciones.
José Luis Ledesma, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, también piensa que debe haber un cambio integral. No es partidario de la destrucción, ni de la despolitización del pasado, porque de esa manera se crea una versión dulce de lo que sucedió. Desde el año 2011 el “informe Jáuregui” ha estado olvidado en los cajones. Para el historiador Francisco Espinosa, autor de Contra el olvido (Crítica), la desmemoria de la población española es tan absoluta que un cambio de nombre sería un maquillaje sin importancia.
La cruz, en pie
Todos los consultados aprueban el cambio de uso del monumento, porque no se puede permitir que siga siendo un lugar de exaltación de la dictadura, sino una oportunidad para ilustrar las consecuencias de los sistemas totalitarios del siglo XX. Joan María Thomas, autor de Franquistas contra Franquistas. Luchas por el poder en la cúpula del régimen de Franco (Debate), dice que hay que convertir el monumento en museo. “Hay que explicarlo. Es un lugar de la memoria, no un lugar de culto”. Fuera los enterramientos. Como el resto de los historiadores consultados, no cree que la cruz gigante deba caer.
“Hay que explicar que no fue un símbolo de paz, sino una reivindicación de los caídos del franquismo. No puede seguir siendo un lugar de peregrinación y culto. La España democrática no puede mantener esto”, añade.
Un cambio prudente
El Premio Nacional de Historia, Enrique Moradiellos, está de acuerdo con la salida de Franco y José Antonio, pero hay que hacerlo “con prudencia”. “Acabar con su significado es imposible con los cuerpos de ambos allí enterrados. Tampoco debemos derruirlo, hay que mantenerlo con un nuevo significado. Si no se puede tirar, que se lave. Con la Abadía Benedictina también hay que tener cuidado para no excitar los sentimientos anticlericales. Hay que tener cuidado para no expulsar los cadáveres con saña. Nadie en su sano juicio puede negarse a sacarlo de ahí”, añade el autor de Historia mínima de la Guerra Civil española.
Alicia Alted Vigil, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y una de las expertas que formaron parte de la comisión del “informe Jáuregui”, aclara que Franco no debería haberse enterrado allí. “No puede haber reconciliación si no se saca del Valel de los Caídos el cuerpo de Franco. Y José Antonio debería ser tratado como una víctima más y quitarle del lugar preeminente. Debería estar en uno de los osarios donde descansan el resto de las víctimas y de los caídos”, contaba a este periódico.
Tampoco cree que la exhumación de todos los cuerpos sea posible, porque el estado de los restos dispara los costes económicos de la operación. Por eso apunta que lo más importante es resignificar todo el monumento, conservando el reflejo de una época. “Hay que reconstruir para permitir la reconciliación y que las personas allí enterradas contra su voluntad tengan un espacio para que sus familias puedan honrarlas”, dice Alted.
Para no olvidar
El profesor de Historia de Europa en la Trent University de Canadá, Antonio Cazorla Sánchez, ha explicado que es un sitio idóneo para un museo y centro de estudios de nuestra guerra, “quizás en la abadía situada a sus espaldas”. “Allí, los ciudadanos de hoy y de mañana podrían aprender con rigor histórico lo que pasó a sus antepasados, a respetar el dolor de todos los que sufrieron la guerra y a valorar aún más el hecho de que podemos ofrecerles y ofrecernos la paz, la piedad y el perdón que los tiempos les negaron”.
Ninguna de las personas consultadas cree que lo importante sea destruir el monumento, ni cambiar la historia, ni hacerla desaparecer. El Valle de los Caídos es un reflejo de nuestra historia reciente que hay que reconocer y difundir. Conservar y conocer para que no vuelva a ocurrir, una misión similar a la de los monumentos que Alemania mantiene en pie de la era nazi. Y reconciliarse con el pasado.