La agogé (o educación espartana) puede resumirse en el verso del poeta Tirteo: “Es bello morir, en primera línea, como valiente que lucha por su patria”. Sus dos principales pilares eran el rechazo radical al individualismo -es decir, la entrega total a la colectividad, al bien social- y la militarización completa de la vida privada. Los espartanos fueron los guerreros más disciplinados y por ellos los más crueles. Estaban sometidos, desde muy críos, a un entrenamiento pérfido y exigente, tanto que si al nacer el bebé no contaba con las capacidades físicas esperadas, era descartado. Buscaban una raza superior e invencible al más puro estilo nazi: de hecho, el régimen de Hitler se inspiró en los espartanos a la hora de criar una nueva élite de luchadores sagrados.
Cuando un niño espartano nacía, era llevado ante un comité de ancianos que dictaminaba si era lo suficientemente vigoroso. De ser vulnerable, enfermo o deforme, los padres lo abandonaban en un hoyo hasta que muriese de hambre. Se calcula que al menos un 50% de los bebés nacidos en Esparta murieron de esa forma.
Al cumplir los siete años, los chavales abandonaban a su familia y quedaban bajo el faro guía de un tutor llamado “guardián”. Era el encargado de enseñarles a luchar y a usar armas. Si se mostraban torpes o indecisos, se les agredía con el látigo. El grado de crueldad y austeridad no conocía límites: los jóvenes andaban descalzos y apenas contaban con ropa para que se les endureciese la piel ante las inclemencias del tiempo. Se les obligaba a pasar hambre y se les inducía a robar comida, pero si eran descubiertos en su hurto, volverían a ser azotados.
Rituales del hambre
Cuando no podían resistir más el vacío de su estómago, comenzaba otro festival: los adultos se agolpaban para verlo, aplaudían y reían. El ritual consistía en colocar trozos de queso sobre el altar de la diosa Artemisa y que los jóvenes se peleasen para conseguirlos y llevárselos a la boca. El chico que lograba hacerse con más queso era honrado con el título de “Bomonike”.
Los volvían despiadados, los deshumanizaban. Para que los ojos se les hiciesen a la violencia, les obligaban a ver asesinatos brutales de esclavos. Más tarde, eran enviados con una daga a esconderse en los caminos: el plan era ofrecer un pequeño trozo de comida a un esclavo ilota y, cuando ‘picase’, asesinarlo.
También se les entrenaba intelectualmente en la velocidad. Debían responder con agudeza y rapidez a preguntas como “¿quién es el guerrero más feroz de la comunidad?”. Si se mostraban indecisos y dubitativos o su respuesta parecía poco argumentada, volvían a ser castigados. Ojo al festival anual llamado “Diamastigosis”: ahí los niños se sucedían en un desfile donde recibían latigazos hasta caer rendidos al suelo, mientras la multitud los jaleaba.