La historiografía de los siglos posteriores quiso desdibujarla, cercenar su legado, ocultar su inteligencia y eficacia política. Todo por su condición de mujer. Urraca de León (1081-1126) fue la primera mujer en la historia de España en reinar por derecho propio; una anomalía para la Edad Media que le granjeó una corriente misógina y machista en su contra, una suerte de juicio contemporáneo sobre sus decisiones tomadas. Pero ese retrato de la monarca transmitido durante siglos no es más que una imagen deformada de la realidad.
Reinó durante diecisiete años y, una vez muerta, la leyenda nociva comenzó a cernirse sobre su figura. De Doña Urraca se afirma en el Cronicón Compostelano que gobernó "tiránica y mujerilmente". En la Historia Compostelana, escrita por Giraldo de Beauvais a encargo del obispo de Santiago Diego Gelmírez —con quien la reina mantuvo episodios de desencuentro— se tilda a la mujer de "criminal víbora cargada de pestífero veneno".
Sin embargo, otros relatos de personas coetáneas a Urraca de León, como el de un monje de Sahagún, donde se ofició el entierro de su padre Alfonso VI, no la retratan como una mujer temperamental, falsa o lujuriosa, sino que vertían una opinión bastante diferente: "Así como era de alta nobleza y sangre real y gran hermosura, gozaba también de gran prudencia y de graciosa habla y elocuencia".
"No parece que esta instantánea —escribe el historiador Ermelindo Portela en el capítulo dedicado a la reina Urraca en Historia mundial de España—, tomada por alguien que conoció en persona a la retratada, se aleje en exceso de la realidad, porque existen abundantes fuentes que avalan un perfil humano en que la energía de carácter, la independencia y la constancia niegan la mujer débil, caprichosa y voluble que, con trazo grueso, dibujaron algunos de los que, en determinados momentos se enfrentaron a ella".
Pieza de intercambio
Hija de Alfonso VI y de su segunda mujer, Constanza, Urraca se enfrentó, desde el primer momento, a una situación desfavorable: ella era la legítima heredera al trono pero su padre estaba obsesionado en lograr un vástago varón. Como biológicamente le resultó imposible —la reina no pudo tener más descendencia— Alfonso VI nombró a Sancho, el fruto de sus relaciones con la princesa musulmana Zaida, su sucesor. Sin embargo, el joven moriría en el año 1108 en Uclés en una batalla contra los almorávides.
Desde su juventud, a Urraca de León, tal y como afirma la historiadora María del Carmen Pallares en el perfil de la reina en el Diccionario Biográfico español de la Real Academia de la Historia, "nada le fue preguntado o requerido ante decisiones que la afectaban grave y directamente y que se tomaban en un entramado de intereses, en el que el papel de Urraca se limitaba al de pieza de intercambio. Una pieza valiosa, porque, en el momento de las concertaciones, tenía asociado el Trono de León".
La monarca se casó en dos ocasiones durante su vida. El primer matrimonio fue con Raimundo de Borgoña, con quien tuvo dos hijos: Sancha y Alfonso (VII), futuro rey. Es esta una época de tranquilidad y bonanza para Urraca que termina de forma abrupta, con la muerte de su marido en 1107. Viuda y en una posición de desventaja, los poderosos que rodeaban a la reina concertaron, contra su voluntad, un nuevo casamiento con Alfonso de Aragón, el Batallador. Ella estaba enamorada del conde Gómez González.
Maltratos y divorcio
"La falta de amor por parte de la reina, que accedió al matrimonio en razón de las presiones políticas, era correspondida con la misma moneda del lado de Alfonso, que aportaba a la relación un carácter no exento de rasgos violentos sobre un evidente fondo de misoginia", explica María del Carmen Pallares, la primera catedrática en Historia Medieval en España.
El matrimonio acabaría rompiéndose definitivamente el 13 de junio de 1110: Urraca de León no fue capaz de soportar ni un minuto más el comportamiento de su esposo, que incluía los malos tratos: "Toda persona noble ha de lamentar que mi rostro haya sido manchado por sus sucias manos y que yo haya sido golpeada por su pie", dijo la reina según se recoge en la Historia Compostelana.
Roto el enlace entre ambos, el juego de tronos por alcanzar el poder se polarizaría en torno a cuatro grupos de presión política entre los que se incluían a partidarios del rey de Aragón, del futuro Alfonso VII, de Enrique —el hermano de Raimundo de Borgoña— y de la reina. En ese sentido, Ermelindo Portela señala que "si Urraca mantuvo finalmente su dominio en el trono y se convirtió para los más en fundamento de legitimación, fue porque supo concitar a su favor la fuerza suficiente para hacerlo". Es decir, sus capacidades políticas residen en las antípodas de la corriente que la define como una mujer débil.
Muerte en un parto
Aun tendría dos hijos más Doña Urraca, concebidos con Pedro González de Lara, otro amante. Este arrojo de la reina ejerciendo su libertad individual además de representar el papel de emperatriz de España, demuestra, según María del Carmen Pallares que "la plenitud política alcanzada por Urraca en la última fase de su vida estuvo acompañada, frente a los rasgos de desequilibrio y volubilidad con que suele describirse su carácter, por la madurez y la estabilidad personal".
La reina Urraca murió durante un parto el 8 de marzo de 1126 en el castillo de Saldaña, futuro enclave del enlace matrimonial entre su hijo Alfonso VII y Berenguela, la hija del conde de Barcelona. Allí se había resguardado para hacer frente a las dificultades de un embarazo problemático y a las argucias de sus enemigos como Diego Gelmírez, el arzobispo de Santiago de Compostela. La monarca mostró siempre una determinación e independencia que no tenían nada que ver con el papel que se le ha asignado.
Así concluye su relato Ermelindo Portela: "(...) la debilidad, la volubilidad y la inferioridad de las mujeres —los tópicos que los clérigos reformistas de este tiempo asentaban en la mentalidad colectiva de la sociedad del siglo XII— eran desmentidos en la vida real por la primera mujer reina titular de la historia hispánica. (...) Urraca de León daría abundantes muestras de energía de carácter y, sobre todo, de su indudable capacidad para el gobierno del reino".
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