María Leonor de Brandeburgo y el rey Gustavo II Adolfo de Suecia compartían gustos por la música y la arquitectura, entre otras cosas. Su enlace matrimonial estuvo a punto de no producirse nunca por intereses diplomáticos y de alianzas, pero una artimaña de la madre de ella, Ana de Prusia, mujer de Juan Segismundo I de Brandeburgo, que llevó a su hija en secreto a la región de Brunswick, donde fue recogida por una comitiva sueca, logró llevar a buen puerto las negociaciones.
Aunque los primeros meses del matrimonio desarrollado en románticas circunstancias -la boda significó la liberación de María Leonor de las garras de su hermano, el príncipe Jorge Guillermo, que no quería casarla con el monarca sueco- fueron casi idílicos, lo cierto es que la reina consorte de Suecia nunca supo adpatarse a la cultura de su nuevo país y pasaba el día rodeado por compatriotas alemanas.
Pero el principal problema de la pareja vino a la hora de dejar descendencia. En el otoño de 1926, María Leonor dio a luz a una niña que moriría con apenas un año de vida. Mientras, su marido, arriesgaba su existencia prácticamente cada día en el campo de batalla, combatiendo a las tropas de Polonia. Existía verdadero riesgo de que el hijo varón que asegurase la dinastía no llegase nunca.
No fue hasta 1627 cuando María Leonor se volvió a quedar embarazada. La cuidaron para que todo saliera bien, e incluso los astrólogos predijeron que esta vez sí daría a luz a un heredero varón. Pero sucedió todo lo contrario: el bebé resultó ser una niña, Cristina de Suecia. Aunque al principio el rey sueco quedó decepcionado, luego decidió organizar una celebración acorde a si se tratase de un descendiente varón.
La que no pudo soportarlo fue María Leonor. Cuando le revelaron el sexo del neonato, exclamó: "En lugar de un hijo, he engendrado una hija oscura y fea, con una nariz enorme y ojos negros. ¡Quitádmela de delante. No quiero tener semejante monstruo!".
La reina entró en un estado permanente de locura y Cristina comenzó a sufrir, de forma repentina y misteriosa, percances que pudieron haber acabado con su vida: una vez una viga cayó sobre la cuna. En otra ocasión, se precipitó accidentalmente por las escaleras. Y hay más: también se culpó a una de las niñera de dejar caer al bebé sobre el suelo de piedra, lo que le provocó una torsión en el hombro de la que nunca se recuperaría del todo.
Pese a todo, la futura Cristina de Suecia lograría llegar a la vida adulta y heredar el trono de su padre, muerto en la batalla de Lützen el 6 de noviembre de 1632. La depresión de María Leonor se agravó tras la muerte de Gustavo II Adolfo. Ordenó decorar todas las habitaciones del palacio con prendas negras en señal de luto durante más de un año. Tampoco dejaba que entrase la luz solar a sus estancias.
Pero lo más tenebroso de todo fue lo que hizo con su hija: la obligó a dormir con ella en la misma cama sobre la que colgaba el corazón de su padre, Gustavo II Adolfo, embalsamado en un cofre de oro. Durante el resto de su vida -moriría en 1655-, María Leonardo nunca pudo superar la pérdida de su marido, a quien lloraba durante varias horas todos los días. También le arrebataron el cuidado de su hija en 1636 por su incurable locura.