Muy débil y enfermo, y sin haber logrado descendencia, Carlos II el Hechizado se vio obligado a rehacer su testamento y nombrar como descendiente a su sobrino Felipe de Borbón, el candidato por el que había apostado Francia. Ese traspaso de poderes en el trono español —no solo a nivel humano, sino también de casas reales: se extinguió el reinado de los Austrias y dio comienzo el de los Borbones— provocó un sangriento conflicto de armas a nivel continental, la Guerra de Sucesión, que se desarrollaría desde 1701 a 1713.
Toda Europa movilizó a sus tropas —para el año 1710 se calcula que 1,3 millones de soldados de ambos bandos estaban movilizados por todo el mundo, porque la guerra también se sufrió en América— por lo que el baño de sangre y muerte estaba asegurado: según los cálculos del historiador catalán Joaquim Albareda, que ha pasado buena parte de su vida documentando un enfrentamiento que puede ser visto como una suerte de primera guerra mundial, las hostilidades desatadas se cobraron 1.251.000 muertos en Europa. Francia fue el país más perjudicado con 500.000 bajas.
En 1710 gran parte del continente ya anhelaba un acuerdo de paz. El primer acercamiento se produjo en las infructuosas conversaciones de Geertruidenberg, a principios de año. El siguiente movimiento corrió a cargo del monarca francés Luis XIV, el Rey Sol y abuelo de Felipe V, que empezó a sondear a Gran Bretaña. En la potencia favorable a la causa austricista se había registrado un cambio de postura, más pacifista, tras la llegada al poder de los tories. A finales de 1710, los ingleses enviaron al secretario de Estado francés una carta en la que renunciaban a su objetivo de restaurar a los Austrias en el trono español. El camino hacia la paz comenzaba a allanarse.
Todo se puso de cara para firmar un armisticio con la muerte de José I de Austria en abril de 1711. El archiduque Carlos, que rivalizaba por el trono español con Felipe V, pasó a gobernar el Sacro Imperio Romano Germánico. Y a los británicos no parecía hacerles demasiada gracia que el emperador Carlos IV consolidase una monarquía gigantesca haciéndose también con el control de España. De ahí que el día 22 Francia enviase a Gran Bretaña un documento de negociación en el que se incluía el reconocimiento de garantías para el comercio británico en España, en las Indias y en el Mediterráneo.
Pero los ingleses reclamaron más garantías, como que España y Francia nunca pudiesen unirse bajo la misma corona y la reivindicación de distintos enclaves como Gibraltar o Mahón. Tras diversos encuentros entre enviados de ambos países, producidos a espaldas de Holanda, se elaboró una serie de documentos preliminares que prefiguraron los acuerdos posteriores del Tratado de Utrecht.
Un mal acuerdo para España
La reina inglesa Ana Estuardo convocó a las partes beligerantes de la Guerra de Sucesión española en la localidad holandesa para iniciar las conversaciones que pusiesen el punto y final a una contienda que se había desarrollado durante más de una década. La primera de las reuniones se registró el 29 de enero de 1712. El embajador del bando austricista desde La Haya manifestó "la grande unión y armonía que hay en Utrecht entre los ministros de Inglaterra y Francia", así como el empeño de los británicos por concluir "la mala paz que nos anuncian".
La situación, no obstante, se complicó con las muertes del Gran Delfín, el hijo de Luis XIV y padre de Felipe V, y del duque de Borgoña, hermano del monarca castellano. De esta forma, Felipe V se convertía en el candidato al trono francés mejor posicionado. Sin embargo, este renunciaría finalmente a la corona francesa —desoyendo los deseos de su abuelo— y se decantaría por seguir siendo el rey de España.
Las conversaciones en Utrecht se fueron encadenando al mismo tiempo que en los campos de batalla de toda Europa se continuaba vertiendo sangre. Y lo cierto es que lo acordado allí, y ratificado el 11 de abril de 1713, ha sido tradicionalmente entendido como una humillación para los intereses españoles. Felipe V tuvo que acceder a las pretensiones de Inglaterra, Austria y sus enemigos y ceder parte de sus dominios europeos —y alguno peninsular— así como firmar concesiones comerciales en América.
Uno de los territorios que España entregó de forma oficial a Gran Bretaña fue Gibraltar, que los propios ingleses ya habían conquistado en 1704 por las armas en nombre del archiduque Carlos. Asimismo, se quedaron con la isla de Menorca —que España recuperaría en 1782— y se beneficiaron de una serie de acuerdos comerciales: el llamado navío de permiso, por ejemplo, un barco que tenía licencia para comerciar con los puertos españoles desde América sin pagar tasas, pero que también se utilizaba para llevar a cabo acciones de contrabando. El también derecho de asiento les concedía permiso para vender 5.000 esclavos negros en las colonias españolas durante 30 años.
Gibraltar sigue hoy en día bajo dominio británico, y el Tratado de Paz de Utrecht, que equilibró el poder en Europa, fue un duro manotazo para España que ratificaría en fin de su hegemonía continental.