Las biografías de Vladímir Ilich Lenin y Benito Mussolini son un calco ideológico hasta el estallido de la I Guerra Mundial. Mientras el político ruso aguardó con paciencia y durante más de veinte años el momento de alcanzar el poder, defendiendo siempre la vía de la revolución socialista, primero como socialdemócrata y desde 1903 como blochevique; su camarada italiano fue un trapecista de las ideas: primero, durante más de una década, militó en la estela del marxismo, luego se hizo intervencionista y combatiente y después fascista libertario. Acabaría proclamándose duce, líder de un partido armado, un fascista antidemocrático.
Escarbando en los orígenes de ambos, prendidos por las doctrinas de Marx –Mussolini llegó a decir de él en 1914 que era “el maestro inmortal de todos nosotros”– de la revolución social y la expropiación de la burguesía, resulta inverosímil el punto de llegada del dictador italiano, renegado de las políticas profesadas durante su primera etapa en las trincheras del socialismo, un “traidor” expulsado del Partido Socialista de Italia por su profundo viraje. ¿Cómo pudo ser posible un cambio tan radical ?
“Durante la guerra, como soldado y periodista —tras dimitir como editor de Avanti! creó su propio diario, Il Popolo d’Italia—, Mussolini se convirtió al nacionalismo y repudió el marxismo y el socialismo porque estaba convencido de que el capitalismo aún era fuerte y progresista, mientras que el proletariado estaba inmaduro para tomar el poder y gobernar una sociedad industrial moderna”, cuenta el historiador italiano Emilio Gentile a este periódico. La última obra de uno de los referentes mundiales en el estudio y desarrollo del fascismo, Mussolini contra Lenin (Alianza editorial), entrecruza y analiza las vidas de ambos líderes, protagonistas de la sangrienta historia del siglo XX.
Lenin y Mussolini, integrantes de la diáspora europea, vivieron en Ginebra, Suiza, entre 1902 y 1904. Ambos militaban en el socialismo revolucionario, y a pesar de su diferencia de edad —13 años les separaban—, Gentile cree que es “muy probable” que ambos llegasen a verse las caras en directo en la Brasserie Handwerk el 18 de marzo de 1904, donde los socialistas ginebrinos celebraban el aniversario de la Comuna de París, y tal vez conocerse. Lo único constatable es que los dos políticos recorrieron sendas paralelas entre ese año y 1914, cuando Europa comenzó a matarse en los campos de batalla repartidos por todo el continente.
Ahí comenzaron a abordar la política y su finalidad desde polos opuestos. “Desde el principio, Lenin se opuso a la guerra y falló, al menos teóricamente, en provocar una revolución proletaria para que la guerra entre las potencias capitalistas y reaccionarias mutase en una guerra civil por toda Europa entre los proletarios y la burguesía, con el objetivo de implantar la dictadura del proletariado”, señala Gentile. “Por el contrario, Mussolini, tras un corto período de oposición a la intervención de Italia, cambió de opinión tras el fracaso de la Segunda Internacional por frenar la contienda. Pasó a concebir la guerra como un camino hacia la revolución nacional, cuyo objetivo era la nacionalización de las clases trabajadoras y su integración en un nuevo Estado-nación democrático”.
De marxistas a enemigos
Al término de la Gran Guerra, Mussolini comenzaría a darle forma al fascismo: “En marzo de 1919 era un movimiento libertario que estaba en contra del Partido Socialista por el giro bolchevique de la democracia a la dictadura”, expone Gentile. En las elecciones de noviembre de ese año, el futuro duce apenas recabaría 5.000 votos. Pero en solo tres años, el fascismo se convirtió en un fenómeno de masas, alcanzando Mussolini el poder en octubre de 1922. “Este nuevo fascismo fue producto de la reacción antiproletaria organizada por los nuevos líderes fascistas de los escuadrones paramilitares (squadrismo). Se convirtió en el partido de la milicia, con una ideología totalmente antidemocrática, nacionalista e imperialista; el embrión del régimen de partido único que Mussolini impuso en Italia”, añade el historiador, autor también de Los orígenes de la ideología fascista, 1918-1925.
Mussolini, especialmente desde la subida de Lenin al poder en 1921, condenó su régimen porque negaba la libertad y la democracia, porque usaba el terror para eliminar a los partidos adversarios e imponer la dictadura del partido único sobre el pueblo. Paradójicamente, cuando el italiano se convirtió en duce, persiguió durante veinte años a todos aquellos que no comulgaban con su sistema y que vertían críticas similares a las que él había empleado contra Lenin. "Si el siglo XIX fue el de las revoluciones, el siglo XX resulta ser el de las restauraciones”, dijo en 1922.
Con esta obra, Gentile ha querido “dar cuenta documental de la vida política de dos de los primeros líderes revolucionarios que fundaron los dos primeros regímenes de partido único en Europa después de la Gran Guerra”. Asimismo, el historiador italiano pretende demostrar que “las interpretaciones de Lenin como modelo para Mussolini, del fascismo como consecuencia del bolchevismo, o del fascismo y el comunismo totalitario como dos ramas del mismo árbol o como ‘enemigos fraternales’ son infundadas”.
¿Y qué opinión manifestó cada uno del otro? Gentile apunta que Lenin tan solo mencionó a Mussolini en dos ocasiones en 1915 refiriéndose a él como “tránsfuga” y “social-chauvinista”. Tras la marcha sobre Roma de 1922, nunca le reconoció como duce fascista. “Por el contrario, Mussolini odiaba a Lenin, pero al mismo tiempo le admiraba como un ‘artista de la política’, como un líder fuerte capaz de crear un nuevo Estado por su propia voluntad, convirtiéndose en un mito viviente”, señala el historiador. Cuando el líder bolchevique falleció en 1924, Il Popolo d’Italia le definió como “nuestro maravilloso enemigo”. Un mes más tarde, la Italia fascista se convirtió en el primer país occidental en abrir relaciones diplomáticas con la URSS. “Durante los brindis entre los diplomáticos fascistas y comunistas, el nombre de Lenin fue ignorado”, concluye Gentile.