“Pequeño, delgado, de gesto amanerado, de voz atiplada y andares de muñeca mecánica. En la intimidad lo llamaba el pueblo Paquita, Doña Paquita, Paquita Natillas o Paquito Mariquito. Le gustaban los baños, los perfumes, las joyas y las telas finas”. Así definió el historiador Pierre de Luz a Francisco de Asís de Borbón, quien fuese rey consorte de España al casarse con Isabel II. Al joven Francisco, que además de homosexual era primo hermano de la monarca, le eligieron para ese matrimonio después de descartar a muchos otros candidatos, y por razones un poco lúgubres: no tenía grandes enemigos, no tenía ningún tipo de interés por la política y se le intuía una personalidad maleable.
Cuando ella, que era arrolladora e independiente, se enteró de que no le quedaba otra que casarse con su primo, exclamó, según el historiador Juan Granados: “¡Con Paquita no!”. Luego seguiría bromeando acerca de su propia noche de bodas: “Qué podía esperar de un hombre que llevaba más encajes que yo”. Esos comentarios alimentaron el cotilleo del pueblo, que le dedicaba constantemente al rey libelos y gacetas con ilustraciones y versos satíricos: “Gran problema es en la Corte / averiguar si el Consorte / cuando acude al escusado / mea de pie o mea sentado”. Más cánticos crueles: “Paco Natillas es de pasta y flora, y mea de cuclillas como una señora”.
Lo cierto es que, efectivamente, Francisco orinaba sentado porque sufría hipospadias, es decir, una malformación de la uretra que provocaba que no tuviese el orificio de salida en el glande, sino en el tronco del pene. Hay historiadores que creen que el matrimonio jamás se llegó a consumar; pero, en cualquier caso, juntos tuvieron oficialmente doce hijos, doce hijos de cara al público de los que sólo sobrevivieron cinco. En realidad, según cuentan, “Paquita” estaba enamorado del aristócrata Antonio Ramos Meneses y por las noches se escapaba de palacio para reunirse con él y ejecutar sus deseos. Era su amigo, su amante y el confesor de sus alegrías y sus penas, además de la única pareja verdaderamente estable que se le conoció en la vida.
La reina tampoco se quedaba atrás: se le atribuyen más de una docena de romances. El historiador José Luis Comellas la definía así: “Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en la que el humor y el rasgo amable se mezcla con la chabacanería y con la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y también por sus amantes”. Tuvo que pagar con mala fama, insultos y burlas su libertad.
Hoy los autores contemporáneos entienden que era el foco de todas esas críticas machistas porque desarrolló su reinado en medio de un clima político muy tenso que acabó llegando a su punto de explosión con La Gloriosa. De ahí que sus detractores la bautizaran como la “ninfómana” e intentasen ridiculizarla y menoscabar su credibilidad retratándola manteniendo sexo con distintos hombres y hasta con burros.