Para las generaciones actuales no hay más que una Pitita conocida, Esperanza Ridruejo, la aristócrata, la socialité. En palabras de Umbral: “Nuestra mujer más internacional, nuestra madrileña más nacional”. La dama pop de la sociedad española falleció este lunes, y su marcha ha servido para recordar a otra Pitita, ésta una canción del convulso primer cuarto del siglo XIX, un himno absolutista entonado para reivindicar al rey felón.
El pronunciamiento del general Riego en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan el primero de enero de 1820 estaba destinado a derrocar al régimen absolutista de Fernando VII y restaurar la Constitución de Cádiz de 1812. Significó el triunfo de la libertad sobre el absolutismo y el inicio del Trienio Liberal, abierto tras el famoso discurso del monarca felón: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional".
Fue una máxima hipócrita y rastrera, pues en ningún momento Fernando VII estuvo dispuesto a hincar la rodilla frente al constitucionalismo. El rey y sus adlátares no dejaron de maniobrar para boicotear al régimen liberal, buscando apoyos en el extranjero, como en la Rusia del zar Alejandro I. El historiador Emilio La Parra señala en Fernando VII. Un rey deseado y detestado (Tusquets) que los líderes europeos le brindan su apoyo para recuperar el poder por temor a que la revolución liberal de España se extendiese a sus territorios. Y ya se sabe cómo se hundió el Trienio: con la invasión de los Cien mil hijos de San Luis en 1823.
Pero tras el pronunciamiento de Riego, una canción se hizo más que popular entre las filas de los liberales; el Trágala, un alegato contra Fernando VII y su tiránico gobierno, que estos identificaron con las ideas de reacción y antipatriotismo. Algunas fuentes dicen que el general liberal ordenó difundir esta composición a su llegada a Madrid a comienzos de marzo de 1823. La letra decía lo siguiente:
Por los serviles
no hubiera Unión
ni si pudieran
Constitución.
Pero es preciso
roan el hueso.
Y el liberal
les dirá eso:
Trágala, trágala
Trágala, trágala
Trágala, trágala
Trágala, perro.
El Trágala, símbolo de la resistencia liberal tras la restauración del absolutismo, y que fue cantado en décadas posteriores, como en la Segunda República, contra el clericalismo y la monarquía, halló respuesta en el bando absolutista. Los "servilones" del rey felón crearon un himno contrarrevolucionario, la Pitita —título que recuerda estos días a la fallecida Pitita Ridruejo—, en el que lanzaban vivas al monarca y a la Inquisición, suprimida durante el Trienio Liberal. Decía así:
Españoles, aliados,
clamemos: Religión!
¡Viva el rey! ¡Viva la paz!
¡Viva la paz y la buena unión!.
Pitita, bonita,
con el pío, pío, pon.
¡Viva Fernando
y la Inquisición!
El himno furioso de los absolutistas, obsceno y con un estribillo que se puede calificar de ridículo, fue una adaptación partidista del Trágala, como bien señaló el periodista Ángel Fernández de los Ríos en su obra: "Lo que había sido censurado en el sistema constitucional como revolucionario, como elemento de anarquía, fue copiado de diferentes maneras por la reacción: la música del Trágala, que tantas quejas había levantado, siguió en boga, sin más que variar la letra; inventóse para alternar con ella la Pitita, canción excesivamente insultante".
En oposición a la canción liberal y al himno de Riego, la Pitita fue entonada por las clases populares como copla reaccionaria. Incluso el pueblo recurrió a ella para dar la bienvenida a las tropas francesas, como señaló el escritor Vicente Boix:
"Vieronse los franceses colmados de aclamaciones por el entusiasmo del pueblo, porque los unos miraban en ellos á los esterminadores del liberalismo, mientras otros les consideraban enemigos de la anarquía y amigos de la libertad monárquica. En los tres primeros días reinaron en la corte el desorden más espantoso y la rapiña: las manolas con bandas blancas formadas de pañuelos que terminaban en un lazo del propio color, recorrían las calles cantando con furor la Pitita, quitando de los retablos las imágenes de los santos y colocando en su lugar el retrato de Fernando (sic)".
La Pitita sería años más tarde mencionada en una de las obras más insignes de la literatura española, Fortunata y Jacinta, publicada en 1887, con suficiente distancia del contexto en el que se utilizó. Y Benito Pérez Galdós vierte una crítica feroz sobre el himno absolutista, algo tan vergonzante que solo una persona ebria en su más absoluta inconsciencia confesaría haber cantado.
Lo hace a través del personaje secundario de Estupiñá, bautizado en el alcohol por gente de mala ralea, no otros que su sobrino y sus amigotes: "Pidiéronle que cantara la Pitita, y hay motivos para creer que la cantó, aunque él lo niega en redondo. En medio del desconcierto de sus sentidos, tuvo conciencia del estado en que le habían puesto, y el decoro le sugirió la idea de la fuga (...) Durmió, y al día siguiente como si tal cosa. Pero sentía un remordimiento vivísimo que por algún tiempo le hacía suspirar y quedarse meditabundo".