No hay guerra sin alcohol ni tampoco hay guerra sin drogas. Las duras condiciones a las que se enfrentan los soldados les ha obligado a lo largo de la historia a ingerir sustancias que les permitan evadirse de la terrible realidad. También toman drogas para rendir como si fuesen una suerte de robots, para pasar días enteros sin pegar ojo.
Durante la II Guerra Mundial, los soldados se enfrentaron a batallas que duraban días en condiciones extremas, desde el norte de África hasta la Rusia occidental. Para sobrellevar el cansancio y el dolor físico, el personal médico facilitó todo tipo de drogas a los combatientes de modo que su agresividad se vio aumentada y lograron mantenerse en un estado de alerta constante.
Ahora, la red de televisión pública de los Estados Unidos PBS estrena un documental que indaga en la utilización de las drogas en el conflicto más sangriento de la historia de la humanidad. La producción ahonda en el uso de estupefacientes por parte del ejército nazi, pero también descubre nuevos datos sobre el consumo en los Aliados.
La hipocresía nazi
Las drogas fueron severamente perseguidas por el régimen hitleriano. La ideología nazi siempre ha sido fiel defensor del culto al cuerpo y rechaza por su propia naturaleza cualquier sustancia que pueda alterar de cierta manera los sentidos del individuo.
El mismo Hitler era un obseso de la comida sana y no probaba una sola gota de alcohol. No obstante, tal y como relata Norman Ohler en su libro El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich (Crítica), el führer terminó siendo un adicto de las drogas en sus últimos años de vida. Por otra parte, Hermann Göring, miembro fundamental de la cúpula nazi, era devoto de la morfina.
Para más inri, a lo largo de la década de los treinta, en Alemania se diseñó una droga llamada Pervitín —una derivación de la metanfetamina y con características similares al efecto del speed—. Hasta 35 millones de pastillas fueron repartidas entre los soldados de la Wehrmacht en tiempos de la guerra.
La invasión de Polonia en 1939 marcó el inicio de la contienda y abrió la veda a que los nazis se entregasen a las influencias del Pervitín. En apenas un mes la resistencia polaca desapareció por completo. El ejército nazi avanzó progresivamente hasta encontrarse con el invierno ruso, donde poco a poco terminarían retrocediendo posiciones. Las temperaturas llegaron a descender hasta los -30 ºC y los alemanes, incapaces de adaptarse a la gélida Unión Soviética, afrontaban las condiciones climáticas a base de drogas. Asimismo, muchos de los pilotos de la Luftwaffe consumían Pervitín para olvidar el hambre y el sueño mientras bombardeaban la capital Londres durante el blitz.
La droga en los Aliados
Los Aliados descubrieron la estrategia química que empleaban los enemigos y decidieron fabricar su propia droga de diseño. Dicho compuesto fue apodado como Benzedrina y podía ser inhalada aunque también existía en forma de pastilla. Pese a que no era una droga tan adictiva y peligrosa como el Pervitín, seguía siendo nociva a largo plazo.
"Impide que te duermas, pero eso no significa que no te sientas agotado. Tu cuerpo no tiene tiempo de recuperarse y llega un momento en el que los efectos de la droga desaparecen y colapsas", comenta el historiador James Holland., según ha informado LiveScience.
Los pilotos británicos recibían una dosis de 10 miligramos diarios de Benzedrina, mientras que los soldados que la 24ª Brigada de Tanques recibían el doble. Por aquel entonces no se conocían los efectos secundarios y los índices de adicción de estos compuestos, por lo que una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial no hubo ningún tipo de ayuda para los soldados que acarreaban problemas por el la Benzedrina o el Pervitín. La guerra había terminado y el estado en el que quedaron los protagonistas del conflicto ya no interesaba.