Cinco siglos lleva la figura de Juan Sebastián Elcano generando infinitud de textos y escritos que le ensalzan como el principal ejecutor de un hecho inmortal: circunnavegar la Tierra, demostrar que todos los mares son en realidad uno solo. "Fuiste el primero que la vuelta me diste", rezaba el escudo de armas que le concedió el emperador Carlos V. Pero como dice Stefan Zweig, más generoso que justo, el destino se inclina en favor de los que no lo tienen merecido.
¿Por qué agarrarse a esta creencia? Al principio, en 1519, Elcano era un nombre secundario más de la tripulación de la expedición comandada por Fernando de Magallanes, compuesta por unos 250 hombres —los cálculos oscilan entre los 239 y los 265 marinos embarcados en las cinco naos—. Militar experimentado, fue nombrado maestre de la Concepción, pero los distintos acontecimientos que se fueron encadenando durante los tres años que duró la odisea marítima, le situaron en la capitanía del Victoria, el único barco que arribó al puerto de Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522.
La fortuna quiso que Elcano engrosase el grupo de 18 supervivientes, y que lo hiciese como último patrón, como líder de aquella aventura que rozaba lo imposible. Sin embargo, lo paradójico del resultado reside en que el capitán vasco había sido uno de los amotinados contra el mando de Magallanes en aquel episodio registrado en el puerto de San Julián. Para él fue toda la gloria, toda la fama, todo el mérito, de la empresa que el almirante portugués —que le perdonó la vida y halló la muerte de forma estúpida en una isla de Filipinas— había soñado y preparado con sumo detalle durante tanto tiempo.
Si bien la desgracia se cruzó en el camino de Magallanes, algo similar sucedió en caso del navegante burgalés Gonzalo Gómez de Espinosa. Al primero, descubridor del paso del Atlántico al Pácifico, le honra al menos dar nombre a ese estrecho que halló cuando las esperanzas flaqueaban; del segundo, la historia se ha olvidado totalmente, y eso que en un momento clave de la expedición, cuando se izaban las velas rumbo a España, se abanderó en el mandamás de la tripulación superviviente. Él estaba destinado a abrazar la gloria eterna que finalmente le sería concedida a Elcano.
Gonzalo Gómez de Espinosa, nacido en Burgos en torno a 1474, era un hombre cabal, comprometido con enorme fidelidad para con su rey. Al inicio del viaje hacia las Indias por el camino de Occidente, de cuya partida se cumplen 500 años exactos este sábado, fue nombrado alguacil mayor de la armada y quedó embarcado en la nao Trinidad. Cuando en aguas americanas estalló la rebelión de los capitanes españoles contra Magallanes, Espinosa se mantuvo leal al almirante portugués, contribuyendo al control del motín.
Dos rutas, dos destinos
El hecho clave, no obstante, se registró en las islas Molucas, donde al burgalés le tocó asumir el mando de la expedición tras las muertes de Magallanes y Duarte de Barbosa, cuñado del fallecido capitán general, y la caída en desgracia del piloto Juan López Caravallo, depuesto por sus marineros por no "ser buen hombre". Espinosa, al timón de la Trinidad, y Elcano, a los mandos del Victoria, zarparon de Tidore el 18 de diciembre de 1521. Pero nada más partir, la embarcación del burgalés comenzó a hacer agua: la carga de especias había desencajado las cuadernas del casco, un contratiempo importante que precisaba de una costosa reparación, de varios meses.
Fue entonces cuando se produjo la bifurcación de caminos: el de Elcano hacia la gloria —sacrificando a parte de la tripulación restante en Cabo Verde para no ser capturado por los portugueses—, mientras Espinosa quedaba condenado a un periplo de sufrimiento y arresto en aquellas tierras que se prolongaría cinco años. Con unos 60 hombres a su cargo, quedó confinado el navegante burgalés en la isla de Tidore, hasta que cuatro meses más tarde lograron zarpar hacia el este, con el objetivo de cruzar de nuevo el Pacífico hasta Panamá, una zona descubierta unos años antes por Núñez de Balboa.
Pero la calma de los vientos, el hambre y el frío convirtieron aquella travesía en un infierno de siete meses que concluyó en el mismo punto de partida, las islas Molucas. Allí, los 17 supervivientes, fueron hechos prisioneros por los portugueses —el rey Manuel había ordenado apresar a todos los tripulantes de la expedición de Magallanes— y obligados a realizar trabajos forzosos. Se sabe que Gonzalo Gómez de Espinosa estuvo preso en la India, pues le escribió al emperador Carlos V una carta datada desde Cochín y fechada el 12 de enero de 1525, en la que le relató todas las penalidades por las que estaba pasando y le reclamaba ayuda.
Espinosa acabaría en una cárcel de Lisboa, hasta que en 1527 el rey de España logró finalmente su liberación. Regresó así el capitán burgalés a sus tierras cinco años más tarde de lo que lo hizo Elcano sobre el casco de la nao Victoria; y su recompensa fue un escudo de armas, una pensión vitalicia y el nombramiento como capitán de las naos de las Indias hasta su fallecimiento, en fecha desconocida. Nadie se acuerda de él, de que era el hombre destinado a culminar la primera circunnavegación al mundo.
Así lo relata Stefan Zweig en la biografía Magallanes. El hombre y su gesta (Capitán Swing): "Mientras Espinosa, con sus compañeros de glorias y fatigas, tripulantes del Trinidad, al cabo de indecibles andanzas y sufrimientos, caerá sin fama y la historia, ingrata, se olvidará de él, coronarán las estrellas con un destello de inmortalidad la frente de quien precisamente quiso poner obstáculos a la acción de Magallanes, del que un día fue agitador contra el almirante: Sebastián Elcano"