Paraninfo de la Universidad de Salamanca. 12 de octubre de 1936. Miguel de Unamuno, nombrado rector vitalicio por decreto unos días atrás, escucha desde su asiento las arengas de los participantes en el acto político-literario que él mismo preside como representante del general Francisco Franco, un evento destinado a la exaltación de los valores espirituales de la raza y a la celebración de la Hispanidad. En un principio, el catedrático está decidido a no hablar ante las personalidades presentes, entre las que se encuentran Carmen Polo, esposa del futuro dictador, y el líder de los legionarios, Millán Astray.
Unamuno, detractor desde hace años de este tipo de actos, que califica de "grotescas solemnidades oficiales y oficiosas", se ha retirado a su sitio después de presentar rápidamente a los oradores que van a intervenir: José María Ramos Loscertales, catedrático; Vicente Beltrán de Heredia, fraile dominico y maestro en Teología; Francisco Maldonado Guevara, catedrático de Literatura Española; y el escritor falangista José María Pemán.
Durante los discursos, en los que se alaba el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, que asentó sobre "cimientos eternos la expansión de la civilización cristiana", y se ataca ferozmente a "la anti-España", reducto de "primitivismo y barbarie", el intelectual vasco se vale del reverso de una carta que acaba de remitirle la mujer de su amigo Atilano Coco, pastor protestante recién encarcelado por los sublevados, donde reivindica la inocencia de su marido, "para garabatear, como suele hacerlo en muchas ocasiones, unos apuntes que constituyen el posible guion de una intervención que no había programado", según cuentan Colette y Jean-Claude Rabaté en su biografía Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta la muerte (Galaxia Gutenberg).
A pesar de que la ceremonia se retransmitió desde la estación local Inter Radio a Valladolid y otras ciudades españolas, no existe ninguna grabación de lo que dijo Unamuno ni de las palabras de los otros ponentes. De la corta alocución del autor de Niebla, en un ambiente caldeado en un paraninfo repleto de falangistas y legionarios, tan solo han sobrevivido sus apuntes tomados a lápiz de forma precipitada; es decir, el esqueleto de su breve discurso: "Guerra internacional civilización occidental cristiana El nuevo ciudadano / Vencer y convencer / Odio y no compasión / Anti-Esp? Cóncavo y convexo / Descubrir un nuevo mundo".
Las notas son representativas del pensamiento dialéctico de Unamuno y proporcionan pistas sobre sus reacciones a la peroratas disparadas en el paraninfo de Salamanca, pero los biógrafos de Unamuno señalan que "es vano reconstruir lo que dijo a partir de testimonios orales cuya autenticidad puede resultar discutible". El silencio de la prensa franquista durante los siguientes días sobre la intervención del catedrático y la respuesta de Millán Astray dando vivas a la muerte y alzándose en contra de los intelectuales, confirman, no obstante, que las palabras del catedrático activaron el odio de los falangistas.
La salida del paraninfo
¿Pero más allá del mito, qué papel jugó Carmen Polo en el acto? En la película de Alejandro Amenábar, Mientras dure la guerra, en la que se narra este episodio, la esposa del dictador aparece retratada como una suerte de heroína que rescata a Unamuno de los insultos de los legionarios, agarrándolo del brazo y llevándoselo fuera de la sala. ¿Fue exactamente así? "Hay fuentes fidedignas que así lo indican. Y también podría ser una licencia cinematográfica, que las películas no tienen por qué agarrarse a la verdad, relativa, pero verdad, histórica", explica a este periódico por correo electrónico Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y asesor histórico del filme, con una extensa bibliografía de estudios sobre la Guerra Civil a sus espaldas.
Andrés Trapiello relata así lo que sucedió en Las armas y las letras (Destino): "En ese momento, Carmen Polo, escudada en Pemán, le dio su brazo, y así, amparado por la mujer del ya proclamado jefe del Estado y el orador gaditano, salió de la universidad, mientras le protegían de falangistas y legionarios que querían llevárselo para el paseo o lincharlo allí mismo, y probablemente sin pensar en las consecuencias de sus palabras, por saberse él mismo Unamuno, es decir, la mayor autoridad intelectual de España y una de las más respetadas de Europa".
¿Y qué dice el matrimonio Rabaté, quizá la voz más autorizada sobre la vida del autor de San Manuel bueno, mártir? "Seguro que Carmen Polo lo tomó del brazo por orden de Millán Astray, pero Unamuno regresó a su casa andando, no en coche con la esposa de Franco", explican a EL ESPAÑOL. Ambos aseguran haber tenido acceso al único testimonio escrito del acto, redactado en la misma tarde del 12 de octubre por un catedrático de la Universidad de Salamanca.
"Este testimonio —dicen— da cuenta de que Unamuno recordó que era vasco, que tanto las mujeres rojas como las del bando nacional daban muestras de su falta de compasión, y pronunció también el famoso 'venceréis pero no convenceréis' al mismo tiempo que rebatió la noción de 'anti-España'; y terminó haciendo el elogio de [José] Rizal", héroe de la independencia de Filipinas. Asimismo, el relato inédito confirma que hubo un enfrentamiento verbal entre el catedrático y Millán Astray, "dos hombres cuyo carácter, vivencias e ideología eran totalmente dispares".
Los gritos en el paraninfo se dispararon tras la arenga patriótica del general, como el mismo Unamuno le relataría posteriormente a un amigo en una carta: "¡Hubiera usted oído aullar a estos dementes de falangistas azuzados por ese grotesco loco histrión que es Millán Astray!". Pero dos fotos que se conservan de la salida del acto no comulgan con una supuesta salida precipitada y caótica del intelectual, que parece más o menos sereno aunque rodeado de brazos en alto.
Lo cierto es que ese mismo lunes por la tarde, Unamuno se dio de bruces con su nuevo destierro, con la marginación que iba a sufrir en Salamanca hasta el día de su muerte, el 31 de diciembre de 1936, ya destituido como rector: cuando pisó el casino y fue repudiado por el resto de socios. Uno de los episodios más tristes de esa "guerra incivil" que sus palabras tan bien supieron retratar: "No son unos españoles contra otros —no hay anti-España— sino toda España, una, contra sí misma. Suicidio colectivo".