A Franco, en su escuela de El Ferrol, le llamaban “el cerillita”: “Es porque era muy delgadito y poquita cosa”, decía su hermana Pilar. Los compañeros le recordaban como un chico “introvertido, taciturno, apagado y poco brillante” o como un joven “melancólico y deprimido, de aspecto vulgar, moreno, bajito, con voz de falsete y que había leído muy poco”. Se graduó con el número 251 del total de 312 cadetes de su promoción, en 1910. Fue Franquito desde esos tiempos, los de la Academia de Infantería de Toledo, donde sufrió novatadas de todo tipo: bien de perdigones, bien de abusones, bien de humillación. No era un líder nato: de hecho, era una suerte de nerd y necesitó abrazar una fe para reafirmarse.
Lo cuenta Miguel Ángel Ordóñez en Cachito, cachito mío (Modus Operandi), un rosario de rarezas históricas muy divertido que hilvana las paranoias de unos y otros. Aquí, Ordóñez se centra en explicar cómo Franco, un tipo sin carisma ni espíritu, un hombre por el que nadie dio nunca un duro, tuvo que encomendarse a un curioso amuleto para triunfar: nada más y nada menos que la mano izquierda de Santa Teresa de Jesús.
Objetos 'sagrados'
Los incondicionales del dictador dijeron que esa mano santa había sido el “verdadero sostén” de Franco durante su dictadura, mucho más que la Falange o el ejército. “Sin su concurso, dirá él mismo, no hubiera podido ganar la Guerra Civil ni permanecer en el poder el resto de su vida”, relata el autor. “Nombró un funcionario cuya única misión en la vida fue trasladar y proteger con su propia vida la reliquia, que presidía todos los actos diarios del dictador”. Cuando el general se iba a dormir, la colocaba en su mesita de noche. No se separó de ella ni en su lecho de muerte. Dijo que hasta se le apareció en alguna ocasión, como la virgen de Covadonga. “El sátrapa se convenció de que tenía mano con las alturas”, guiña Ordóñez.
Su delirio creció tanto que empezó a rodearse de objetos semisagrados, como la espada de San Fernando, el rey Fernando III de Castilla, joya que se venera desde los tiempos de la Reconquista. Pero sin duda su favorito fue la mano de Santa Teresa de Jesús. El ABC publicaba en su día que había sido "entregada al Generalísimo Franco una mano de Santa Teresa de Jesús, rescatada en Málaga por las fuerzas nacionales", al ocupar la ciudad sureña en una ofensiva de tropas de Mussolini y franquistas. Se trataba de la mano izquierda de la carmelita, con su relicario de plata con forma de mano, con sus piedras preciosas ribeteándola.
"Primo de la Virgen María"
Su soldadesca mora le atribuía una suerte de baraka o protección divina: lo creían porque nunca lo abatían los enemigos, sólo una vez, en 1916, cuando lo derribaron de un tiro en el abdomen. Al sobrevivir, “mientras morían más de la mitad de hombres de su unidad en la misma escabechina”, subrayaría su leyenda.
Tampoco él hacía nada por calmar el mito. "No es de extrañar que quien había sido un joven acomplejado y acosado se convenciese a sí mismo de su relación especial con la Divina Providencia", continúa el autor. "Una buena estrella me acompaña", aseguró el caudillo en varias ocasiones -ahí su discurso en Burgos del 1 de diciembre de 1961-. También la Iglesia Católica dio pábulo a sus ensoñaciones esotéricas al santificar oficialmente la rebelión militar y bautizarla como la "santa cruzada".
Millán Astray diría que Franco era "el enviado de Dios como Conductor para la liberación y engrandecimiento de España". Casi nada. El mariscal francés Philippe Pétain, un viejo conocido suyo de las guerras en Marruecos, "títere de Hitler", hizo un comentario ilustrativo sobre el aura mesiánica del dictador. Se reunieron en Montpellier, cuando Franco regresaba de ver a Mussolini en Italia, en febrero de 1941, y quedó atónito con sus "aires de iluminado". De él diría: "Este hombre no debería pensar que es primo de la Virgen María". Así lo confirman historiadores como Mathiu Séguéla, John Trythall, Luis Suárez o Javier Tusell.
El dedo
Su eje, como siempre, era la mano de Santa Teresa, una de las reliquias en las que acabó convirtiéndose el cuerpo despiezado de la monja. Cuando murió, la enterraron a toda prisa en la capilla del convento de Alba de Tormes (Salamanca) "por miedo a que se llevaran a la finada a cualquier otro lugar ligado con su vida". Sin embargo, a petición del padre Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, que había sido su director espiritual y su amigo, fue exhumada en secreto. Tardaron cuatro días en retirar tierra y piedras. Él quería verla, dijo, y se asombró por lo bien conservado que estaba el cuerpo: "Los pechos (...) me admiré de verlos tan llenos y altos".
Antes de colocarla en un nuevo féretro, él mismo le cortó la mano izquierda para regalársela a las carmelitas de Lisboa. También le cortó un dedo meñique "que traigo conmigo, y desde entonces acá, gloria a Dios, no he tenido enfermedad notable", declaró. El dedo acabó viajando bastante: cuando el hombre estuvo dos años cautivo y torturado en Túnez se lo quitaron, pero a la vuelta "lo rescaté por 20 reales y una sortijas de oro". El brazo también daría tumbos hasta acabar en el poder del dictador español varios siglos después. Había estado en Lisboa desde que fue regalado a las monjas, y ellas lo conservaron hasta principios del siglo XX.
Pero a partir de 1910, cuando se suceden una serie de convulsiones políticas en Portugal, temen perderlo y lo ceden a una comunidad hermana de España: Ronda. Ahí llega el brazo en 1924. Cuando se da el golpe de Estado que deriva en la Guerra Civil, "las monjas de la localidad malagueña esconden la reliquia, pero, supuestamente presionadas por rojos milicianos, acaban entregándosela". Tras el rescate de los nacionales, la mano no fue devuelta a las carmelitas de Ronda.
Santa Teresa y Franco: uno
De hecho, "las tropas franquistas entran victoriosas en Madrid el día del cumpleaños de Santa Teresa de Jesús, 28 de marzo, suficiente motivo para luego usarlo como argumento para hacer una pedida formal de la mano". La Iglesia, al principio, pide que le sea devuelta, pero ante la insistencia de Franco, se rinde. El obispo accede al "deseo vehemente de Su Excelencia de retenerla en su poder para continuar rindiéndole en la intimidad de su hogar ese culto tan fervoroso y devoto (...) Es gustosísima de tener Su Mano al lado del Caudillo, que se ha propuesto, con la ayuda de Dios, forjar una nueva España que entronque con la Imperial del tiempo de dicha Santa".
Cuando por fin murió Franco, confirmando su único defecto como líder a ojos de Carrero Blanco -"no ser inmortal"-, su viuda y su hija viajaron a Toledo con la mano sin meñique de Santa Teresa para devolverla oficialmente a la Iglesia. Así lo recogió la prensa: "Doña Carmen Polo entrega al primado la reliquia de Santa Teresa de la que era depositario el caudillo". Por si fuera poco, Carmen Polo les dejó también una insignia de la Cruz Laureada de San Fernando que solía llevar Franco cuando iba de paisano "para que sea fijada en el relicario que, en forma de guante de plata, protege la mano de Santa Teresa".
A Ronda, la mano volvió un mes después. Aún sigue allí, en el convento de las carmelitas descalzas, pero ah, siempre con su laureada engastada, "para que nadie olvidara la parte de su vida que compartió con el señalado por el Dedo de Dios, la Espada del Altísimo"... y todas aquellas fábulas.