Nadie hubiera pensado que un revolucionario comunista podría visitar a sus anchas la capital de España en plena dictadura franquista. A veces, la realidad supera a la ficción. Y este es uno de esos casos. El argentino Ernesto Guevara, conocido mundialmente como Che Guevara, aterrizó en España no una, sino hasta tres veces.
Era 1959, fecha clave para el desarrollo económico español y el mismo año que el Valle de los Caídos se abrió al público. También fue la época en la que se constituyó la banda terrorista ETA. En esta atmósfera política llegó a Madrid el Che. Era una escala que se veía obligado a hacer para llegar a su destino: el Egipto presidido por Gamal Abdel Nasser, quien pertenecía al movimiento de los no alineados.
El revolucionario argentino y las autoridades franquistas habían llegado a un acuerdo en el que no tendría ningún obstáculo para permanecer unos cuantos días en la capital. Evidentemente, el Che iba a todos lados acompañado por su escolta y la policía española estaba al tanto de todos los movimientos del comunista —tenía prohibido contactar con la oposición o realizar actos políticos—.
Era, a fin de cuentas, un turista más. Sin embargo, la magnitud mediática del revolucionario llevó al fotógrafo César Lucas, reportero de Europa Press a mostrar gráficamente su estancia en España. Solo tenía 18 años y recogió al Che Guevara en el hotel Plaza de Madrid. Era 13 de junio, exactamente un día antes de que el héroe de Cuba cumpliera 31 años, y junto al periodista gallego Antonio Olano comieron pulpo en la Casa de Campo. Todo un festín para celebrar la primera visita de Guevara a España.
Al día siguiente, antes de que saliera su avión, se levantó a primera hora de la mañana para acudir a la Ciudad Universitaria. El argentino había estudiado la carrera de Medicina en Buenos Aires y decidió fotografiarse con la facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Con su uniforme verde olivo militar y las botas negras Lucas inmortalizó la imagen del comunista frente a las escaleras.
Todavía le daría tiempo a llegar a la plaza de toros de Carabanchel, cerca del palacio de Vistalegre. Posteriormente paseó por la Gran Vía, cruzando previamente el Palacio Real, para terminar el trayecto en antigua cafetería California, situada entre la Plaza de España y la Plaza de Callao. Allí, la camarera que le atendió lo calificó de "atento", "atractivo" y "cordial". Una vez desayunado y realizado sus compras en la transitada avenida madrileña se marchó al aeropuerto.
Una corrida de toros
No pasarían más de tres meses hasta que Ernesto Guevara volviera por segunda vez a la capital española. El avión en el que viajaba sufrió una avería técnica que le obligó a prolongar su estancia en Madrid. Al argentino, quien tenía previsto volver a La Habana, no le supuso un problema puesto que aprovechó sus improvisados días descubriendo rincones de la capital.
Tras contemplar los Velázquez y Goya del Museo del Prado y disfrutar de la noche madrileña decidió viajar a una localidad histórica como lo era Toledo. De esta segunda visita del Che apenas se tienen referencias gráficas pero dos mujeres reconocieron al revolucionario en uno de los puentes y, aunque borrosa, inmortalizaron el paso del argentino por la antigua capital hispanogoda.
Oficialmente ese fue el último viaje de Guevara a España. Partió a Cuba el 8 de septiembre de 1959 para nunca volver. Empero, un misterioso hombre con gafas, calvo y trajeado engañó a la seguridad del aeropuerto de Barajas con un pasaporte que le serviría para llegar a un nuevo destino: Bolivia. Evidentemente, aquel hombre era Ernesto Guevara. Su misión era extender la revolución en el continente americano y para evitar ser descubierto variaba de identidad atribuyéndose los nombres de Ramón Benítez y Adolfo Mena.
Desde Cuba había volado a Rusia para acabar en París. En la capital francesa consiguió documentos uruguayos y entró en España hasta llegar finalmente a su meta latinoamericana. Tres veces pisó el argentino suelo español aunque en solo dos ocasiones lo hizo de manera legal. Aquella comida en Casa de Campo, el Museo del Prado y la facultad de Medicina fueron los rastros que el revolucionario dejó en la dictadura franquista.
España sería el penúltimo país en el que descansaría el Che, puesto que jamás saldría con vida de Bolivia. El 9 de octubre de 1967 el agente de la CIA Félix Rodríguez transmitió la orden de fusilamiento a los oficiales bolivianos —en concreto al sargento Terán—: "Le dije que debía dispararle por debajo del cuello porque tenía que parecer muerto en combate. Terán pidió un fusil y entró en la habitación con un par de soldados (...) y anoté en mi cuaderno: hora 13:10 del día 9 de octubre de 1967.