Conocida como Juana la Loca, debe este sobrenombre a las artimañas de su padre y su propio hijo, quienes alegaron una deficiencia mental por la cual Juana I de Castilla siempre ha sido recordada. La hija de Fernando el Católico, tras la muerte de este en 1516, se convirtió en la primera reina de las coronas que conformaron la actual España. Al menos en teoría.
Antes de fallecer, su padre dictó un nuevo testamento en el que, aunque reconocía a Juana como su heredera universal, afirmaba que "según todo lo que de ella habemos podido conocer en nuestra vida, está muy apartada de entender en gobernación de reinos, ni tiene la disposición que para ello conviene". De esta forma, nombró "gobernador general de todos los reinos al ilustrísimo príncipe don Carlos, nuestro muy caro nieto, para que en nombre de la serenísima reina, su madre, los gobierne, conserve, rija y administre".
La que por derecho y sangre debía ser reina fue confinada en Tordesillas y maltratada por su propio hijo, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. En marzo de 1509, por orden de Fernando el Católico, fue recluida en un palacio del siglo XIV y que actualmente ya no existe. En un principio, la monarca contaba al menos con la presencia de su hija Catalina. Según las crónicas de la época, era una niña alegre y de cabello rubio pero desconocía por completo la existencia del mundo exterior.
Si vivir encerrada no significaba suficiente penuria, Catalina fue apartada de Juana para ser casada con Juan III y convertirse en Reina de Portugal. De ahí procede la histórica aunque no probada frase de Juana la Loca: "No tienes bastante con quitarme mi trono y mis joyas, sino que también quieres llevarte a mi Catalina". Lo que sí es cierto es el maltrato y hurtos que sufrió la reina por parte de su hijo durante su confinamiento.
Escribe el hispanista Geoffrey Parker en su libro Carlos V (Planeta) que "Carlos pasó un mes en Tordesillas apropiándose de tapices, joyas, libros, objetos de plata e incluso vestiduras litúrgicas de la colección de Juana para que sirvieran como parte de la dote de su hermana (y así evitar tener que pagarla él)". Añade que "también se llevó 25 kilos en objetos de plata y 15 en objetos de oro de los aposentos de su madre, que utilizó para financiar el viaje de Catalina a Lisboa (llenando cuidadosamente los cofres vacíos con ladrillos de un peso equivalente, con la esperanza de que su madre no se diera cuenta de que sus hijos le habían robado)".
Encierro agónico
Juana I de Castilla estuvo recluida durante 46 años —desde 1509 hasta 1555 con un breve periodo de libertad en 1533 por la peste que asolaba al reino—. A lo largo de aquellas largas décadas fue, asimismo, maltratada por los carceleros que la custodiaban y tal y como escribió su hija Catalina en una carta dirigida al rey en el mes de agosto de 1521, la encerraban en una cámara que no tenía luz alguna, "sino que se alumbra con velas, y no tiene otro sitio donde retirase más que la dicha cámara".
Ante este encierro que sin duda pudo enloquecer a una reina ya dada por loca, Juana respondía, según explica el licenciado en Filología hispánica y especialista en Literatura española Javier Manso Osuna, con "grandes escándalos en los corredores pidiendo socorro a gritos".
Manso se pregunta en su libro Breve historia de Juana I de Castilla (Nowtilus) por qué Carlos I no hizo nada para remediar la situación: "¿Por qué un gran emperador que se preocupaba por incluir un componente ético y cristiano en todas sus actuaciones políticas, el gran paladín de la responsabilidad moral, fue capaz de abandonar de aquella manera a su progenitora durante lustros?".
El filólogo concluye que el emperador era muy consciente de que "ella era en verdad la reina legítima cuyo poder él estaba utilizando (o usurpando), y que era vital que no tuviera contacto con nadie que la pudiera manipular para poner en peligro ese poder".