A principios de los años sesenta, en el teatro de la antigua ciudad romana de Cesarea Marítima, localizada en la actualidad en Israel, un arqueólogo italiano desenterró una piedra caliza con un nombre y un título inscritos en latín: Pontius Pilate, Praefectus Judaea. Es esta la primera evidencia histórica, física, que se conserva sobre la existencia de Poncio Pilatos, el prefecto de Judea y uno de los protagonistas principales de la ejecución de Jesucristo. Según el Evangelio de Mateo, fue el hombre que se lavó las manos antes de empujarlo a morir en la cruz.
El fragmento de roca, fechado en los años de su gobierno —del 26 al 36 del siglo I— y en el que también se hace referencia al emperador Tiberio, se expone en el Museo de Israel, en Jerusalén. A este relevante hallazgo se sumaron en las décadas posteriores otros objetos que los expertos han asociado con el prefecto romano: un misterioso anillo de cobre con el lema "de Pilatos" escrito en griego y desenterrado en el yacimiento de Herodión, el mausoleo donde está la tumba del rey Herodes el Grande; y una serie de monedas acuñadas durante su jefatura con elementos paganos en una cara y diseños empleados por los antiguos judíos en otra.
En definitiva, un reducido botín arqueológico, insuficiente para reconstruir la biografía de un personaje tan capital en la tradición cristiana y cuya figura se sitúa en los límites entre la historia y la fe, las creencias religiosas. Pero además de la inscripción latina, ¿cuáles son las otras fuentes escritas que se refieren a Poncio Pilatos? Sin que se hayan documentado otros papiros o tablillas referentes a su administración, lo cierto es que los historiadores se han enfrentado a una ardua tarea, plagada de muchos interrogantes y muy pocas certezas.
Warren Carter, profesor de Nuevo Testamento en la Brite Divinity School en Fort Worth, Texas, y autor del libro Pontius Pilate: Portraits of a Roman Governor, escribe que teniendo en cuenta la información que nos ha llegado sobre otros gobernadores y sobre cómo funcionaba el sistema imperial romano, "podemos suponer que Pilatos probablemente tuvo algún tipo de carrera militar en la que se distinguió de alguna manera como oficial. También podemos estar bastante seguros de que pertenecía al estrato superior de la sociedad romana, de que su familia era rica".
Fue el quinto prefecto de Judea, e incluso aparece mencionado por Tácito, uno de los más destacados historiadores romanos, cuando narra que Nerón trató de culpabilizar a los cristianos por el incendio que asoló Roma en el año 64: "Cristo, de quien toman el nombre, sufrió la pena capital durante el principado de Tiberio de la mano de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilatos, y esta dañina superstición resurgió no sólo en Judea, fuente primigenia del mal, sino también en Roma, donde todos los vicios y los males del mundo hallan su centro y se hacen populares".
¿Bárbaro o indulgente?
No obstante, las principales fuentes sobre la vida de Poncio Pilatos son, por un lado, el filósofo Filón de Alejandría (c. 15 a.C - c. 45) y el historiador Flavio Josefo (c. 37 - 100), ambos críticos con su persona. El primero definió al prefecto como un hombre "de carácter inflexible y duro, sin ninguna consideración", cuyo gobierno se caracterizaba por "los sobornos, los insultos, los robos, los ultrajes, las ejecuciones sin juicio o la crueldad incesante y sumamente grave". Los habitantes de Jerusalén se rebelaron contra él por venerar al emperador Tiberio, a quien trasladaron sus quejas, a través de unas escudos que había colocado en el palacio de Herodes —las creencias de los antiguos judíos no permitían la adoración de imágenes humanas—.
Josefo, por su parte, asegura que Pilatos utilizó el dinero de un tesoro sagrado para construir un acueducto y relata el episodio que provocó su caída en desgracia: la matanza, a manos de sus soldados, de un grupo de samaritanos que se habían acercado al monte Guerizim en busca de unas supuestas reliquias del profeta Moisés. Según este historiador, el prefecto fue enviado de vuelta a Roma tras este suceso y sustituido por un hombre llamado Marcelo. No sé sabe nada más de él, solo rumores que apuntan a que Calígula ordenó asesinarlo o que se suicidó, siendo su cadáver arrojado al río Tíber.
El tercer pilar de la biografía de Poncio Pilatos es el más conocido: los Evangelios, que describen su implicación en el proceso de Jesucristo y dibujan a un hombre indeciso en comparación con el de las fuentes anteriormente citadas. Según el Evangelio de Lucas, el prefecto primero depositó el destino de Jesús de Nazaret en las manos de Herodes; y luego, en el pueblo, que debía decidir entre su liberación o la del rebelde Barrabás. Así se cuenta en Mateo 27:24: "Y viendo Pilatos que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: 'Soy inocente de la sangre de este justo; ¡allá vosotros!'".
Los relatos bíblicos ofrecen diversas versiones del juicio, pero todos coinciden en que Pilatos era reacio a crucificar a Jesucristo, uno de los castigos romanos por excelencia: el hecho de lavarse las manos se interpreta como que se desentiende del veredicto. La versión del Evangelio de Juan es todavía más explícita: "Le dijo entonces Pilatos: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. / Le dijo Pilatos: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito".
No hay ninguna otra forma de corroborar el desempeño del prefecto romano en la muerte de Jesucristo, pero es curioso que se le recuerde como el hombre que le condenó, que se lavó las manos, cuando los evangelistas redactaron una visión mucho más amistosa, menos feroz que la de los otros historiadores que nos hablan de Poncio Pilatos.