En su momento de mayor esplendor, a finales de la Edad Media, el castillo de Molina de Aragón, en Guadalajara, con su línea de murallas y catorce torres defensivas, tuvo que ser una fortaleza imponente, de apariencia inexpugnable y gran actividad. A lo largo de unos cinco siglos, el enclave había evolucionado de una fortificación rural islámica a un centro de poder que separaba las coronas de Aragón y de Castilla; una plaza, junto a la villa aledaña, gobernada por la familia Lara que jugó un importante papel en las relaciones económicas, políticas y sociales de la época en forma de señorío con fuerte independencia.
Entremedias, durante los siglos X-XII, el castillo fue un punto neurálgico de la llamada Reconquista, un sector sumamente relevante de esa frontera indefinida en la que convivían elementos cristianos y musulmanes. El castillo constituyó durante varias décadas la línea de vanguardia, de defensa de Al-Ándalus, erigiéndose en la capital de una supuesta Taifa de Molina —incluso uno de sus gobernantes, Abengalbón, aparece en el Poema del Mio Cid como amigo personal del imbatible guerrero, dándole cobijo a él y a su familia en algún momento— hasta que fue tomado por las tropas de Alfonso I de Aragón en 1129.
La historia de Molina de Aragón constituye uno de los mejores ejemplos de la inestable Península Ibérica medieval, definida por los continuos enfrentamientos de dos sociedades opuestas por cuestiones religiosas pero que también se vieron obligadas a convivir en una misma comunidad bajo distintos regímenes. Un escenario mucho más complejo y heterogéneo que el de simples y heroicas campañas militares. El estudio de esa frontera permeable y las alteraciones que provocó en el territorio, un legado que ejemplifican monumentos espectaculares en forma de fortalezas, es el eje vertebrador de 'Paisajes de la (Re)conquista', un proyecto multidisciplinar formado por expertos de distintos países que se pregunta cómo manejaron las autoridades correspondientes esas comunidades multiculturales y cuál fue la respuesta de estas.
El objetivo es conectar los vestigios y la historia de los castillos, como el de Molina de Aragón, el de Moclín (Granada) o el de Puilaurens (Francia, cerca de la frontera pirenaica), todos caracterizados por su función de delimitadores territoriales, con sus entornos culturales, averiguar cómo se explotaron los recursos naturales o se crearon las vías de comunicación afectando al paisaje. Como explica Guillermo García-Contreras, codirector del proyecto, la finalidad es "reconstruir el periodo fronterizo de esos lugares, ver como sobre el mismo espacio actuaron de forma distinta los reinos cristianos feudales del norte frente a la sociedad andalusí de organización tributario-mercantil".
¿Y por qué esos paréntesis en "(Re)conquista"? "Pensamos que en el contexto historográfico y académico español es un debate más o menos superado que apuesta definitivamente por la "conquista" toda vez que la supuesta recuperación de territorios perdidos fue una construcción ideológica que se elabora muy especialmente en el siglo ẌIX", señala el arqueólogo. "Ahora bien, en un ámbito internacional, como es el de este proyecto, puede tener una cierta validez porque remite inmediatamente a un lugar, la Península Ibérica, y un periodo cronológico, la Edad Media. Pero queremos alertar del debate existente sobre el uso de ese término. Por eso lo usamos con cierta pretensión provocadora, para fomentar preguntas en torno a la palabra".
La investigación se centra en tres escalas de análisis: la primera es el yacimiento y la información —en forma de cerámicas, huesos, metales o arquitectura— que arroja sobre su origen y destrucción, los datos históricos. "Por lo general escogemos castillos porque son los espacios de acción de las élites medievales en el medio rural y donde se ponen en relación los gobernantes con los campesinos y porque suelen marcar las propias líneas de frontera", explica a este periódico el experto de la Universidad de Granada. La segunda, el territorio; es decir, el espacio geográfico dependiente del sitio y los cambios en su población o en los espacios productivos aledaños (minas, canteras, molinos, terrazas de cultivo) a lo largo del tiempo.
El tercer pilar es la radiografía del paisaje, que engloba todo el medio natural que se vio afectado por la mano de los habitantes locales en esa época de incertidumbre. Esto se hace a través de estudios del polen, los carbones, los lagos o el clima de aquellos siglos. "Tratamos de descifrar qué cambios son naturales o recurrentes, cuáles son resultado de la acción humana en un momento determinado... y unirlos con las otras dos escalas de estudio", señala García-Contreras. "Así podemos entender qué supuso ese periodo de frontera que estudiamos en la configuración de los paisajes antiguos y qué queda de aquello en los paisajes actuales".
La teoría se entiende mejor con ejemplos: en Moclín, una fortificación que data al menos desde el siglo XI y emplazada en una frontera de larga duración —"este espacio fue una de las últimas fronteras de Europa frente a las últimas tierras de Al-Andalus", destaca el investigador español—, los arqueólogos han sido capaces de dictaminar que el castillo sufrió importantes cambios en función de los avatares de la guerra. Por ejemplo, cuando se empezaron a emplear armas de fuego en el asalto, las murallas se reforzaron con mampostería, lo que indica un cambio en el tipo de explotación de los recursos geológicos del entorno. Otro curioso hallazgo es que bajo el castillo, junto a la puerta de acceso, se construyó un enorme depósito de grano justo después de la conquista cristiana, ya en el siglo XVI. Esto, según García-Contreras, es "un símbolo muy evidente del dominio mediante extracción de la renta a las poblaciones sometidas".
Tendencias fronterizas
En el caso de Molina de Aragón, encajado en un Geoparque de la Unesco, se ha descubierto que el valle del río Gallo, donde se ubica la propia fortificación, se crearon una serie de espacios de regadío con acequias, en torno al siglo X. "Cuando los cristianos pasan a dominar este espacio, con la familia de los Lara al frente, esas zonas de regadío cambian, pero no sabemos aún si porque cambian las poblaciones o porque cambian las exigencias que se hacen sobre ellas en términos fiscales", explica el arqueólogo. "Hemos tenido la oportunidad de excavar una de esas huertas y el cambio lo situamos en torno al siglo XIV, con lo cual no fue inmediato justo después de la conquista. No sabemos si es que hasta entonces permaneció población de origen andalusí (convertida al cristianismo o aún mudéjares) o si hubo un cambio importante (por procesos de colonización)".
Los científicos, a través del análisis de los restos de animales y plantas que se recuperan principalmente de depósitos de basura, también han logrado revelar las diferencias en el consumo de animales que hubo entre el periodo musulmán y el cristiano. "El estudio de los alimentos permite vislumbrar la identidad cultural de los consumidores y detectar cambios diacrónicos como consecuencia de los aspectos socioculturales y políticos", explica Marcos García, zooarqueólogo de la Universidad de York. Esto se complementa con el examen de fitolitos (microfósiles vegetales), que ayudan a comprender las tendencias agrícolas y la dieta; y del polen para determinar los cambios en el paisaje regional que surgen a raíz de las prácticas agrarias.
Aleks Pluskowski, de la Universidad de Reading y principal investigador del proyecto, señala que "al comparar todas las regiones de estudio podremos determinar si hubo una tendencia de asentamiento común asociada con las fronteras y cómo esto se relacionó con los diversos matices del paisaje cultural". Por eso, además de los castillos peninsulares —también se están estudiando fortalezas en Atienza o Antequera—, han colocado el foco, en colaboración con arqueólogos franceses, sobre Puilaurens, territorio en el que se desarrolló en la primera mitad del siglo XIII la cruzada contra los cátaros y que ofrece otro tipo de dinámicas de fronteras.
"Lo bueno de poder contar con un equipo tan extenso, con experiencia en tantas partes de Europa, es que además de poder mejorar los métodos y análisis que se emplean, podremos entender si los fenómenos que ocurren en la Edad Media son exclusivos de la Península Ibérica o en qué medida son compartidos por toda Europa", destaca Guillermo García-Contreras. "No debemos olvidar, en este sentido, que es en este periodo de la expansión del feudalismo cuando en gran medida se configura desde un punto de vista del paisaje, del poblamiento y en gran medida de la cultura, lo que entendemos hoy en día como Europa y, a la vez, lo que dejamos fuera".