El escritor y militar romano Plinio el Viejo ya constató en los primeros años después de la muerte de Cristo la existencia de unas islas relativamente alejadas de la costa africana occidental. Sin embargo, no sería hasta la llegada del siglo XIV cuando las hoy conocidas como Islas Canarias cobraron importancia para los emergentes Estados europeos.
La conquista del archipiélago fue lenta, ardua y a diferentes escalas. Tanto los genoveses, aragoneses, castellanos y portugueses buscaban la hegemonía en aquellas islas habitadas por aborígenes. Fue a partir de la segunda mitad del siglo XV, un par de décadas antes de que Cristóbal Colón emprendiera su mítica expedición, cuando los Reyes Católicos comenzaron a interesarse por aquellas lejanas tierras.
Su prioridad seguía siendo la conquista de Granada. No obstante, su posible explotación de recursos podría ayudar a sanear las arcas de la Corona. De esta manera, la monarquía de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla inició una campaña militar para ocupar las islas de Gran Canaria, La Palma y Tenerife, las más pobladas y las que ofrecían mejores perspectivas económicas.
De todas formas, la resistencia aborigen prolongó durante años la incursión española, que veía cómo los habitantes de unas pequeñas y alejadas islas resistían a los ataques de una monarquía superior táctica, militar y económicamente. Finalmente, el 18 de agosto de 1480, los Reyes Católicos enviaron a Pedro de Vera como gobernador de la isla y ordenaron al conquistador Pedro del Algaba para emprender la definitiva expedición a la isla de Gran Canaria. Este 2020 se cumplen 540 años desde que en la isla de Gran Canaria desembarca la expedición organizada por los Reyes Católicos para la conquista del archipiélago.
Traición y bautismo
Ya en 1482, durante la conquista de la isla, los españoles consiguieron capturar a uno de los caudillos aborígenes. Su nombre era Tenesor Semidán y fue trasladado a la Península Ibérica para que este se reuniera con los Reyes Católicos. Aquel experimentado monarca era, según narran los testimonios de la época, un hombre de "agradable presencia". Alto, de tez clara pero con un cabello y una barba negra como el azabache, se vio de pronto a miles de kilómetros de su hogar, conversando con dos reyes que no conocía pero con cuyos hombres había combatido.
Tras conversar con ellos, sucedió lo que históricamente se conoce como la traición de Tenesor Semidán. Terminó bautizándose y se cambió de nombre a Fernando Guanarteme. Eligió el nombre de Fernando por admiración al recién conocido rey católico. Guanarteme, por su parte, significa "rey" en su idioma. Regresó y viajó con los castellanos a Gran Canaria, esta vez para ayudar a quienes habían sido sus enemigos a penetrar en la isla.
"En 1483, el sometido Fernando Guanarteme colabora con los castellanos; los indígenas, refugiados en Bentayga y Ajódar, donde son atacados, huyen más tarde hacia Ansite para rendirse en abril", escribe Francisco Morales Padrón en Canarias: crónicas de su conquista.
Fernando Guanarteme, el pacificador
La isla de Gran Canaria cayó en manos de los Reyes Católicos y su siguiente paso era controlar el archipiélago entero. Fernando Guanarteme acudió una vez más a la conquista de La Palma y Tenerife a ayudar a los castellanos aunque su figura tiende a estar dividida en dos posiciones. Mientras que algunos colectivos nacionalistas reprochan la traición del antiguo caudillo aborigen, otros historiadores destacan que trató de evitar el mayor número de muertes posibles en su tierra.
Ante una conquista inminente, se dedicó a intentar convencer a los demás caudillos de que abandonaran las armas para negociar con los españoles. El hecho es que su colaboración facilitó enormemente la conquista de las Islas Canarias, las cuales concluirían en diciembre de 1495. A lo largo de esos años, Fernando regresó a la Península hasta en tres ocasiones. En 1497 se disponía a volver para negociar con los Reyes Católicos el reparto de poder entre las islas pero falleció un año antes en Tenerife.