A Felipe II le tocó gobernar el imperio más grande que existía; un imperio que se extendía por cuatro continentes y que abarcaba todo tipo de pueblos heterogéneos bajo el mandato de un solo monarca. Decía el historiador Enrique Martínez Ruiz que como consecuencia de ese despliegue territorial enorme, eso suscitó rivalidades, oposiciones y rechazo a una monarquía tan grande y empezaron los ataques tanto a la distribución territorial del imperio como a la misma figura del rey y a los españoles.
El hecho es que en 1588, con el propósito de invadir Inglaterra, Felipe II llevó a cabo una de las misiones más importantes de su reinado para destronar a una de sus grandes rivales: Isabel I. La mal llamada Armada Invencible era destruida por los ingleses tras un combate cuya realidad y resultado ha sido mitificado y alterado por la propaganda británica. La Invencible solo perdió el 15% de sus barcos en las costas escocesas e irlandesas y los españoles apenas perdieron el 7-8% de su flota mientras que los ingleses vieron parte de la suya acribillada y desparejada.
Ni aquella derrota de Felipe II fue el fin de la hegemonía española ni aquella victoria de Isabel I fue el principio del auge inglés. Lo que sí había sucedido era que muchos de los españoles que formaban parte de la Armada Invencible habían sido capturados por los ingleses en aquellas norteñas tierras. Muchos de ellos mientras combatían, otros porque abandonaron el barco y fueron detenidos al llegar a la costa, llevaban dos años retenidos por la reina de Inglaterra.
De esta manera, el monarca español decidió llevar una comisión al país enemigo a principios finales del siglo XVI. En esta campaña destacaría la figura de Pedro de Zubiaur o Zubiaurre, un marinero vasco que logró liberar a los últimos supervivientes de la Armada Invencible.
Mano derecha del rey
Pedro de Zubiaur llevaba el mar en la sangre. Era descendiente de una familia vizcaína de navegantes y comerciantes que había conseguido algunos cargos en el Consulado del Mar. Desde muy joven, Felipe II confió en él. Su primera misión, a sus 28 años, consistió en llevar las pagas para las tropas del duque de Alba en Flandes, que se encontraba en plena rebelión.
A lo largo de su carrera, fue comisionado en Londres en varias ocasiones, donde incluso llegó a entrar en prisión por orden de Isabel I. Allí aprendió inglés, lo cual le convirtió en el encargado perfecto para una de las operaciones más complicadas y desconocidas del siglo XVI. Así lo explica el doctor en Historia Agustín R. Rodríguez González en su reciente publicación, Corsarios españoles (edaf): "Tras la suerte desgraciada de la Armada de Inglaterra de 1588, el bravo marino vasco fue comisionado de nuevo a Inglaterra en febrero de 1590, para rescatar mediante un pago acordado a los prisioneros españoles en tierras inglesas".
Tal y como explica el autor, "de los que habían naufragado en Irlanda quedaban pocos, al haber sido masivamente rematados en las propias playas adonde llegaron agotados, pero había más prisioneros españoles en las tierras propiamente inglesas".
Algunos de los prisioneros pertenecían a los que se encontraban en la nao Nuestra Señora del Rosario apresada por Francis Drake en el canal de la Mancha. También había españoles del buque San Pedro, que por el mal tiempo se vio obligado a amarrar en las costas inglesas tras haber rebasado Irlanda en pésimas condiciones. Entre todos ellos, se encontraban otros cincuenta marineros y treinta soldados de un convoy que, según señala el escritor, había sido liberado por los ingleses pero tuvo que volver al país que le capturó tras ser atacado por los holandeses.
Zubiaur llegó a Dartmouth, al sur de Inglaterra, junto con sus tres filibotes y una urca transporte para evacuar a los españoles prisioneros. "Realizaban trabajos forzados, vivían en pésimas condiciones; no pocos habían ya fallecido para entonces", describe Rodríguez González. En un primer momento, y siguiendo las pautas diplomáticas, Zubiaur logró la liberación de los de la Rosario y la San Pedro y consiguió ocultar a otros 110 prisioneros españoles capturados en episodios anteriores.
Todo estaba listo para regresar a España. Habían conseguido engañar a la reina en su propio país. De pronto, los británicos reclamaron una serie de piezas de artillería que Zubiaur había embarcado y que pertenecía a la galeaza San Lorenzo y que había sido saqueada por los ingleses cuando encalló en Calais.
A cañonazos
"Harto ya de todo, Zubiaur ordenó meter a toda prisa y de nochea prisioneros y cañones en sus barcos y dar la vela a toda costa", apunta el autor. Había aprovechado la negociación para hacerse con objetos y liberar personas cuya aprobación no había dado la reina.
No todo salió a pedir de boca y los británicos terminados por descubrir la estrategia de los españoles: descubierto, por los ingleses, le persiguieron cinco buques, que se cañonearon con los españoles sin conseguir detenerlos".
Finalmente, alejados del peligro, llegaron a España el 10 de febrero hasta 480 prisioneros liberados. "Cabe imaginar la alegría de todos por el afortunado resultado de la expedición, favorable en última instancia gracias a la decisión y pericia del marino vasco", concluye el escritor.