Roncesvalles es un sitio minúsculo, que apenas cubre una curva de la carretera nacional que atraviesa el Pirineo navarro y conduce hasta las postales preciosas de la localidad francesa de San Juan de Pie de Puerto; un lugar donde los peregrinos, henchidos de energía por la historia y las leyendas medievales, se ajustan las botas y los sillines de las bicicletas antes de emprender los 790 kilómetros del camino que les separa de Santiago de Compostela.
Allí, desde el panteón ubicado en el interior de la capilla de San Agustín, en la Real Colegiata de Santa María, les despide la tumba del gigante rey Sancho VII el Fuerte —medía más de 2,10 metros, según concluyó el análisis de su fémur, el monarca hispano de mayor altura—, héroe de la batalla de las Navas de Tolosa, acompañado por el principal trofeo de aquel histórico lance: las cadenas de la tienda del califa al-Nasir, conocido como Miramamolín, símbolo hoy del escudo de Navarra.
Y al empezar a andar, en silencio, también se escuchan los ecos de la batalla de Roncesvalles, tan lejana, el 15 de agosto de 778, que los hechos —la derrota de la retaguardia de las tropas de Carlomagno, que regresaban a tierra franca tras saquear Pamplona, en una emboscada perpetrada por los vascones— se funden con la épica del Cantar de Roldán, protagonizada por uno de los grandes comandantes y sobrino del futuro emperador franco, muerto en la refriega.
El poema es una obra mucho más tardía, del siglo XII, una suerte de epopeya en francés antiguo como la del Cid castellano, que ha desvirtuado lo poco que se sabe de un enfrentamiento de dimensiones desconocidas y que se registró en algún paso angosto de la montaña, quizás en lo que ahora es Valcarlos, pero de sonada importancia: marcó el fin del tutelaje carolingio de lo que sería el reino de Pamplona.
La leyenda cuenta que los caballeros francos de Roldán caídos en combate fueron enterrados en Roncesvalles, y ese misterio lo están tratando de resolver los investigadores de la empresa Aditu Arkeologia, embarcados en un proyecto arqueológico colosal. En dos años de campaña, que de momento no cuenta con un solo euro de ayuda pública, los arqueólogos han documentado más de 70.000 restos humanos.
Los trabajos de excavación se centran en el llamado Silo de Carlomagno, una estructura extraña, con una tipología diferente al resto de construcciones que conforman la Colegiata —fundada en el siglo XII como un monasterio hospital para dar cobijo a los peregrinos—, y que esconde un osario con una planta de 8x8 metros y entre 9m y 12m de profundidad. La leyenda dice que el edificio cuadrado, rodeado por un claustrillo, se levanta en el mismo lugar donde el emperador franco mandó construir la tumba de su paladín.
"El punto máximo al que hemos llegado hasta ahora son 4,30 metros de profundidad en relación al suelo; como se ve, las dimensiones del proyecto son mastodónticas", explica a este periódico Fran Valle de Tarazaga, que codirige las investigaciones junto a Emma Bonthorne. Apenas han prospectado un 5% del espacio funerario y ya se mueven en números desorbitados, con más de 150 cajas enormes llenas de huesos de época moderna —aún no han alcanzado las capas medievales—, como los de soldados franceses y españoles de dos de los regimientos de infantería más antiguos de Europa que lucharon en la zona durante las guerras de finales del siglo XVIII.
En realidad, el objetivo del proyecto es conocer la secuencia cronológica de Roncesvalles a través de los restos humanos presentes en el Silo y también sus estructuras, otro interrogante histórico directamente asociado a la legendaria batalla. "Siendo el sitio más antiguo del complejo, esa información nos la va a dar el uso del Silo de Carlomagno a lo largo de los siglos; es decir, cómo se ha utilizado y cómo refleja ese interior los avatares históricos", desgrana el arqueólogo. Pero no solo los cadáveres tienen la respuesta: también el propio edificio, cuyo estudio confirmará si fue construido antes que la Colegiata, como sugieren algunas hipótesis, y si tuvo una función previa a la de capilla o lugar de enterramiento.
"Puestos a conjeturar, podemos situar el origen de esta estructura en el siglo XII, en la Alta Edad Media en torno al siglo VIII o incluso en época romana", señala Fran Valle de Tarazaga. En la Antigüedad, esta zona presenció una actividad muy importante y cuenta con el paso de una calzada recientemente confirmada por trabajos arqueológicos. Podría ser que los romanos tuviesen a pie de montaña, como ocurría al otro lado, en San Juan el Viejo, algún tipo de base para preparar el ascenso o recibir el descenso de los Pirineos. "Pero no lo podremos saber hasta que terminemos de excavar", lamenta el experto.
Aunque el proyecto se encuentra todavía en una fase inicial —estiman que se alargue unos 5-7 años—, el arqueólogo de Aditu se muestra optimista con la posibilidad de encontrar en lo más hondo del osario los cuerpos y las armas de los caballeros francos sorprendidos por los vascones —y no por los sarracenos, como se glosa en el Cantar de Roldán, redactado en época de las cruzadas—: "Yo soy positivo en el sentido de que para mí el Silo tiene una historia que va más allá de la fundación de la Colegiata. ¿Qué otro evento puede encajar en términos de magnitud para que se genere ese espacio? Las batallas de Roncesvalles [la segunda tuvo lugar en 824]. Me parece razonable pensar que ahí hay algo más que solamente peregrinos y pobres de épocas más o menos recientes".
De hecho, su hipótesis se sustenta en la nula necesidad de crear esa construcción tipológicamente tan diferente al resto, como la aledaña iglesia de Santiago, solo para enterrar a los peregrinos. Lo lógico es que sus restos hubiesen sido inhumados en cualquier cementerio ordinario. "La estructura excede tanto la función como las dimensiones de la Colegiata desde su principio. Eso me hace convencerme a mí mismo de que sí existe una historia anterior, que mínimo tiene que llegar a los francos del siglo VIII", confiesa Valle de Tarazaga.
Guerras napoleónicas
La fecha del primer cadáver del osario de Roncesvalles, el segundo pueblo con menos habitantes de Navarra y cuya titularidad recae en la Iglesia, es un misterio. Pero no la del último, depositado en su interior el año pasado y trasladado desde una de las sepulturas que se encadenan aledañas a las paredes en el exterior del Silo de Carlomagno. Entremedias hay una historia que la arqueología trata de reconstruir. "Posiblemente estamos hablando de miles de personas", valora Fran Valle de Tarazaga a pesar de las reducidas dimensiones del sitio, que define como un "Santo Grial" para su profesión y que ha requerido una nueva metodología para contabilizar el número de individuos dada la cantidad de huesos mezclados.
La campaña de este verano, a pesar de las restricciones sanitarias y no poder contar con los expertos procedentes de EEUU que se esperaban, ha sido "exitosísima, con resultados mejores de lo que anticipábamos", apunta el arqueólogo, cuyo equipo incluye a estudiantes e investigadores de universidades extranjeras. En los niveles superficiales han hallado restos óseos con agujeros de bala moderna que encajan con armas del siglo XX. ¿Víctimas de la Guerra Civil? Un interrogante en el que han decidido no pararse para no eternizar el proyecto, si bien todos los restos serán inventariados y registrados para futuras investigaciones.
Lo interesante en términos arqueológicos ha empezado a emerger unos centímetros más abajo, en las capas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La región de Roncesvalles presenció bastante violencia durante las guerras napoleónicas y, sobre todo, la Guerra de la Convención o del Rosellón (1793-1795). En esa contienda se han datado los restos de un soldado español del Regimiento de Infantería Inmemorial del Rey nº1, identificado por una treintena de botones de su uniforme. "Está documentado que esa unidad combatió en la zona y tuvo varias bajas. Estamos viendo si tienen algún registro y si es posible acercarnos al máximo a su identidad", explica Fran Valle de Tarazaga.
De esas mismas fechas se han recuperado una serie de enterramientos que podrían corresponder a civiles y niños fallecidos a edad temprana, quizá por muerte violenta, así como al menos una docena de militares lanzados a la fosa de cualquier modo. "Están como picassos, presentan escorzos imposibles al haber sido arrojados al interior de forma muy descuidada utilizando la trampilla en lo alto de la bóveda del Silo", describe el arqueólogo. "Asumimos que podrían ser soldados franceses porque hemos encontrado restos de munición, pedernales usados como piedra de fusil, botas y botones de uniformes galos". Uno de ellos pertenece al Regimiento de infantería de línea francés nº1 que, como el Inmemorial del Rey, es uno de los más antiguos de Europa.
En la próxima campaña de excavaciones, los arqueólogos esperan poder alcanzar las capas medievales del osario, aunque ya han salido objetos de ese periodo como puntas de lanza y un pico de cuervo, un instrumento de hierro excepcional que se utilizaba para perforar armaduras. "Ilustra el hecho de que hablamos de armas de guerra, no de armas suntuarias o para demostrar autoridad", dice el investigador. Por el camino sabe que se encontrarán además con todo el material arrojado —¿anillos, espuelas?— en el Silo en 1600, cuando en el claustro de la Colegiata se registró un derrumbe y se trasladaron los enterramientos anteriores ubicados en el templo, que no eran de pobres ni de peregrinos.
El proyecto supone una inmersión literal entre huesos y centenares de calaveras y a las catacumbas de la historia, que busca evidencias de lo que realmente sucedió en Roncesvalles hace más de mil años. ¿Aparecerán en ese espacio los restos de los caballeros francos? ¿Se confirmará que Carlomagno ordenó enterrarlos allí? De momento, Roldán sigue siendo más leyenda que realidad arqueológica.