En la época de la imperiofobia y la imperiofilia, de los perdones anacrónicos y las obsesiones negrolegendarias, se necesitaba un libro como este. Vencer o morir. Una historia militar de la conquista de México (Desperta Ferro), escrito por Antonio Espino López, catedrático de Historia Moderna y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, es la mejor conmemoración posible del quinto centenario del hito firmado por Hernán Cortés y sus (pocos) hombres en el Nuevo Mundo entre 1519 y 1521. Un relato cabal, ecuánime, complejo, de enorme realismo, alejado de tópicos y fascinante de unos hechos igual de sugerentes que se han visto enfangados por intereses políticos e ideológicos.
La empresa cortesiana, una "gesta heroica, aunque terrible y cruel", cuenta con una extensísima bibliografía al respecto. Pero esta obra propone un acercamiento novedoso a través de la metodología de estudio de la historia militar. Cuestiones como el armamento, los contingentes indígenas, la logística o las estrategias bélicas ingeniadas por el caudillo extremeño vertebran las casi 600 páginas del ensayo. Solo a la caída de Tenochtitlan, la capital de los mexicas, un baño de sangre digno del pincel de Peter Brueghel el Viejo, se le dedican dos capítulos enteros que constituyen una suerte de diario de guerra prácticamente minutado.
El libro, basado en la lectura profunda de una treintena de crónicas y fuentes de la época además de investigaciones modernas, se aleja de maniqueísmos, pero no escatima en la recopilación de horrores. Son descritos con enorme viveza los macabros rituales y sacrificios de los nativos —dos conquistadores, Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, contaron hasta 136.000 cráneos que formaban el tzomplantli principal de Tenochtitlan, un muro construido a base de calaveras de guerreros enemigos—, y también se pone el foco sobre el "terror por imperativo militar" desplegado por los conquistadores, que no tuvieron reparos en recurrir a una "violencia extrema" con la que desmoralizar a su oponente.
Y es que Espino López ya avisa desde la introducción que no pretende firmar una hagiografía sobre Hernán Cortés, "un agente histórico, un dinamizador de acontecimientos, terribles más que gloriosos". Un genio militar con un carisma superlativo, pero también un ser humano con sombras —supuestamente estranguló a su primera mujer, Catalina Suárez, en 1522 tras una disputa— y con muchos errores en su haber, como bien señaló el cronista Bernal Díaz del Castillo, presididos por el nefasto viaje a Honduras de 1524 a 1526. Ya en el epílogo, el historiador no se moja a la hora reconocer en el de Medellín al constructor de México o, más bien, al aniquilador de una civilización. Y lanza un recado a los del nacionalismo histórico: "Ser crítico con nuestro pasado bélico-heroico no significa ser antipatriota".
La narración de los casi tres años de conquista, acompañada de los siempre estupendos mapas made in Desperta Ferro, trasmite una autenticidad vertiginosa, transportando al lector al epicentro de aquella aventura y a la conexión con todos los personajes, desde el cruel y despiadado Pedro de Alvarado hasta el soldado Cristóbal de Olea, que salvó a Cortés en un lance terrible en Xochimilco, cuando los mexicas lo tenían preso y se lo iban a llevar a rastras para ser sacrificado. No obstante, resultan de enorme interés los dos primeros capítulos, destinados a presentar y analizar las características socio-políticas y militares del Imperio mexica —heredero de una tradición guerrera y de sometimiento a los pueblos de su entorno que con Moctezuma II caminaba hacia una mayor concentración del poder—, así como los anhelos, creencias y armamento de los conquistadores.
Armas y escuadrón
En esta parte inicial se identifican las principales claves del éxito de la conquista de México. La más importante, según el catedrático, es esa coyuntura histórica de guerras civiles mesoamericanas que permitió a los españoles granjearse alianzas con indios "amigos". "Los sectores gobernantes de diversos señoríos enemigos de los mexicas", escribe Espino López, "fueron, principalmente, quienes ofrecieron a Cortés decenas y decenas de miles de combatientes, zapadores y acarreadores, milicianos auxiliares en suma, lo que constituyó la causa principal del Imperio mexica". La hueste del caudillo extremeño, a lo largo de toda la campaña, apenas alcanzó los dos millares de hombres. Como ya señaló Servando T. de Mier a principios del siglo XIX, "los soldados para la conquista han sido indios con jefes europeos".
Asimismo, se ha defendido que el extraordinario adelanto tecnológico del armamento europeo frente a la piedra y madera de las flechas y macanas indígenas —una especie de machete que llevaba lascas de obsidiana incrustadas a los lados— fue suficiente para decidir el conflicto. El también autor de Plata y sangre (Desperta Ferro) defiende que esta ventaja fue importante, pero que "la voluntad inquebrantable de Cortés y su gente por triunfar aún fue más trascendente". Al inicio de la expedición, el 18 de febrero de 1519, los conquistadores contaban oficialmente con 32 ballesteros y 13 escopeteros, que manejaban un arma de fuego que ni siquiera eran los más tardíos arcabuces.
Es decir, estos instrumentos bélicos tuvieron un mayor efecto psicológico que efectivo, como sucedió con los caballos, que se cuentan por 16 al desembarcar en territorio mexica. Los tlaxcaltecas, por ejemplo, pensaban que estos animales comían personas por la sangre que a veces les provocaban los frenos en sus bocas. El cronista Cervantes de Salazar describe que en una ocasión Cortés mandó enterrar a varios equinos para que los aborígenes "no supiesen que morían". Un último elemento táctico importante para el autor es que el grupo expedicionario de los conquistadores siempre avanzó por el territorio en formación de combate, formando un escuadrón.
La conclusión que hace Espino López sobre esta cuestión es muy interesante: "El armamento europeo, pues, fue muy importante, pero en su justa medida, no puede ser la explicación monocausal de una conquista tan compleja como la del Imperio mexica, aunque tampoco podemos caer en el error de ningunear su importancia. Solo debemos atender a una nueva razón: la propaganda. Cuando los nuevos aliados cortesianos, los tlaxcaltecas, intentaron convencer a la gente de Cholula de que abandonasen su reciente alianza con los mexicas, los argumentos que usaron tenían que ver con el armamento de los extranjeros: si los cholultecas no entraban en razón, 'con los tiros de hierro, con los animales fieros, y armas blancas y espantosas, y con los leones bravos, que así llamaban a los perros, serían destruydos'".
En este sentido, el catedrático también aprovecha para incluir enfoques rompedores sobre el proceso de conquista, como el apuntado por el antropólogo Ross Hassig, de que la ventaja armamentística de los europeos fue lo que convenció a los tlaxcaltecas de las virtudes de aliarse con ellos para sus contiendas regionales. "Este punto de vista es muy importante, pues indica que el pacto hispano-aborigen no lo dirigía Cortés, sino más bien los tlaxcaltecas y algunos otros aliados. Por tanto, nos hallamos en una guerra mesoamericana, que perdieron los mexicas y que ganaron ciertas élites aborígenes y, por supuesto, los españoles", explica Espino López.
El libro está plagado de anécdotas y detalles jugosos, ya no solo en lo referente a las peripecias de los europeos, sino por lo que se descubre de los mexicas. Su capital, por ejemplo, tenía más habitantes en aquel momento que cualquier urbe de la Península Ibérica. Su corte era tan refinada —Moctezuma, además de mujeriego como Cortés, era un consumado poeta— que hasta contaba con zoológicos y miradores para observar las aves y las especies acuáticas de los estanques. Más escalofriantes resultan sus guerras contra etnias vecinas para hacer esclavos —ese era el baremo de ascensos militares— y luego sacrificarlos con prácticas como la extracción de los corazones. O el castigo a los violadores —un comportamiento habitual en sus conflictos—: ser ejecutados arrojando una losa de piedra sobre sus cabezas.
Hablando de mujeres, las hubo durante la conquista de México. No solo indígenas como la famosa Malinche, entregadas como botín de guerra; también procedentes del otro lado del Atlántico: ahí está, por ejemplo, María de Estrada, que luchó por salvar su vida, espada y rodela en mano, para huir de Tenochtitlan durante la llamada Noche Triste y en la batalla de Otumba. Espino López, citando a Eloísa Gómez-Lucena, señala que "el bueno de Bernal Díaz del Castillo no dudó en enumerar, con nombres y características físicas, a los 16 equinos que Cortés incorporó en su primera entrada en el Anáhuac, pero no creyó necesario proporcionarnos datos similares acerca de las mujeres, castellanas o no, que acompañaban a la hueste".