La ridícula muerte de Fernando de Magallanes en una escaramuza absurda contra los indios
El almirante portugués murió un 27 de abril de 1521 combatiendo a los nativos de la isla de Mactán, en Filipinas. Un suceso que estuvo a punto de acabar con la expedición que daría la primera vuelta al mundo.
27 abril, 2021 02:57Noticias relacionadas
"Un buen pastor no debe nunca abandonar a su rebaño". Esas son las palabras que Antonio Pigafetta, cronista de la primera circunnavegación al mundo, atribuye a Fernando de Magallanes como respuesta a las peticiones de su tripulación de no encabezar la operación de castigo contra los indios rebeldes de la isla de Mactán, en la actual Filipinas. Quizá sabedor de que su nombre ya engrosaba el libro de la historia universal al descubrir una ruta al archipiélago de la especiería por el oeste, el almirante portugués quiso disfrazarse de caudillo militar y someter con unos pocos hombres a un ejército indígena. Pero Magallanes no era Hernán Cortés.
La expedición había llegado a Cebú el 7 de abril de 1521. Allí se toparon con el rey más poderoso de la zona, Humabón, quien les exigió un impuesto para dejarles atracar y comerciar. El navegante luso, a través de su esclavo Enrique, dejó claro que no estaba dispuesto al chantaje: "Si quería la guerra, le haría la guerra", describe Pigafetta sobre el ultimátum. El monarca nativo acabó claudicando, convirtiéndose al cristianismo y siendo bautizado como Carlos, en honor al emperador Carlos V, su nuevo soberano. Otorgando a este cacique el poder, Magallanes pensaba que lograría someter a todos los jefecillos de la zona.
Pero hubo uno, el de la isla de Mactán, llamado Lapulapu y considerado en la actualidad un héroe filipino, que no se achantó ante las amenazas de muerte y saqueos. El capitán general decidió entonces agarrarse al derecho de hacer guerra justa a aquel que rivalizaba con un rey cristiano y organizar una expedición de castigo. "Existe un contraste enorme entre la firmeza y prudencia mostrada por Magallanes como capitán hacia la tripulación y la insensatez mostrada en labores diplomáticas en su trato con las autoridades indígenas de Filipinas", valora Pedro Insua en su libro El orbe a sus pies (Ariel). "Desafiante, arrogante, incluso fanfarrón a veces, lanzando órdagos constantemente, cae víctima de uno de estos lances insensatos".
Al amanecer del sábado 27 de abril, hace exactamente cinco siglos, el almirante portugués y sesenta de sus hombres se subieron a unas chalupas y sufrieron una emboscada en un arrecife de Mactán. Mil quinientos indios, dice Pigafetta, que resultaría herido durante la batalla, se lanzaron contra ellos. La superioridad armamentística castellana, con sus corazas y mosquetes, fue insuficiente ante el mayor número de enemigos. Cuando una flecha impactó en la pierna del capitán, se ordenó la retirada, pero el caos se adueñó de la escena.
Magallanes quedó rezagado con menos de una decena de soldados. Y en ese momento los indios lanzaron todos sus ataques contra él. "Duró el desigual combate una hora —narra Pigafetta—. En fin, un isleño logró poner la punta de la lanza en la frente del capitán, quien, furioso, le atravesó con la suya, dejándosela clavada. Quiso sacar la espada, pero no pudo, por estar gravemente herido en el brazo derecho; se dieron cuenta los indios, y uno de ellos, asestándole un sablazo en la pierna izquierda le hizo caer de cara, arrojándose entonces contra él. Así murió nuestro guía, nuestra luz y nuestro sostén".
Venganza india
El navegante luso fue víctima de su propia sinrazón, sujeto de una muerte absurda, innecesaria, ridícula, barnizada posteriormente de heroísmo al ser presentado como salvador de los suyos. Stefan Zweig, en su más literario pero apasionante biografía sobre Magallanes, reeditada hace poco por Capitán Swing, describe con enorme pasión este acontecimiento: "De ese modo insensato acaba, en el momento más alto y magnífico de sus realizaciones, el navegante más grande de la historia, en una miserable escaramuza contra una horda de isleños desnudos. (...) Pero tan torpe desdicha solo puede quitarle la vida, no la victoria; porque, estando ya coronada su empresa, después de un logro tan por encima de los demás, su destino individual es casi indiferente".
El cuerpo del navegante nunca pudo ser recuperado. Pigafetta justifica que no le pudieron socorrer por estar todos heridos. "Todo vestigio de aquel hombre que arrebató al océano infinito su último secreto desapareció en el misterio de lo desconocido", escribe Zweig en lo que podría ser un epitafio inmejorable. Fernando de Magallanes fue uno de los ocho hombres muertos durante la misión. El ejército de Lapulapu apenas sufrió quince bajas.
Perder al capitán general significó un duro revés para la expedición, pero fue todavía peor la situación de riesgo que se generó ante el fracaso de su estrategia de diplomacia por la fuerza. Los indios ya no veían a los extraños como seres invencibles. En este contexto, el rey de Cebú invitó el 1 de abril a los nuevos capitanes —Duarte Barbosa, Luis Alfonso de Gois y Juan Serrano— a un convite en el que les iba a hacer un regalo para Carlos V. Era una trampa. El trío de oficiales y veinticuatro hombres más fueron asesinados.
Según Pigafetta, fue el esclavo Enrique el que instigó a Humabón a rebelarse contra los castellanos. Ahí podía haber claudicado el viaje que un año más tarde se culminaría, con Juan Sebastián Elcano a la cabeza, como la primera vuelta al mundo, pero recelosos ante una posible conspiración, el resto de tripulantes se había quedado embarcado en las naves. La ruta que logró trazar un mapa global de nuestro mundo, un hito histórico, pudo continuar, aunque con un importante reguero de sangre en su estela.