Durante el siglo XVI, el centro de Europa alumbró algunas de las reformas religiosas más importantes de nuestro tiempo. La llegada del protestantismo con Lutero, el avance de nuevas corrientes reformistas, así como el auge de las ciudades como centros del conocimiento marcaron el final de la Edad Media para abrir las puertas de la Modernidad. Sin embargo, de entre la amalgama de herejías y cultos que se desarrollaron en el norte de Europa, uno de ellos brilla con cierto grado de locura: el anabaptismo.
Sus seguidores tomaron la vida de Jesucristo como planteamiento principal de su doctrina, con la referencia de que Jesucristo no fue bautizado hasta la edad adulta, retrasando este rito entre sus fieles. El anabaptismo contaba además con trazos de posturas campesinas antiseñoriales, entre las que se planteaba la abolición de la propiedad privada o la eliminación de las clases estamentales.
La noticia de esta nueva doctrina religiosa llegó hasta el propio Lutero, que rápidamente la consideró como herejía en todo el territorio alemán a través de La Dieta de Espira en el año 1529.
Las primeras expresiones de esta corriente se dieron en Suiza, extendiéndose más tarde hacia Alemania y Países Bajos, más concretamente a las ciudades de Ámsterdam y Haarlem. Es en esta última donde Jan Matthys, un panadero, entró en contacto con el anabaptismo en la década de 1520 por la influencia de Melchior Hoffman, un predicador luterano conocido por sus visiones. El impacto fue tal, que Matthys decidió unirse al culto.
La ciudad elegida
En 1532, Melchior Hoffman recibió en sueños la visión de una nueva Jerusalén que se anunciaría para espiar todos los pecados de la humanidad. La ciudad que se presentó en los sueños del religioso era la de Münster, una localidad al oeste de Alemania. A partir de entonces distintos pastores luteranos se acercarían hasta la localidad para empezar a extender la doctrina anabaptista.
No fue hasta la llegada de Jean Matthys en 1534 junto con dos de sus seguidores, Jean Van Leiden y Gert Tom Klloster, a la ciudad de Münster, cuando comenzó a extenderse por toda la ciudad la idea del anabaptismo. En ese mismo año, Bernard Rothman, un predicador protestante, publicó un panfleto en el que se expresaban las bases de la revolución anabaptista, haciendo hincapié en el hecho de "comer y beber del sudor de los pobres" y todo lo que es pecado "contra el amor" como "males abolidos" por los nuevos regentes de Münster.
De esta forma, los anabaptistas abolieron la propiedad privada y el uso de la moneda en la ciudad. Al tiempo que esto ocurría se aprobó también la libertad de culto, algo impensable en el resto de Europa que combatía ferozmente desde hacía siglos contra cualquier forma de herejía.
Los habitantes vieron con buenos ojos los planteamientos de los anabaptistas y aceptaron el nuevo culto. Alemania vivía en ese momento un convulso periodo de guerras iniciadas por campesinos en la década de 1524 en las regiones de Suabia, Franconia y Turingia, muy cerca de Münster. No es de extrañar que los habitantes de la ciudad no viesen con malos ojos este tipo de reformas religiosas y las aceptasen.
Münster se convirtió en una teocracia, una nueva ciudad de Dios en la que todos los libros, excepto la Biblia, fueron quemados en grandes hogueras. El cielo de la ciudad se tiñó de negro con el humo de las páginas de cientos de volúmenes y su nuevo rey proclamó: "No habrá propiedad privada y nadie va a tener que volver a trabajar, simplemente confiad en Dios".
Poligamia y canibalismo
El obispo local, preocupado por las dimensiones que la revuelta anabaptista podía tener en el resto del territorio alemán, organizó un ejército de mercenarios con el que sitiar la ciudad. En las primeras escaramuzas murió Jean Matthys, que fue sucedido por Jean Van Leiden como rey de la Nueva Jerusalén. A partir de este momento, la locura se empezó a extender por todo Münster.
Leiden, entre la espada y la pared por el sitio de la ciudad, decidió correr desnudo por todo Münster para obtener una respuesta de Dios, una visión que le permitiese luchar contra el ejército que empezaba a acampar frente a las murallas. Días más tarde proclamaba la poligamia como legal, así como la soltería y las discusiones entre mujeres como pecado capital.
El nuevo rey se cubrió de pieles, sedas y oros. Días más tarde se volvió a dirigir a la ciudad para justificar sus excesos. Leiden proclamaba ante la multitud que ya estaba muerto, y el pecado en vida para él no significaba nada. La ciudad, que había visto cerradas todas las vías de acceso de alimentos por el sitio del ejército obispal, moría de hambre mientras tanto.
En los meses siguientes desaparecieron de las calles perros, gatos e incluso ratas: cualquier cosa que pudiese ser cazada y cocinada servía a los hambrientos habitantes de Münster. Los campesinos se arrastraban por el suelo en busca de basura o raíces que echarse a la boca, algunos solo tenían a los cadáveres de quienes ya habían perecido para poder alimentarse.
La corte, mientras tanto, organizaba suntuosos banquetes en la plaza de la ciudad, donde la comida y la bebida compartían espacio con decapitaciones públicas. Las cabezas de hombres y mujeres adornaban la mesa del monarca, mientras que en el interior de la iglesia, arrasada años antes, se ofrecían misas negras.
Tres jaulas
En enero de 1535, al tiempo que el hambre se extendía por todo Münster, las tropas del obispo se reorganizaron para un nuevo ataque. El sitio se extendió hasta la primavera, en ese momento Leiden dejó marchar a todos aquellos que quisieran abandonar la ciudad. Grupos de familias se arrastraban miserables hacia el campamento del obispo buscando refugio y comida, al tiempo que se acercaban eran rápidamente ejecutados como si de enfermos infecciosos se tratase.
Algunos supervivientes fueron abandonados a su suerte en las torres y a almenas de las murallas de la ciudad. Entre las piedras suplicaban clemencia, buscaban comida o pedían que se les ejecutase. El infierno de Münster llegó a su fin en junio de 1535, cuando la ciudad fue tomada a traición. El ejército obispal arrasó con todos los anabaptistas dejando solo con vida a Leiden y dos de sus más fieles seguidores.
Después de ser paseados por toda Alemania como osos de feria, en enero de 1536 los tres hombres fueron torturados en la Plaza de Münster con hierros al rojo vivo. Algunos cronistas señalaron de este episodio la entereza de Leiden, quien ni gritó ni se movió durante todo el proceso.
Finalmente, los cadáveres de los anabaptistas fueron colocados en tres jaulas en lo más alto de la torre de la catedral de San Pablo, en el corazón de la ciudad que habían convertido en un infierno durante todo un año. Todavía hoy se pueden observar las tres estructuras que ya no albergan resto humano alguno en su interior, pero sirven como testigo mudo de uno de los capítulos más extraños de la historia de Europa.