No se distingue si las maderas del suelo crujen, se retuercen, por viejas o por el peso de la historia. Suenan tanto que hasta casi apagan la voz de Encarna, recepcionista del Hotel Madrid, emplazado en el centro de Las Palmas de Gran Canaria. "Sí, sí, en esta cama durmió Franco", dice. Y no lo hizo un día cualquiera: el futuro dictador pasó ahí la noche del 17 al 18 de julio de 1936, las horas clave en las que se precipitó la sublevación que llevaba tiempo tramando con el resto de generales golpistas y que abocó a España a tres años de sangrienta guerra civil.
La habitación número 3 del Hotel Madrid, un edificio de principios del siglo XX con preciosa fachada amarilla modernista, que parece de papel, y que comparte placita en la Alameda de Colón con el Gabinete Literario, mantiene un rostro prácticamente idéntico al de hace 85 años. La puerta, que se sigue abriendo con llave de metal y no con tarjeta, la cama, la cómoda, el armario empotrado y el espejo son los mismos que recibieron a Franco. Pero los muebles no hablan, no describen el contenido de las conversaciones que ahí dentro mantuvo el general; tampoco el escalofrío —si es que lo sintió— al enterarse durante la madrugada de que en Melilla se había prendido la mecha, de que el futuro se cernía más incierto que nunca.
En ese momento, Francisco Franco era comandante general del archipiélago canario, con sede en Santa Cruz de Tenerife. El día 17 de julio de 1936 llegó a Las Palmas de Gran Canaria, autorizado por el Gobierno, para presidir la misa del general Amado Balmes, comandante militar de la guarnición local, fallecido el día anterior en un "accidente" durante unas prácticas de tiro. La muerte del militar —una investigación reciente de Ángel Viñas, Miguel Ull y Cecilio Yusta ha demostrado que fue un "asesinato", el primer pistoletazo de la rebelión militar— liberó al futuro caudillo, que se escapó en el avión Dragon Rapide a Marruecos, donde se pondría al mando de la insurrección.
Franco, durante esos instantes vertiginosos, decidió alojarse en el Hotel Madrid. La habitación número tres, la suya, en la primera planta —también reservó la 11 para su mujer Carmen Polo y su hija, con quienes viajaba—, ha generado un morbo especial en las últimas décadas entres los huéspedes y los turistas. Los trabajadores del sitio aseguran que hay gente que demanda la estancia expresamente y que muchos historiadores han pedido dormir en la misma cama de teja, resistente al paso de años y sueños, que utilizó el dictador.
Pero la atracción por la cama de Franco llega hasta las entrañas de Hollywood. Los productores de Aliados (2016), de Robert Zemeckis, alquilaron todo el hotel durante el rodaje de la película. Brad Pitt, uno de los protagonistas de la cinta junto a Marion Cotillard, informado de la historia del lugar, no dudó en echarse a descansar un rato en el susodicho catre e inmortalizarlo con una fotografía. Por allí también se han dejado ver Gregory Peck, que grabó Moby Dick en Las Palmas en la década de los 50; o Uma Thurman. El socialista José Bono, expresidente del Congreso, acostumbra a llevar a sus amigos a visitar la habitación, que ha pedido que se mantenga tal cual como documento histórico. El expresident Pascual Maragall ha sido fue víctima de la curiosidad.
Vuelo de huida
El entierro del general Balmes tuvo lugar al mediodía del 17 de julio. La escolta de Franco tuvo que ser reforzada ante algunos rumores de un posible atentado contra su persona. Por la tarde se habría reunido en el Hotel Madrid y en el café contiguo con algunos oficiales de Las Palmas. Según algunos relatos, cenó con su primo Francisco Salgado-Araujo, alias Pacón, y con el comandante jurídico militar Martínez Fuset y se acostó pronto.
El posterior caudillo también habría mantenido una charla en su lugar de hospedaje con el cónsul italiano Ruggero Martin. En su último libro, El gran error de la República (Crítica), Ángel Viñas narra que ese mismo día Franco envió al general Orgaz a visitar al agente consular para solicitarle tres pasaportes italianos —para ellos dos y para Pacón, presumiblemente—. "Franco ordenó a Orgaz que dijera que al día siguiente enviaría los documentos necesarios (entre ellos, las fotografías)", asegura el historiador. "Ahora bien, hacia las tres de la tarde del mismo día 17, Orgaz indicó al funcionario fascista que los pasaportes ya no eran necesarios".
Durante la noche, el general recibió un telegrama que anunciaba la sublevación en Melilla. A las 5:15 de la madrugada, remitió el siguiente mensaje a los sublevados, que hizo enviar desde Santa Cruz de Tenerife, quizá para hacer creer que estaba en su puesto: "Gloria al heroico Ejército de África. España sobre todo. Recibid el saludo entusiasta de estas guarniciones, que se unen a vosotros y demás compañeros Península en estos momentos históricos. Fe ciega en el triunfo. Viva España con honor. General Franco". Una hora más tarde se lo envió a los jefes de las Divisiones Orgánicas, al comandante general de Baleares (Goded) y, entre otros, a los jefes de las Bases Navales, pero fue interceptado por la central de comunicaciones telegráficas de la República. José Giral, entonces ministro de Marina, empezó a enviar contraórdenes.
La salida de Franco de Las Palmas fue una operación muy cuidada. La mañana del 18 de julio se desplazó hasta el muelle de San Telmo con su primo y José García de la Peña y Jiménez-Camacho, en aquel momento capitán de Infantería, piloto, retirado en 1931 tras acogerse a los decretos de Azaña. Los tres iban vestidos de paisano, sin uniforme militar, según relató el marinero Francisco Monzón Ortega, uno de los integrantes de la falúa que condujo al trío hasta el remolcador España II. Su destino era la bahía de Gando, donde aguardaba con los motores encendidos el Dragon Rapide, que había llegado a Las Palmas el día 14.